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jueves, 26 de marzo de 2015

El universo


Fotografía de Lenka Krestankova. ¡Gracias!

Para mitigar la culpa que le producía el hecho de que su hija recién nacida no le hubiera despertado el famoso instinto maternal, Marta aplicó todas las técnicas que le vinieron a la cabeza: lamió el ombligo de la criatura, compartió con la niña los auriculares del mp3 con la música de Mozart que escuchaba durante el embarazo, recuperó la placenta de entre el material desechable de la sala de partos, colocó a la niña en su pecho durante horas y estimuló su boquita con el meñique antes de que el bebé abriese siquiera los ojos o diera la más mínima señal de tener hambre. Invocó al espíritu de todas las mujeres de su familia hasta adentrarse en la bruma de los orígenes y llegar a la Eva mitocondrial. Penetró en el regazo de la Gran Madre primigenia. Pero ni aun así.
Aunque no lo podía confesar a nadie, aquel bultito sorprendente y la placenta- blanda como una medusa- no le sugerían nada más que una ligera incomodidad, un molesto escozor en la herida y un tremendo agotamiento en la mandíbula debido al sostenido esfuerzo para sonreír y decirle cositas a lo que había salido de sus entrañas.
Pasaron dos semanas y la frustración –acentuada por el insomnio y por un inoportuno punto infectado-fue en aumento.
Una mañana, tras una larga noche de llantinas, pañales y protectores empapados de leche a Marta se le pasó por la cabeza la impronunciable idea de que la maternidad no estaba hecha para ella. En cuanto llegó su madre, como cada mañana para darle un respiro, Marta se marchó a la calle. Quería recordar cómo era el mundo antes del desastre.
Anduvo por su barrio saboreando los ruidos del tráfico y la contaminación, percibiendo las prisas en los rostros de la gente, mirando los escaparates… El rugido de la jornada en la ciudad le hizo consciente de su andar torpe, de su fatiga, de sus pensamientos lentos…Y comprendió que había sido expulsada definitivamente de ese paraíso de energía al que siempre había pertenecido.
De vuelta a casa, ya resignada a su destino y dispuesta a seguir disimulando ante todos, se paró ante el escaparate de una tienda de mascotas. Un cachorrito canela con pespuntes negros se movía indolente arrastrando el cuerpo y moviendo la cola sobre el serrín. La miró con una súplica prendida en sus ojos.
Ahora que los lloros se confunden con los ladridos y la leche materna se complementa con biberones y huesos de plástico ya todo tiene sentido. Marta disfruta de éste flujo ingrávido, cálido y animal, que se desarrolla al margen de la energía y del tiempo conocidos. Un lugar en el que se ha sumergido sin saberlo, como Alicia en la madriguera. Un universo paralelo, regido por sus propias reglas y ciclos. Un universo más antiguo y auténtico, una charca intermareal que limita por la puerta con el orden y la vida. El universo. 


jueves, 19 de marzo de 2015

El nombre

                                                       
                                                           
Luís Soriano Quiros

    
       El hecho de que  mi abuela María fuera mi madrina tenía que influir, por supuesto, en la decisión de cuál iba a ser mi nombre. Pero el azar quiso que naciera el día de Santa Rosa, con lo cual mi otra abuela hizo su aparición en escena con un especial afán reivindicativo. No porque ella se llamara Rosa, que no, sino porque una hermana suya que murió joven se llamaba así. Ningún miembro de la familia fue capaz de contradecir a la madre de mi papá, que por aquel entonces tenía un enorme ascendente en todos sus hijos, en especial en su favorito, mi padre. Con sus dotes de estricta gobernanta convenció a todo el mundo de que mi destino sería vengar a mi tía abuela, y a la vez darle una segunda oportunidad.
      La historia de la tía Rosa fue contada por enésima vez, y suscitó en las mujeres de la familia de mi madre la misma mezcla de compasión y risas sofocadas que la primera vez que la oyeron.Rosita murió de mal de amores, les había contado. Hasta aquí comprensible, conociendo lo brutos que pueden llegar a ser los hombres-pensaron ellas. Los detalles de la historia, en cambio, les hizo revisar su juicio. Transformaron el fácil recurso de dar la culpa de todo lo que ocurre al sexo contrario en una decepción achacable a toda la humanidad, siendo las mujeres los más refinados verdugos de ese universo enfermizo.
    Lo más humillante no fue que la abandonara su novio de toda la vida, ni que a los dos días ya estuviera saliendo con otra chica del pueblo mucho más fea que ella, y algo mayor que su prometido. Ni siquiera el hecho de que, siendo ella peluquera, tuviera que soportar las miradas de soslayo y las preguntas capciosas de algunas de sus clientas.
       La estocada mortal fue que la novia se atreviera a ir a peinarse a su peluquería el día de la boda.

       Me llamo Rosa María.
      Hasta los dieciocho años llevé unas trenzas larguísimas con flequillo, que me cortaba yo misma.  En la actualidad no me tiño el pelo aunque ya peino canas. Jamás voy a la peluquería.
     A estas alturas de mi vida me estoy empezando a dar cuenta de que no he sabido enfrentarme a mi destino, que no he entendido nada.

domingo, 15 de marzo de 2015

Una cosa no quita la otra



     Cuando, siendo una niña, Marisol vivía con toda su familia en México, suplicaba  llorosa a su madre que por favor la bautizaran. No quería ver nunca más a su abuela, exiliada republicana pero fervorosa beata, rezando un rosario tras otro en desagravio a la Virgen para que ella no fuera al infierno.


martes, 3 de marzo de 2015

Un pequeño paso para un hombre


Hay quien afirma que nadie jamás ha pisado la luna. Un argumento que apuntala la idea de que todo fue un montaje señala que el vehículo de alunizaje proyectaba dos sombras, como si se tratara de un objeto iluminado por dos focos en un estudio cinematográfico.

Los nietos de M. Collins, el astronauta que nunca descendió del Apolo 11, confirman la existencia de ambos focos. Su abuelo siempre les explicaba que, mientras el engreído de Armstrong escenificaba el Gran Salto para la Humanidad sobre la arcilla lunar, él contemplaba cómo brillaba- en posición opuesta al sol- una asombrosa tierra llena.