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domingo, 16 de julio de 2017

Flores que viajan en el tiempo





Marianne North fue una viajera victoriana que recorrió todo el planeta pintando el  universo vegetal. Admirada y animada por Charles Darwin y por otros intelectuales de la época, como Francis Galton, Marianne se puso en marcha una y otra vez -pinceles y caballete en ristre- en busca de la diversidad y la rareza que le brindaba la naturaleza estática de esos seres vivos tan discretos pero tan primordiales.




 En el Real Jardín Botánico de Kew (Inglaterra)  hay una galería que expone la mayoría de sus pinturas, que ella misma donó a la entidad con la condición de que el lugar se destinara a servir como lugar de descanso para visitantes y viajeros.


La vida y su representación. El viaje y el regreso a lo institucional. La aventura y el coleccionismo. Las relaciones intrincadísimas entre las plantas en una selva y el lienzo plano enmarcado en dorado. El olor a tierra mojada y el olor a humedad rancia de la moqueta del museo.  La flor real y la mancha de pintura. La contemplación de estas pinturas naturalistas me evoca toda esta serie de parejas de ideas que tensan mi sensibilidad en sentidos opuestos. 



La concentración de estímulos visuales en esas paredes del Marianne North Gallery repletas de flores exóticas parece excesiva, pero creo que merece la pena sufrir esa sobredosis alguna vez, cuando se haya instalado el color gris en nuestra vida.


La contemplación de estos cuadros hace que me traslade mentalmente al jardín de aclimatación que hay en el Puerto de la Cruz, con sus especies exóticas apabullantes que tantas veces visité mientras viví en Tenerife,  donde también pintó la trotamundos inglesa en su viaje a esa isla, donde inició su  apasionante vida viajera mi hija Ana, a la que  felicito su cumpleaños desde este vergel . 





Lianas, flores, semillas y frutos que nos invitan a viajar. Viajes que se enredan como lianas, viajes que explotan desde una semilla minúscula, viajes que  ya han empezado a brotar en mi cabeza.