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sábado, 25 de diciembre de 2021

El Espíritu de la Navidad

 


Cuando era pequeña era tan devota que unas navidades me escapé de casa para ir a una iglesia a hacer compañía al niño Jesús, que tan solito se debía encontrar mientras todo el mundo comía turrones. Mis padres me riñeron, claro, pero les brillaban los ojos.  Recuerdo aquel árbol de navidad de plástico cuyas ramas desplegábamos cada año dándoles la inclinación necesaria para que no se resbalaran los espumillones de colores hipnóticos pero suficiente para que pareciera un abeto. También recuerdo el río de papel de plata y los bosques de musgo que rodeaban el pesebre, con aquel ángel pendiendo en lo alto siempre a punto de precipitarse sobre los pastores más madrugadores. Los reyes se iban acercando un pasito de camello cada día. Yo aprendí a pintar al óleo y unas navidades pinté una casa muy remota en el medio de la nieve. Con el paso del tiempo, sin quererlo, dejé de entender algunas cosas de El Espíritu de la Navidad. Más adelante me nacieron cuatro niños, y los adoré con reverencia y fervor navideño. Regresaron los espumillones y ese escenario bíblico con cerditos de plástico y pastores de diferentes tamaños. 

Ahora que han pasado ya muchos reyes, nos hacemos regalos al azar, no hay ni un adorno en la casa y los únicos rituales que celebramos son los del encuentro y la risa. Hoy me he despertado preguntándome cómo podría felicitar las navidades con este lío mental que tengo sobre el tema. Y he pensado en hacerlo deseándoos que disfrutéis de todas vuestras epifanías con esta acuarela de mi amiga Pepa, que en cada encuentro nos muestra cómo vivir, cómo nacer.


domingo, 28 de noviembre de 2021

Mis niñas ricas en Erlés in noir

 Mi relato "Niñas ricas en su día de cumpleaños" ha sido seleccionado en el segundo programa de crímenes de Patricia Esteban Erlés, "Erlés in noir" Estoy muy contenta y muy emocionada de escuchar mi texto tan bien leído en audio. En este link se puede escuchar, en el min 28,  después de la crónica que hace Patricia de un crimen tremendo que ocurrió en Murcia en 1965.

¡Muchas gracias!



viernes, 22 de octubre de 2021

La sopa estaba muy rica

 



No se ha quemado la casa. No están los bomberos en la entrada. No sale humo por la ventana del tercer piso. No se ha muerto la perra asfixiada o quemada. Por alguna prodigiosa casualidad, mi vida no se ha convertido en un infierno. 

Mi corazón continúa desbocado cuando aparco el coche y me dirijo hacia el interfono. Me contestan y me abren. Subo. Ya han comido. La sopa estaba muy rica, me dice el pequeño. En nuestro diminuto universo podría parecer que nada fuera aleatorio. Pero no nos dejemos engañar por las apariencias.

Aunque el tiempo suele avanzar en una dirección, a veces se retuerce y rebobina para volver al punto de partida. A las nueve de la mañana me preparo para salir hacia mi trabajo. Estresada, como casi siempre. Los pequeños ya han desayunado y se acaban de ir al cole. En lo que aparenta ser una misma escena, se solapan diferentes acciones: saco a la perra, preparo unas fotocopias, me tomo un café, pongo a hervir los fideos en el caldo que hice anoche y me lavo los dientes al bies. Hoy toca salida. Toda la mañana arrastrando alumnos en metro y tren para que puedan ver el microscopio electrónico de la Universidad. A las dos, ya de vuelta en el instituto, entro en el coche y de repente me acuerdo. Mi sistema nervioso tiembla de arriba abajo como si lo hubiera atravesado un rayo. El corazón continúa dando tumbos arrítimicos mientras conduzco los trece quilómetros más largos de mi biografía. Me ahogo en un mar de conjeturas. Oteo por la ventana antes de saltarme el primer semáforo del polígono. Grito obscenidades, rezo porfavor porfavor y aúllo como un licántropo al imaginar toda mi existencia enterrada bajo un montón de escombros humeantes. No respeto el stop de la última rotonda y aparco con un chirrido de ruedas quemadas justo delante de casa.

