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viernes, 30 de mayo de 2014

Viaje a Escocia ( y IV)

Nos despedimos de nuestro B&B con otro estupendo desayuno y corremos con las bolsas hacia el autocar de Colin, resignadas a vivir nuestra última jornada del tour.
La primera parada es  la anunciada visita al castillo de Eilean Donan. Todos hemos pagado ya  las entradas menos los tres indecisos madrileños, que no sabían  si querían visitarlo o no. Parece que hoy se han levantado con un poquito de energía y se atreven a preguntarle al guía si aun están a tiempo. No, claro que no, pero tratará de conseguir entradas. Cuánta paciencia.
 
                                      El castillo de Eilean Donan, brumoso y enigmático

           El castillo- que ha servido de escenario para muchas películas, incluida una de James Bond- resulta ser como esas colchas americanas hechas de pedazos de telas: reconstruido varias veces sobre las ruinas previas, es como un ave fénix que renace constantemente de sus propias cenizas. Hay restos de la fortaleza de defensa construida contra los vikingos mezclados con muebles y ventanas emplomadas de estilo victoriano, incluso una mesa que formó parte del mobiliario de uno de los barcos del almirante Nelson. Por todas partes hay objetos que dan fe de un pasado violento: pistolas de duelo, dagas cortas, cuernos de pólvora… y  un cuadro de los miembros del clan de los  MacRae bailando como posesos la noche antes de la batalla de Kintail, tras la cual dejaron 58 viudas. Se exponen los planos de los diferentes castillos que hay dentro del castillo desde que era propiedad de “los señores de las islas” hasta el actual caserón que acoge las reuniones anuales de los descendientes de los MacRae que acuden como si nada desde Canadá, Australia y Nueva Zelanda a celebrar su fiestorra. Fotografías de niñas rubitas y señores con sus faldas escocesas atestiguan estos eventos, durante los cuales el castillo se cierra al público. Nosotras aprovechamos que no están los dueños y nos sentimos como en casa. Por un momento nos imaginamos presidiendo una recepción diplomática en esa gran sala con alfombra de cuadros escoceses, elegimos el dormitorio con mejores vistas o nos dirigimos a la cocina para dar orden a los criados de que ya pueden servir la mesa.


Maria José, princesa moderna posando en sus aposentos del castillo

      En el viaje de vuelta se acusa el cansancio acumulado de todos los viajeros, incluidas las azafatas marchosas. Aunque el paisaje sigue siendo espectacular y a pesar de no hacer exactamente el mismo trayecto, se hace más pesado, con un ritmo de paradas menos frecuente que a la ida. En una de ellas nos adentramos en uno de los magníficos  parques nacionales que tiene el norte de Escocia, un bosque profundo y denso de pinos autóctonos  regado por manantiales y saltos de agua. Un paseo que nos seda y nos devuelve al autocar como mansos perritos, dejándonos completamente a merced de la música escocesa de nuestro DJ particular.
     Paramos a comer en el lago Ness. No buscamos al monstruo porque en el fondo sabemos que es tímido y no puede soportar tanto turista hortera, pero su fama ha dejado tras de si un floreciente negocio de fotografías enigmáticas, camisetas horribles  y peluches verdes con las patas a cuadros escoceses. Yo soy uno de esos turistas horteras que ayuda a la economía local, pues compro un peluche para mi hijo pequeño.
     La vuelta hacia Edimburgo es una lección magistral de historia de Escocia. Nos quedamos fascinadas ante la historia de María Estuardo, Mary Queen of Scots. Una vida intensa y trágica que empieza cuando es coronada reina con menos de un año debido a la muerte de su padre. A los seis años la envían a Francia para protegerla de los ingleses y allí pasa toda su infancia aprendiendo idiomas, música y poesía. La casan con el delfín francés , un niño enfermizo de 14 años, que muere dos años después. La joven refinada y católica, decide regresar a Escocia donde la requieren como reina y trata de hacerse un hueco entre los brutos aristócratas escoceses y el  intransigente reformador protestante John Knox. Se lleva a su secretario personal, Rizzo, al que le une una profunda amistad y complicidad. Acaba casándose con el taimado Lord Darnley, que poco después asesinará a Rizzo , y con el cual tienen un hijo , James, al cual la madre casi no podrá ver. El propio Darnley es asesinado y María y su futuro marido, el conde de Bothwell, son acusados de estar implicados. La reina es confinada  en una isla del Loch Leven .
     -And this is the castle where Mary Queen of Scots was imprisoned- dice el guía en este justo momento de la historia, mientras vemos a lo lejos el Castillo que hay en medio de una isla del lago que nos queda a la izquierda. Si lleváramos sombrero nos lo quitaríamos.
      Mary consigue escapar, pero más tarde es capturada y obligada a exiliarse a Inglaterra con su prima Isabel. Con 25 años tiene que abdicar en su hijo Jacobo VI de Escocia, que nunca movió un dedo por ella cuando comenzó a ser considerada una amenaza para el trono inglés. Su prima, la reina Isabel, ordenó su ejecución en 1587, tras 18 años de prisión.
   Nos quedamos impactadas y sin aliento ante semejante culebrón histórico. Sentimos compasión por la pobre Mary, y la adoptamos como nuestra heroína particular. Lo que aun no sabemos es que a partir de ese  momento esta mujer será una presencia constante en nuestras visitas a los palacios y castillos de Edimburgo. Estaremos en el lugar en el que nació su hijo, en el que fue coronada, en el palacio donde vivió durante su estancia en Escocia, y veremos algunos de sus objetos personales.

