Fotomontaje de Elías Ruíz Monserrat
Cuando la azafata me ofrece jugar a un Rasca y Gana solidario,
la señora de delante continúa haciendo eso que ella hace con el lenguaje.
Ráfagas de palabrería ametrallan a la pobre desconocida que el azar ha
depositado a su lado. Arma más jaleo que las cotorras y los atascos de tráfico.
Su voz de alta frecuencia perfora el mapa de sonidos ambientales, incluso el
rugido del avión queda silenciado tras la retahíla de argumentos que le propina
a su víctima. Sin pausa, sin posibilidad de réplica, sin respiro.
Su boca se abre para vomitar un exuberante catálogo de
lugares comunes ensartados por conectores de reality televisivo: A fin de
cuentas, Tú ya me entiendes, Esta sí que es buena, Cojo y le suelto…
A través del espacio entre los respaldos, veo cómo se
eleva su busto cuando comenta que lleva camiseta térmica, cómo se le mece el
flequillo al explicar que sus nietos viven en Inglaterra y hablan tres idiomas
porque los niños son esponjas. Carnosa y rubicunda, vibra como un diapasón
metido en un flan.
Solo deseo aterrizar. Aunque sé que volveré a
encontrármela. En otro viaje, en el trabajo, en la calle. Encarnada en otros
sujetos. Clones que se consumen quemando palabras de baja calidad, robando
atención, invadiendo el sistema nervioso de los demás.
Y entonces, ocurre. Cuando su voz ocupa todo el
espacio en mi cabeza, suena la alarma y salen disparadas las máscaras de
oxígeno. O quizá sea debido al alarido que surge de mi garganta y deja a todo
el mundo en silencio. Bueno, a todo el mundo no. Ella se vuelve, me dedica
unos morritos fruncidos de color fucsia, y continúa explicándole las ventajas
del sistema educativo inglés a su sufrida compañera de viaje, que asiente como
un autómata atascado.
Este relato ha sido publicado en la sección de microrrelatos de Infolibre, Liebre por gato, coordinada por Gemma Pellicer y Fernando Valls el 2 de julio del 2021. ¡Gracias! Y no digo nada más, no quiero que se diga que hablo demasiado.
son ese tipo de personas expansivas, ¿verdad? Parecen querer ocupar todo el espacio, todas las conversaciones... como diría mi abuela, ser la novia en la boda y el muerto en el entierro.
ResponderEliminarMe ha gustado el relato.
Exacto, la expansión en su máxima expresión. En ese formato de conducta que invade territorios, que se auto-invita a fiestas, que no calcula daños colaterales. Tenía ganas de hacerle un retrato caricaturizado, no me quedan más armas ante semejantes tanques. ¡Gracias!
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