La perra me viene a saludar al recibidor meneando el rabo. La sopa estaba muy rica, mami, me dice mi hijo pequeño desde la cocina. Y entonces me suelto a llorar a moco tendido. Más tarde dejaré de martirizarme con el modo condicional para pasar a conjugar la realidad en un tranquilizador pretérito perfecto. Bendigo a mi hijo mayor por haberse quedado dormido y haber salido de casa después que yo. Por haber pasado por la cocina antes de irse. Por haber pensado: la despistada de mi madre se ha dejado el fuego encendido. Y a continuación erijo dentro de mí un altar expiatorio al Demiurgo del Azar y las Concatenaciones, para agradecerle que a veces juegue con nosotros a aparentar que todo está bajo control.  


sábado, 16 de octubre de 2021

Los mitos

 


                                                                                                                        Dedicado a Elena Casero

Gran parte del tiempo que me ha regalado la jubilación lo dedico a la nueva biblioteca de la aldea. Instalada en las dependencias del Ateneo Popular, ha ido creciendo como un organismo a partir de ocho pupitres desechados por la escuela, cinco estanterías cedidas por mis paisanos, unos bestsellers manoseados, algunas enciclopedias con manchas de humedad y todos mis libros. A veces recibimos inesperadas donaciones de algunas librerías. Paso todas las tardes allí con mi perra. Disfruto clasificando los ejemplares en secciones temáticas: Novela romántica, Clásicos Universales, Cuentos tradicionales y Mitología. Me encanta la mitología. Acabo de leer Los Mitos de Cthulhu, obsequio del poeta local. Impresionan esas imágenes de galerías excavadas bajo la tierra en cuyo interior, según Lovecraft, “han aprendido a caminar unas criaturas que sólo deberían arrastrarse”.

Este verano tuvimos que cerrar, hacía un calor infernal en esa habitación. Pero ya llegó septiembre y sus rutinas. Al encender el fluorescente he notado un extraño olor a cuero rancio. Lía se ha puesto a ladrar delante de un nuevo volumen situado entre Los mitos griegos de Graves y Las metamorfosis de Ovidio. No recuerdo haberlo recibido. Me sorprende tener frente a mí este libro que, según creo, trata de asuntos relativos a las leyes de los astros y de los muertos. Me dirijo al archivo, mientras la perra sigue olfateándolo y gimiendo, con el lomo erizado. Escribo el nombre del autor en una nueva ficha en la carpeta de la A: Abdul Alhazred. Y me digo a mí misma de que debo inaugurar una nueva estantería dedicada a la Magia, donde colocaré este texto ficticio que ha elegido nuestra humilde biblioteca para materializarse.

A partir de ahora los usuarios podrán gozar de la lectura de esta insólita obra titulada Necronomicon, un libro que supuestamente nunca existió. Lo más seguro es que nadie se sorprenda al verlo. Ni sospechen del peligro de locura y muerte que, según Lovecraft, acecha tras su tapa. Como mucho, mirarán el lomo y me felicitarán por haber conseguido un ejemplar tan antiguo.

Yo les sonreiré. Y me refugiaré otra vez en la magia de la literatura, como si fuera lo más normal.




viernes, 10 de septiembre de 2021

Los puntos sobre las íes


 

Nos tiene acorraladas contra un muro que supura un agua corrosiva. Somos varias mujeres. Estamos desnudas, aterradas. Parece muy indignada. Como si contuviera una furia áspera, arenosa. Como si tensara un cable. Pétrea como una estatua de mármol, imponente como una guardiana de campo de concentración. Ahora se dirige a mí y me riñe con esa actitud que tanto admiro en los actores: controlando la situación sin necesidad de alzar la voz, solo torciendo ligeramente la boca y entornando los ojos.

No sé cuál era el motivo de su enfado, pero la humillación a la que me ha sometido la estricta gobernanta del último de mis sueños hace que experimente un enorme alivio al despertar. A pesar de que lo primero que ven mis ojos es la gotera que la vecina de arriba se niega a reparar. A pesar de que hoy me estreno como presidenta de la comunidad de vecinos. A pesar de que en la lista de asuntos a tratar en la reunión destacan unos cuantos puntos  enormes y antiguos─ a colocar encima de sus correspondientes íes. A pesar de que soy incapaz de entornar los ojos como hacen los actores cuando dan miedo.  


lunes, 26 de julio de 2021

Polo sur

 

                                                              

                                                                            Dedicado a Jorge Diogene Fadini, y a los suyos

   

     Nona no recuerda haber pedido otro café, pero se acuerda del nombre de su padre y del italiano que hablaba de niña. Quizás envejecer se parezca a hacer el pino: todo se ve del revés. El árbol genealógico da un vuelco, y cuando Nona ve llegar a su hijo con aspecto de señor maduro le saluda con un efusivo ¡Hola papá!

No debe extrañarnos, pues, que un momento antes nos haya enseñado una fotografía en sepia de ese mismo hijo de pequeño. Asegura que es su nieto. Insiste. ¿Cómo va a tener ella, tan mayor, un hijo tan pequeño?

–¿Hijos? Los hijos no sirven para nada, lo único que vale la pena son los nietos –añade.

Aunque no queramos admitirlo, seguro que todas las abuelas –desinhibidas ante una buena taza de chocolate– lo confiesan cuando se juntan a merendar.