    El viaje llega a su final, nos acercamos a Edimburgo , que se nos muestra rotunda y poderosa, con el ubicuo perfil de su castillo recortando el paisaje.
     Las Highlands y la isla de Skye permanecen -salvajes y auténticas - como un telón de fondo en nuestros pensamientos. El microcosmos del autocar se disuelve. Nos despedimos, nos apuntamos los nombres de las bandas sonoras que hemos escuchado durante el viaje, nos deseamos lo mejor. Colin desaparece tras la puerta de la agencia de viajes. El minibús  se queda en la falda del castillo de Edimburgo, y nosotras nos deslizamos ladera abajo con una nube de paisajes y vivencias sobrevolando nuestras cabezas.






martes, 27 de mayo de 2014

Viaje a Escocia (III)

El acantilado de Kilt Rock

    La siguiente parada es  un acantilado (Kilt Rock ) que quita la respiración. Al fondo se pueden ver una formación compuesta por una serie sedimentaria bajo unas coladas verticales de basalto, testigos mudos de las diferentes etapas de formación de la isla.
     En una de las laderas que conduce a este acantilado hay un hombre vestido con el traje tradicional escocés, sentado con las piernas abiertas.No nos atrevemos a pasar bajo su posición para comprobar el secreto mejor ventilado relativo a la falda escocesa y su contenido.Nos arrepentiremos durante todo el viaje. O-nos consolamos- igual es una señal inequívoca de que tenemos que viajar de nuevo a estas tierras misteriosas y guerreras. Prometemos olvidarnos la próxima vez de nuestro paralizante puritanismo

     A propósito de puritanismo, el comportamiento que-según Colin- tienen la gente del pueblo que vamos a ver a continuación nos deja pasmados. Se trata de un pequeño pueblecito de pescadores, con unas pocas casas blancas sembradas alrededor de la carretera. En el pueblo hay cuatro iglesias, tres de ellas pertenecientes a la iglesia libre de Escocia, cuyos pastores controlan la vida diaria de los habitantes como en los viejos tiempos. Los domingos-como el día en que pasamos por allí- la gente no puede hacer absolutamente nada, aparte de ir a la Iglesia. No pueden cocinar, ni trabajar en el jardín, ni limpiar la casa, y si a alguna hacendosa mujer se le ocurre tender la ropa el sacerdote se le acercará y le conminará a dejar de hacerlo y dedicar el día al Señor. Solo hay una cantina-de pecadores, suponemos- que puede hacer sándwiches y café para los turistas que, como nosotros, pasamos por allí a la hora del almuerzo. Tomamos, pues, un  hot chocolate  en el chiringuito “sinners of the prairie”  y confraternizamos con la pareja de sudafricanos, que nos describen a su país como uno de los lugares más peligrosos del planeta. Vistos de cerca parece como si ellos mismos pertenecieran a un grupo religioso tan ortodoxo como el de este pueblo, restos vivientes del antiguo calvinismo que reinaba por estas tierras. Tienen esa palidez especial que poseen las monjas y los miembros de sectas que son extremadamente austeras y exigentes con sus feligreses. Algo parecido a los Amish de Pensilvania. Un tipo de sociedades que a la vez fascinan y dan miedo. Después de almorzar nos subimos de nuevo al autocar y escuchamos la historia del famoso clan de los MacDonald mientras a lo lejos observamos admirados el diseño de esas vacas respingonas y peludas como un peluche que son típicas de esa zona. 

