Dedicado a Jorge Diogene Fadini, y a los suyos
Nona no
recuerda haber pedido otro café, pero se acuerda del nombre de su padre y del
italiano que hablaba de niña. Quizás envejecer se parezca a hacer el pino: todo
se ve del revés. El árbol genealógico da un vuelco, y cuando Nona ve llegar a
su hijo con aspecto de señor maduro le saluda con un efusivo ¡Hola papá!
No debe extrañarnos, pues, que un momento antes nos haya enseñado una fotografía en sepia de ese mismo
hijo de pequeño. Asegura que es su nieto. Insiste. ¿Cómo va a tener ella, tan
mayor, un hijo tan pequeño?
–¿Hijos? Los
hijos no sirven para nada, lo único que vale la pena son los nietos –añade.
Aunque no
queramos admitirlo, seguro que todas las abuelas –desinhibidas ante una buena
taza de chocolate– lo confiesan cuando se juntan a merendar.
Mientras,
alguien propone la adopción de nietos para abuelas que no hayan tenido la
suerte de serlo.
Nona no
recuerda qué desayunó, pero se acuerda de aquel patio de su infancia que olía a
leña y a pipí. Simplemente alguien ha dado la vuelta al reloj de arena y hay
pequeñas turbulencias en las partículas de tiempo. No lo entendemos porque ya
no somos ágiles como niños. Ya no sabemos hacer el pino y ver el mundo al revés,
con el sol abajo y el suelo arriba. Como en el Polo Sur.
Este texto, junto con el que está dos entradas más abajo, fue publicado en la sección de microrrelatos de Infolibre, Liebre por gato, a principios de julio.
la vida nos acaba llevando a un callejón sin salida, la única forma es dar la vuelta. Volver a vivir a través de los recuerdos intentando escapar.
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