Mientras, alguien propone la adopción de nietos para abuelas que no hayan tenido la suerte de serlo.

Nona no recuerda qué desayunó, pero se acuerda de aquel patio de su infancia que olía a leña y a pipí. Simplemente alguien ha dado la vuelta al reloj de arena y hay pequeñas turbulencias en las partículas de tiempo. No lo entendemos porque ya no somos ágiles como niños. Ya no sabemos hacer el pino y ver el mundo al revés, con el sol abajo y el suelo arriba. Como en el Polo Sur.




Este texto, junto con el que está  dos entradas más abajo, fue publicado en la sección de microrrelatos de Infolibre, Liebre por gatoa principios de julio.  

domingo, 18 de julio de 2021

Imperdonable

 


                                                                                                                    Dedicado a Mónica Brasca


La adolescente se desdobla y cuenta lo que ha hecho ese día, qué amiga la ha decepcionado, cómo le va en el nuevo insti, cuánto odia a su madre, sus desaforados amores de verano… Todo lo que bulle ahí adentro está desnudo, crudo, sin piel. Ella deja constancia, con sus encantadoras faltas de ortografía, de cada detalle, de cada sentimiento, de cada fiesta, de cada ligue. En un momento de reflexión, en medio de esas emociones que suben y bajan por la montaña rusa de sus días, escribe: “Si alguien leyera este diario pensaría que soy gilipollas”.

Y ahí entro yo, la encargada de juzgarla. La interlocutora que cerrará, treinta años después, ese acto de comunicación. El elemento clave que faltaba:  Emisor-mensaje…y receptor. Aquí estoy yo, cometiendo el imperdonable y delicioso delito de mirar. Algo avergonzada, pero sin poder parar de leer el diario de una adolescente que ya no existe.  Que se transformó en una mujer a la que veré por primera vez dentro de una hora. Cuando devuelva las llaves a la propietaria de esta casa de intercambio vacacional.  Y, la verdad, no sé cómo voy a poder mirarle a la cara ahora que la conozco mejor que su propia madre.


martes, 13 de julio de 2021

La que habla


                                              Fotomontaje de Elías Ruíz Monserrat

 

Cuando la azafata me ofrece jugar a un Rasca y Gana solidario, la señora de delante continúa haciendo eso que ella hace con el lenguaje. Ráfagas de palabrería ametrallan a la pobre desconocida que el azar ha depositado a su lado. Arma más jaleo que las cotorras y los atascos de tráfico. Su voz de alta frecuencia perfora el mapa de sonidos ambientales, incluso el rugido del avión queda silenciado tras la retahíla de argumentos que le propina a su víctima. Sin pausa, sin posibilidad de réplica, sin respiro.

Su boca se abre para vomitar un exuberante catálogo de lugares comunes ensartados por conectores de reality televisivo: A fin de cuentas, Tú ya me entiendes, Esta sí que es buena, Cojo y le suelto

A través del espacio entre los respaldos, veo cómo se eleva su busto cuando comenta que lleva camiseta térmica, cómo se le mece el flequillo al explicar que sus nietos viven en Inglaterra y hablan tres idiomas porque los niños son esponjas. Carnosa y rubicunda, vibra como un diapasón metido en un flan.

Solo deseo aterrizar. Aunque sé que volveré a encontrármela. En otro viaje, en el trabajo, en la calle. Encarnada en otros sujetos. Clones que se consumen quemando palabras de baja calidad, robando atención, invadiendo el sistema nervioso de los demás.

Y entonces, ocurre. Cuando su voz ocupa todo el espacio en mi cabeza, suena la alarma y salen disparadas las máscaras de oxígeno. O quizá sea debido al alarido que surge de mi garganta y deja a todo el mundo en silencio. Bueno, a todo el mundo no. Ella se vuelve, me dedica unos morritos fruncidos de color fucsia, y continúa explicándole las ventajas del sistema educativo inglés a su sufrida compañera de viaje, que asiente como un autómata atascado.


 Este relato ha sido publicado en la sección de microrrelatos de Infolibre, Liebre por gato, coordinada por Gemma Pellicer y Fernando Valls el 2 de julio del 2021. ¡Gracias! Y no digo nada más, no quiero que se diga que hablo demasiado.  

 

miércoles, 26 de mayo de 2021

Juegos de niñas

 



Un día, después del recreo, no la vimos más.

Cuatro décadas después, cada vez que nos juntamos, mis compañeras proponen jugar a imaginarle vidas. Como si no pudieran soportar que, mientras ellas acumulan decepciones y kilos, Violeta siga siendo aquella niña flacucha e indomable.

Una opina que saltó el muro del patio y se fue con los feriantes. Otra recuerda que era adoptada, y describe un emotivo rapto por parte de su madre verdadera. La más novelera dice haber reconocido su mirada desafiante en una actriz muy conocida.