MacDonalds’s  headquarters
    Llegamos al cuartel general de los MacDonald en cuanto termina la explicación: unas ruinas situadas en la parte más septentrional de la isla. Localización estratégica para controlar a piratas y vikingos- suponemos-, pero el frío y el viento que hace en pleno verano nos hace imaginar qué clase de  individuos  eran los de ese clan, empezando por la matriarca Flora Mac Donald, que junto a muchos de sus bravos descendientes descansan en el cementerio que se encuentra al lado de la fortaleza de Duntulm. Nos acordamos de Liam Neeson y de Jessica Lange en la película Rob Roy y por un momento nos sentimos salvajes y valientes como ellos.
      Después de un cuarto de hora de estar luchando contra el viento, volvemos agotados al autocar, en donde detectamos que ha habido un pequeño problema logístico: parece ser que los chinos han llamado a la agencia de viajes y han exigido  poderse quedar dentro del autocar en las ocasiones en las que ellos no quieran hacer la visita programada. Tememos el recrudecimiento de las relaciones internacionales, y los efectos que este conflicto pueda tener en los demás  países afectados.
      Del resto del viaje, hasta llegar a Portree, la parte de la hidra que da fe del viaje no puede recordar gran cosa pues le dio uno de esos cansancios legendarios que le dan de vez en cuando. Se niega a visitar ninguna de las tres opciones que le son ofrecidas: el castillo de Dunvegan, sus jardines, o un viaje en barca para ver la focas. Es uno de esos  placeres autistas que a veces se permite y que le producen una extraña satisfacción: dejar pasar algo, no aprovechar la situación, dejar que el mundo siga rodando mientras una se queda ensimismada pensando en nada, haciendo nada. O poco, y lento: tomarse una infusión en un bar al lado de un castillo, absorber el calor de la taza y apuntar algunas notas nebulosas e impresionistas sobre el viaje. Y sobre todo desear con fuerza: que nadie le hable, que no la vean, que la dejen en paz. Dicen que el castillo es precioso. Los madrileños visitaron las focas. Y esta vez no llegan tarde al autocar. Es la autista, que saliendo de su aislamiento y del bar, se encuentra con una pareja de Sevilla que está dando la vuelta a Escocia en bicicleta y se pone a hablar con ellos. Las dos cabezas restantes acuden  preocupadas a avisar que el autocar se marcha.
        En el autocar, Colin se está despachando a gusto ante la pregunta del sudafricano sobre si en Escocia juegan al cricket. ¿Es que no sabe que eso solo lo hacen los ingleses? Si le hubiera preguntado por el rugby aun, pero como se le ocurre preguntar por ese deporte tan posh. Ya sabe, ya, que Sudafrica es una de las potencias mundiales en cricket, pero en fin, que no piense  que los escoceses tienen algo que ver con “eso”. El sudafricano sonríe desconcertado y no vuelve a abrir la boca el resto del viaje. Solo, poco después, una de nosotras se atreve a rechistar un comentario de Colin a propósito de la propiedad del ganado en la isla y propone adoptar una oveja, ante lo cual el guía-que tiene muchas virtudes pero no la del sentido del humor-responde diciendo que eso no le haría ningún bien a la oveja. Ahora ya callamos todos. 
        De vuelta al punto de origen tras una pequeña visita a unas ruinas de la edad del hierro,  esta vez bajamos directamente a cenar en Portree. Nos juntamos un pequeño grupo en busca de restaurante. Directos al restaurante de pescado. Si, si, tienen seis plazas pero no podemos sentarnos juntos. Salimos y nos lo pensamos. Se nos escapa un parrafito en catalán y los dos surafricanos se miran asombrados de que existan otras lenguas aparte del inglés. Rectificamos y traducimos. El portugués nos contesta en catalán, confirmando su gran capacidad para el aprendizaje de las lenguas por imitación. Decidimos entrar y separarnos. La parejita de boers por un lado, el políglota se sienta con Maria José y Nuria y yo en otra mesa. Hacemos varias  visitas al lavabo con el fin de controlar como va la cosa y si nuestra tercera cabeza necesita un cable. María José le tiene que hablar en los diferentes acentos de España al experto en lenguas. Como tiene muy buena madera hace lo que se le pide con bastante acierto. Lo que no le hace tanta gracia  es que el otro le fuerce a comerse todo lo que él no se puede acabar, con la excusa de que ella solo se ha comido un plato y de que se va a quedar con hambre. Postres y sonrisas parecen volar por el restaurante antes de salir.
      La perfecta velada tras la cena será una fiesta escocesa en un pub, o eso nos parece. La lástima es que, en principio  no hay sillas para poder escuchar la música sentadas. Pero nuestra destreza y nuestra falta de sentido de ridículo nos permiten localizar tres taburetes escondidos bajo las mesas. Durante un rato, que nos parece interminable, provocamos un pequeño atasco desfilando con las sillas en alto en el medio del pub cuando ya está sonando la música. Al final conseguimos ubicarnos en un rincón desde donde podemos observar todo con claridad: los violines frenéticos, las complejas fisionomías de los lugareños, el número de pintas que se toman todos, incluso las viejecitas. Antropología pura. Música celta que se acelera y se persigue a si misma, pegadiza y vital. La esencia de la isla vista tras una jarra de cerveza. Todo es casi perfecto en el orden del universo.
     Esta vez vamos en taxi directamente a la cama. Durante un buen rato siguen resonando los violines en nuestras cabezas.  
                                                                                  ( Continuará, en la cuarta y última entrega)




domingo, 25 de mayo de 2014

Viaje a Escocia (II)

Dos de las tres cabezas de la hidra, en las Highlands ( la otra estaba haciendo la foto, pero por debajo se comunicaban) 
En realidad  no parece una isla porque atravesamos un puente, un istmo artificial que facilita las cosas, aunque en el otro extremo de la isla hay un ferry que comunica con las demás islas.
Colin se emociona en el mismo momento en que las ruedas del microbús tocan el suelo de Skye. Admite, con su torpeza de oso, que siente algo especial por esa isla y nos agasaja con una sobredosis de baladas escocesas que se dirían especialmente compuestas para que disfrutemos del paisaje y recordemos a todos nuestros amores no correspondidos. Mientras tanto, al fondo del autocar, los tres adolescentes españoles siguen dormitando con los cascos puestos, tan ajenos al viaje como a si mismos, la parejita de sudafricanos se miran embelesados pero a la vez distantes y los tres componentes de  la familia húngara se mantienen tiesos en sus asientos como si una faja ortopédica les obligara a estar en esa postura.
Tenemos que decirle al guía si preferimos quedarnos en Portree o nos lleva directamente a los diferentes Bed and breakfast en los que estamos alojados. Empieza la ronda: primero la familia húngara, después los boers, el portugués errante y  los chinos. Cuando llegamos a la casa adjudicada a las dos chicas y el chico que están repantigados al fondo, estos contestan a las indicaciones de Colin riéndose y sin siquiera escucharle. Sentimos vergüenza patria. Por último nos deja a nosotras en el B&B de  la señora MacAlister, una matrona sonriente y sospechosamente amigable con el guía. Este nos explica que la ciudad-un grupito de casas de pescadores alrededor de un pintoresco puerto con tinglados de colorines- está a tan solo una milla y que podemos llegar  andando perfectamente.
            Finalmente la señora se presta a bajarnos en coche una vez hayamos dejado las cosas en nuestras habitaciones, con tal de que  nos fijemos en el camino y después de cenar volvamos en taxi o andando. Aceptamos la propuesta, dispuestas a conquistar la capital de la isla y a cenar de una manera decente por primera vez en los siete días que llevamos en Escocia, sin reparar en gastos. La misma emoción hace que no nos fijemos demasiado en el trayecto, solo una de nosotras retiene la silueta de un puente que cruza un barranco.
     
Vistas de Portree (“Puerto del Rey”) a las nueve de la noche, antes de perdernos.  
La cena no es tan gratificante como esperábamos, pues los restaurantes de pescado del puerto ya no tienen plazas y nos tenemos que conformar con el comedor de un hotel en el que vemos escenas de alcoholismo tambaleante de varios de sus clientes. Los dos jovenes sudafricanos cenan en una mesa del otro extremo. Nos miran y les saludamos. Son tan blanquitos e inocentes que suscitan en nosotras sentimientos encontrados: no sabríamos si arroparlos y cantarles una suave nana o darles un buen bofetón para que espabilen. Son tan recatados que aún no sabemos si son novios  o hermanos.
Decidimos volver a pie. Nos irá bien después  de tantas horas en autocar, y además no parecía tan lejos. A la salida del “pueblo-capital” nos cruzamos con la familia húngara y nos saludamos amistosamente. Les decimos que nosotras ya hemos cenado y que nos retiramos a la casa. A continuación, cuando se van, comentamos que no podemos entender cómo a ese chico tan guapo nadie le ha dicho que no pasa nada si la camisa no va abrochada hasta el último botón y que la cinturilla del pantalón puede cerrarse por debajo del ombligo. Aparte de eso parecen majos, con un especial sentido del humor, silencioso y cómplice.
Seguimos caminando y caminando. Y caminando. Hasta que nos damos cuenta de que hemos dejado atrás los caminos civilizados y estamos en plena carretera sin arcén y sin luces. Es la carretera que bordea la isla, y nuestra casa estaba en el interior. Durante un rato nos vamos haciendo conscientes de que podríamos estar perdidas, pero la borrachera que nos da la libertad de la que gozamos nos hace reír, cantar y decir muchas tonterías en voz alta. En ese momento nos sentimos la medida de todas las cosas y conseguimos vernos a nosotras mismas a vista de pájaro en esa costa increíble y salvaje, lejos de responsabilidades, lavadoras y evaluaciones. Al final, empieza a oscurecer, a pesar de que en estas tierras nórdicas la luz se resiste a dimitir.
Decidimos desandar el camino y buscar un taxi. Cuando el pueblo se vuelve a acercar vemos a los húngaros de regreso a lo lejos y nos escondemos en una entrada hasta que los perdemos de vista. Una hora después de nuestra salida de Portree, llegamos a algo que podría llamarse con mucho optimismo la Plaza Mayor del pueblo y en cuanto vemos el puesto de la policía no dudamos en entrar corriendo para que nos orienten sobre como regresar al cottage de Miss MacAlister. Decimos algo parecido a la traducción inglesa de –“¡Señor agente, señor agente, nos hemos perdido!”. El oficial de guardia mira de reojo a su acompañante y nos señala la parada del taxi, enfrente mismo de la policía. Sonreímos cansadas y nos metemos en el taxi con la tarjeta del bed and breakfast en ristre. Se la enseñamos al conductor y callamos como muertas.
Son las once y media de la noche cuando llegamos a la casa. Nos duchamos y tras un breve comentario de la jugada en la habitación compartida nos quedamos torradas en nuestras aseadas camas con edredón de plumas.