Una simple mudanza, enfermedades, adicciones… distintas versiones que van hilvanando su destino sin nosotras. Historias manejables, cortadas a la medida de nuestro aburrimiento.

A veces se conforman con una existencia vulgar, lejos del pueblo. Yo aparento seguirles la corriente. Alterno escenarios realistas con otros más bohemios.

Un día lo haré, pero aún soy incapaz de contar lo que ocurrió aquella mañana. El desafío. Mi culpa por gritarle, mientras me tapaba los ojos para contar hasta veinte, que la iba a pillar enseguida. Mi asombro al comprobar su inusitada destreza jugando al escondite.

Y ese buscar desesperado, insomne, atroz… que todavía continúa. 



Esta es mi propuesta para la convocatoria de Esta noche te cuento sobre "la sorpresa y el asombro" Aquí para leerlo en la página del concurso.

PD: Ha sido seleccionado y se va para el librito de ENTC. Me hace mucha ilusión. 

viernes, 19 de marzo de 2021

Siete microrrelatos en la revista Abisinia

 Gracias a la escritora argentina Mónica Brasca siete de mis microrrelatos han sido publicados en el número cuatro de la magnífica revista Abisina. ¡Muchas gracias! 

Aquí el link a ese número de la revista 



Y desde este otro enlace se puede acceder directamente a mi participación en este ejemplar bajo el título de La invasión de los fungi.



sábado, 13 de febrero de 2021

Señales

 

                                                                               Helene Schjerfbeck


Mi madre tenía un don especial para ver señales donde nadie más las percibía. La realidad le hablaba en un lenguaje que sólo ambas −ella y la mismísima realidad− entendían.

Un día afirmó que la vecina del edificio de enfrente había recaído. Nadie se lo había dicho. Lo gritaban las lánguidas flores de su balcón, antes tan orgullosas. Nosotros sonreímos con cierto desdén. Más adelante nos enteramos de su fallecimiento.

 Después ocurrió lo suyo.

 Aquella tarde, mientras conducía hacia el hospital, explotó ante mí un atardecer insólito, eléctrico, impresionista. Lo achaqué al viento del norte. Tampoco supe interpretar la ausencia del gorrión en el camino de acceso. Pensé que por fin habrían pasado los de la limpieza a recoger aquel pequeño y molesto cadáver. Ni el cansancio antiguo que me sobrevino al subir las escaleras. Demasiada tensión acumulada, me dije.

 Con paciencia infinita, esperó a que cerrara la puerta. A que nos quedáramos a solas. A que acabara de contarle de todos y de todo. A que me sosegara y la mirara con atención. Solo entonces, comprensiva con mi ceguera ante el despliegue de señales, me avisó. Trató de comunicarme, con la respiración cada vez más débil y desde su coma profundo, que había llegado el momento de decirnos adiós.



Helene Schjerfbeck

 

domingo, 24 de enero de 2021

Geometrías de la memoria

                                                             Ilustración: Laurent Cherere 

Los veranos eran redondos en la casa cuadrada.

En aquel entonces los acontecimientos se situaban contando los veranos transcurridos desde que celebró su primera comunión. Veranos largos y densos frente a los triviales y anodinos inviernos, de los que apenas guarda recuerdos.

La casa que sus padres alquilaban por vacaciones era como una caja. Un canto a lo simple, al ángulo recto. Ni recibidor tenía. Si se entraba desde el destartalado exterior, con sus bicicletas y sus perros asilvestrados, la mesa cuadrada del comedor era una brújula que señalaba con sus esquinas la simetría de sus cuatro habitaciones.

Intenta traer a la memoria las sensaciones de aquellos veranos para escribir un relato −o quizás escribe el relato para evocar esas sensaciones− y recuerda la puerta de la casa, con su escalón de piedra imitando al granito, como la frontera entre la asepsia interior y el universo de olores y movimiento del exterior. A la casa se iba a comer, a recoger el pan con chocolate de la merienda y a dormir en sábanas de algodón con camisones que hacían frufrú.

Afuera estaban los caminos, las balsas repletas de algas y de renacuajos. Y la pandilla con la que vivía aventuras en otras casas: las casas abandonadas. También los cipreses recortando el cielo, los higos maduros y, por las noches, las luciérnagas que iluminaban el suelo con velitas.


Chupa el capuchón de su bolígrafo, y mientras se apoya contra el respaldo de la silla se pregunta cómo es que ahora que sitúa los acontecimientos en décadas desde su comunión− la aventura está dentro, en la mesa ovalada de su comedor desde donde intenta convocar los cielos de caramelo de aquellos veranos grávidos como aquellos racimos de uva que robaban, y no en ese exterior que amenaza con sus ángulos obstinados.