El  hecho de que a las cuatro de la madrugada ya entre luz por la ventana nos da una idea exacta de cuan al norte está la isla. Maria José se pone un antifaz y se da la vuelta. Yo cierro los ojos y retomo el sueño hasta las siete y media de la mañana, justo a tiempo para vestirnos y acudir al opíparo desayuno escocés que nos ha preparado la señora Mac Alister. Van desfilando ante nuestros ojos platos con suculentos huevos fritos, champiñones, tomates, beicon y salchichas, tostadas, mermeladas, cereales, zumos, leche, porridge  y té. Nos levantamos totalmente empachadas, pero felices.
A las ocho y media en punto nos viene a recoger a la base del chalet Colin y su autocar disciplinado. Bajamos corriendo, nerviosas por no llegar ni un minuto fuera del horario previsto. Goodmornigs  efusivos a los ocupantes del minibús. Solo faltan los tres teenagers por recoger.
Cuando llegamos a la casa donde se hospedan los tres dechados de buena educación que representan a la juventud de nuestro país en este microcosmos móvil, hay que esperar un rato porque no aparecen. Nos miramos con santa indignación. El guía empieza a ponerse nervioso. Ya nos había advertido en el discurso de presentación que nos dio el primer día- antes de poner el autocar en marcha- que sería muy estricto con la  puntualidad y que esperaba que nosotros también lo fuéramos. Finalmente, después de 15 minutos de espera se dirige hacia la casa y al cabo de otros diez lo vemos aparecer por delante del grupo de los tres, que vienen soñolientos, comiéndose una especie de sándwiches destartalados y fumando algo que no sabemos si son porros o tabaco liado. Entra al autocar hecho una fiera y cuando el trío pretende subir comiendo el guía les dice:
-Throw the sandwiches away!!. It’s nine o’ clock. You have had enough time to have breakfast, you don’t have any excuse at all! – y arranca el autocar.
 Los tres entran impasibles, sin decir ni el clásico  “I’m sorry, I´m late” que aprendieron cuando sus papis les pagaron su primera lección de inglés, allá por el parvulario. Yo les digo: Good morning, no?? No contestan. Cuando llegan al fondo del autocar se desploman agotados en sus asientos y se ponen a dormir. Si por nosotras fuera les someteríamos a una buena descarga eléctrica en plan “reflejo condicionado” y a continuación le daríamos un  masaje en la espalda a nuestro pedazo de vikingo para que condujera más relajado y no tan rápido, pero nos conformamos con suspirar un poco más fuerte de lo normal.
El segundo día lo vamos a dedicar- nos dice- a conocer a fondo la isla de Skye. Hasta las 7 de la tarde vamos a aprovechar el tiempo al máximo, que para eso hemos pagado el billete. Miradas oblicuas. No nos tenemos que preocupar porque habrá tiempo para todo y haremos paradas para comer y para las consabidas facilities.
El panorama es  impresionante desde el primer momento, la amplitud del horizonte es tal que lo que conseguimos fotografiar con nuestras cámaras no es ni una décima parte de lo que pueden abarcar nuestra mirada. Lamentamos no haber traído un gran-angular. El guía nos da información sobre los orígenes geológicos de la isla y sobre la dura vida de sus gentes a lo largo de la historia, la cultura gaélica  y la caprichosa meteorología. Todo el mundo escucha sin atreverse a respirar cuando Colin habla, menos los padres chinos y los del gallinero. Incluso los que no escuchan no se atreven a hablar, tal como dejó claro el conductor con su furiosa reacción tras la primera interrupción, el primer día. Pavlov sabía lo que se hacía. Si dos de nosotros estamos hablando, en cuanto enchufa el micrófono nos miramos como disculpándonos y el interlocutor acepta con complicidad posponer la conversación.

 Hacemos broma entre nosotras de que el “hombre-orquesta” tiene unos botones en el cuadro de mandos capaces de activar un mecanismo que abre una trampilla bajo el asiento del que hable, e incluso barajamos la posibilidad de que “la mano que anda suelta”- de un cuento que nos explicaron en el tour de fantasmas- pueda llegar hasta nosotras para darnos una colleja si seguimos charlando. La suerte es que todo lo que explica es muy interesante, y seguimos sintiéndonos superiores a él porque conocemos su pasado psicológico. Además así aprendemos nuevas técnicas para controlar al alumnado.

La primera parada del recorrido es una enjundiosa subida de casi dos horas a una enorme mola llamada  Old Man of Storr. Bendecimos el desayuno de nuestra cocinera  y empezamos el ascenso. El camino es empinado, al principio vamos todos más o menos juntos, pero al cabo de media hora cada uno sigue su propio ritmo. La familia china no puede avanzar muy rápido debido a los zuecos con tacón que lleva la madre y a que en realidad no les interesa mucho este paisaje tan extraño, ellos solo querían estar con su hija. Al dividirnos en grupos podemos charlar con tranquilidad con todos los que vamos pillando por el camino. Maria José, nadadora entrenadísima y deportista capaz de soportar esfuerzos titánicos, hace rato que ha acelerado con los dos chicarrones recios: el húngaro y el portugués. Nuria y yo vamos en el pelotón intermedio haciendo fotos, disfrutando del paisaje y hablándole a quien se nos cruce, ovejas peludas incluidas. En el fondo del valle el guía espera al trío desnutrido para cerrar la puerta de un cercado que evita que se escapen las ovejas, lo cual contradice la creencia popular de que no se pueden poner puertas al campo. 

Una parte del paisaje que se puede ver desde la cima de “Old Man of Storr”


 Desde la cima del gran monolito se puede ver un panorama de 360º impresionante: la meseta erosionada y tapizada por una alfombra verde rasgada por rocas que sobresalen como cuchillos, las nubes que cambian constantemente de localización y filtran la luz en diferentes tonos, y las masas de agua que se confunden y se comunican con las montañas (En el cole nos enseñaron a pintar las montañas de color marrón, pero definitivamente son azules!! Que alguien avise a los profesores de primaria, que han estropeado a tantas generaciones!).
La falta de resuello después de tanto rato subiendo riscos y el orgullo de haber conseguido llegar (gracias a los huevos fritos de miss  Mac Alister) nos hace sentir poderosas y totalmente conectadas con esta naturaleza contundente. Bajamos el valle tan contentas como si nos hubiéramos dado un chute de EPO.
Nos subimos al autocar y mientras escuchamos “Caledonia” de Dougie MacLean nos explicamos en voz baja  la nueva información para el estudio antropológico: resulta que el chico húngaro acaba de terminar sus estudios de derecho en Inglaterra y ahora se va hacer un máster a los Estados Unidos. Nos quedamos tranquilas porque allí ya le enseñarán lo de los botones de la camisa. El políglota es un profesor de portugués en París, y el hombre tiene bastante guasa y desenvoltura. La chica china no habla muy bien de la comida y el clima inglés y está deseando volverse a su país donde todo es más saludable y diáfano. Su padre ha aprovechado el camino de subida para tener unas cuantas reuniones de negocios por teléfono, mientras la madre sufría horrores con sus calcetines y sus zapatos. La hija ha dicho que ellos no tienen ningunas ganas de caminar, que se quedarían en el coche.
La música nos relaja mientras asimilamos la nueva información. Los sudafricanos aun son un misterio sin desvelar, pero todo se andará. A los madrileños los hemos dejado ya por imposibles. Seguimos la ruta durante un buen rato. Callamos, miramos y escuchamos.

                                                                                                        ( To be continued)





miércoles, 21 de mayo de 2014

Viaje a Escocia ( I )

                                                                                            La hidra de tres cabezas


-Folks, please, put your feet away from the back of my seat!
La joven china le dice algo a su madre con suavidad, y a continuación la madre retira los pies del respaldo del asiento que tiene delante.
Colin se atusa el cuello de la camisa y continúa, con voz modulada y didáctica, su explicación sobre el paisaje de las Highlands, mientras conduce el minibús que nos lleva, en un tour de tres días, hacia la isla de Skye.
Las tres nos miramos de reojo. Nuria desvía la cabeza hacia la ventanilla, tratando de contener la risa.
Según nuestro primer diagnóstico, realizado en la primera parada destinada a utilizar las toilette facilities, el autocar está ocupado por varios “individuos colectivos”, que hemos definido como: “grupos de personas que actúan como una sola y que funcionan con un código completamente distinto al de los demás”. Hay “individuos” chinos, húngaros, sudafricanos, portugueses y españoles. Un verdadero laboratorio antropológico ante el cual nos relamemos los bigotes.
El primer personaje colectivo somos nosotras mismas, una  bulliciosa hidra de tres cabezas que reproduce a la perfección el tópico de que las españolas son sociables y salerosas. De vacaciones de nosotras mismas y  dispuestas a divertirnos caiga quien caiga, saludamos a todos y hablamos por los codos, aun a costa de que algunas palabras no  existan en los diccionarios ingleses. Las tres azafatas de la farándula, como nos hemos autodenominado para permitirnos así ser atrevidas sin remordimientos con las etiquetas que colguemos a los demás
Nuria está sentada en el asiento individual de la primera fila. Al mismo nivel, en el asiento doble, está la madre y la hija chinas (como en las cartas de las familias-decimos, en uno de nuestros primeros intentos de clasificación del caos racial que reina en el microbús-pero sin trajes tradicionales). La madre lleva una coleta y parece más joven de lo que debe ser en realidad, solo si se observa muy de cerca su cutis sin brillo se la puede situar en la cuarentena tardía. Su atuendo es algo extraño: usa unos  pantalones de chándal impermeables, lleva los pies enfundados en unos calcetines blancos  y encima unas sandalias-zuecos con bastante tacón, que más adelante le resultarán bastante incómodas para caminar por los caminos empinados de la isla. La hija china lleva el pelo corto, escalado y teñido con mechas anaranjadas, y su ropa es oscura y moderna. Entiende y asume el comportamiento occidental porque, como acabaremos averiguando, ha pasado los últimos cuatro años estudiando en Inglaterra. Pero sus padres acaban de llegar de China para asistir a la fiesta de graduación de su hija, y después regresar juntos a su país. Por tanto no comprenden ni una palabra de inglés, y lo que es peor, desconocen los más básicos rudimentos de nuestras normas de convivencia.
Esto- juntamente con el profundo respeto que los hijos tienen hacia sus mayores en  esa cultura, lo cual no permite que en ningún caso se les pueda enmendar la plana- ha creado ya algunos problemas relacionados con escandalosos bostezos, arreglo de uñas de manos y pies, y  una amplia variedad de indisimulados gases  procedentes de distintos procesos digestivos. 
Mientras sus padres realizan sus rituales la hija calla y mira el paisaje. Nosotras tres nos miramos pasmadas y también dirigimos la vista hacia el socorrido paisaje, un magnífico valle glaciar. Pero esta última vez, tras la queja que el guía intercala en su discurso, sí se atreve a decirle algo a su madre,  que inmediatamente retira los pies del respaldo del asiento del conductor-guía.
El conductor-guía, Colin, es un auténtico hombre orquesta. Uno de esos raros  especímenes masculinos capaces de hacer varias cosas a la vez,  todas con precisión y eficacia. Mientras conduce saluda con una cadencia de viejo colega a todos los autocares y camiones con los que se cruza. Al mismo tiempo explica con pasión-como si diera un speech en un congreso del partido nacionalista escocés- todo lo que debemos saber para comprender  la historia de Escocia, su naturaleza, sus gentes, sus luchas contra los ingleses y sus reyes. Cada tramo de su discurso precedido de la música más apropiada y con un ritmo totalmente calculado para  poder terminar la explicación justo antes de la parada en la que nos mostrará lo que nos acaba de explicar. Ni más ni menos que el conductor estándar, llamémosle Manolo, al que estamos acostumbrados en nuestro país.
Tremendo hombretón, recio y de rostro fiero-se diría descendiente directo de Flora MacDonald,  y se le podría visualizar fácilmente luchando contra el clan de los MacLeods -, le habla a su micrófono inalámbrico con la audacia de un gran orador, pero si le diriges la palabra se convierte en un niño asustadizo y tímido, incapaz de mirarte a los ojos. Dos hombres en uno: el ardiente guerrero y el gigante sensible. Una bestia noble que nos enternece del mismo modo que lo hacen nuestros  alumnos adolescentes. Eso sí, se pone muy nervioso si no se obedecen sus normas a rajatabla. Entonces una furia milenaria le brota por entre sus dientes mal alineados, y todos temblamos como hacía la Bella ante los arrebatos de la Bestia.
Enseguida, en la primera parada que hacemos para comer algo - un área de servicio repleta de güisquis y mantas escocesas- sacamos nuestras propias conclusiones psicológicas y hablamos de complejos, de que debía de ser el gordito de la clase, de que las chicas se le burlaban y por eso ahora es tan arisco con las mujeres, especialmente con las profesoras catalanas.
 Autocar disciplinado y antropológico

A la hora prevista todo el mundo se dirige al autocar.
-Voy a tomar posiciones-dice María José.
En la segunda fila del autocar nos sentamos María José, el padre chino y yo. Yo en el asiento individual, María José luchando por que no le invada su espacio un señor con el que no se puede comunicar de ninguna manera y al que le gusta sentarse con amplitud y comodidad antes de quedarse dormido tras unos elocuentes bostezos y estiramientos.
Van entrando todos, y cuando el que hemos llamado a  priori “el francés”-según lo que dijo cuando el guía preguntó de dónde veníamos- entra en el autobús, Nuria dice:
        -Ya entra el penúltimo- refiriéndose a que, otra vez el grupito de los tres adolescentes madrileños entrará en último lugar, huraños y pasotas hasta la vergüenza ajena. Cuando el francés-que luego resultará ser portugués y políglota-pasa a nuestro lado, nos dice
          -Estas tías españolas siempre charlando!
 Nos deslizamos ligeramente hacia abajo en nuestros asientos y dejamos que nuestras miradas queden suspendidas en el sorprendente panorama que nos envuelve. Habrá que ser un poco más cautas en nuestros comentarios.
El minibús recorre millas y millas a lo largo de una sucesión de paisajes naturales: prados inmensos y montañas modeladas por antiguos glaciares, rocas volcánicas y turba, cascadas y parques naturales con bosques del pino autóctono, una especie extraña y altiva rodeada de plantaciones intrusas. Historia de los clanes escoceses y música celta, lagos grandes como mares (uno de los menos espectaculares es el famoso lago Ness), y profundos como su pronunciación en gaélico: Loch, cuyo final se convierte en una j prolongada y gutural en boca de Colin.                                                                                  
Casi siete horas de autocar-como si fuéramos desde Barcelona hasta Sevilla, decimos- con paradas en lugares estratégicos para tomar algo, ir al lavabo o contemplar las vistas. En los lugares más insospechados aparecen gaiteros ensordecedores dispuestos a posar para que tus parientes vean en la foto lo que es una kilt.  
Por fin, tras dejar atrás el espectacular castillo de Eilean Donan (con la promesa de que en el viaje de vuelta pararemos y con el requerimiento de que le digamos al final del día cuantos de nosotros querremos entrar, para reservar unas entradas más baratas) llegamos a la isla de Skye.



Esta es la primera parte de la crónica de un viaje que realicé hace unos años a Escocia , con una beca de la Generalitat  para mejorar el inglés, durante tres semanas. 

jueves, 8 de mayo de 2014

El ciclo de la materia



                                                                                           
         
      Atravesando nubes de gas y vacíos de materia oscura, nuestro átomo de nitrógeno sale disparado de la supernova y -tras un larguísimo peregrinaje- se sitúa sobre el huerto de mi abuela. Como si esperara la ocasión -asido a las isobaras de los nubarrones- cae con la lluvia. Deduciremos que una de las lechugas lo absorbió del suelo y lo incorporó a la fresquísima hoja que mi abuela comió la noche en que concibió a su hija. Vamos a conjeturar también que mi madre conservó aquel átomo, agazapado en uno de esos tejidos que apenas se renuevan, mientras vivió.
         Yo también cultivo un huerto ecológico. Esta mañana, al recoger la urna, lo he planeado. Acabo de esparcir un puñadito de sus cenizas sobre los pimpollos de las lechugas, esas que este año me comeré con la secreta esperanza de retrasar un poquito el devastador ciclo de la materia. 
              

Esta ha sido mi propuesta para este mes en "Esta noche te cuento" con el tema "En la isla de las mujeres" y ha conseguido una mención del jurado
El cuadro es de Van Gogh 

domingo, 4 de mayo de 2014

La hermandad



                                               


       En la franquicia de ropa todas las adolescentes se prueban muchos pantalones. A las pobres ninguno les acaba de sentar bien, aparte de no combinarles con lo que ya tienen. Vuelven a dar otra vuelta por la tienda, remueven aparadores, calculan tallas, encuentran tesoros y después de hacer cola entran en el vestuario esgrimiendo una pieza de plástico con un número que simboliza las cinco, seis o siete piezas que se van a probar.
    La música máquina retruena sin compasión, vibrante y telúrica, como si procediera del infierno.
    Las madres de las adolescentes esperan-¿o sería más preciso decir que desesperan?- que se acabe el ritual. Algunas poseen temples de atleta y resisten imperturbables las embestidas de las niñas, que las usan como perchero de lo que van eligiendo y las acusan sin palabras de ser las culpables de estar tan gordas. Las más equilibradas consiguen no reaccionar ante la voz crispada y capitalista de la niña que les recuerda que “no tiene pantalones”. Otras, a los veinte minutos necesitan recurrir a un disimulado Trankimazin bajo la lengua para sobrellevar el trance de que sus hijas las quieran, pero también las exploten e incluso pasen un poco de vergüenza ajena por ellas. 
     Todas ellas son aun jóvenes, unas réplicas maduras de las insaciables consumistas que llenan los probadores, pero en ese momento se sienten muy viejas y creen que, en lo que se refiere a la educación de sus hijas, lo han hecho todo mal. Entre ellas se reconocen, resignadas y solidarias. Media sonrisa, apoyar el peso en la otra pierna o mirar el reloj son algunas de las conductas que les apaciguan al verla en otra de su misma condición. Cuando ya llevan un buen rato se sitúan en diferentes zonas de la tienda: una se resguarda tras las camisetas de tirantes, otra disimula con el móvil en la zona de las sudaderas, otra finge que busca una talla de pantalones pitillo, las más afortunadas se dirigen-con la niña momentáneamente aplacada y complaciente- hacia la caja, para pagar. El acero se tensa en sus mandíbulas, la música no ha parado de golpear sus sistemas nerviosos. Nadie les había avisado de los peajes de la adolescencia.
     Y, de repente, cuando los altavoces avisan de que en breve van a cerrar, una corriente eléctrica recorre los lugares estratégicos donde se agazapan. Se asoman, se buscan con los ojos inyectados en sangre, levantan sus cabezas al unísono y- sin saber a qué impulso ancestral obedecen-  inundan la tienda con un tremendo y prolongado aullido, con el que saludan a la luna y dan por finalizada la tarde de compras.


Dedicado a todas las madres con hijas adolescentes


La fotografía fue tomada en un mercadillo de Loughborough( Inglaterra)