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viernes, 26 de junio de 2020

Como un bendito


Fotografía tomada en una exposición de Louise Bourgeois, en el MOMA de Nueva York 


Consigo escapar por los pelos de las garras de un tremendo Dientes de sable. Empapada en un sudor helado recupero el aliento, y ya fuera de su alcance me ajusto los tapones de los oídos.
Resignada, imagino a qué otras pesadillas podrían incorporar esos malditos ronquidos: ¿Otro depredador menos pretencioso?, ¿Una avalancha?, ¿Un maremoto? Intento deslizarme de nuevo hacia la inconsciencia, pero unas puertas giratorias me devuelven a la habitación.
Desde mi lado de la cama veo cómo se balancea, suspendida en el centro del techo, una inquietante araña albina. Debería haber limpiado la casa más a fondo, me digo. Noto cómo se tensan los hilos que nos sostienen. La cama se desliza hacia el vórtice de una espiral en cuyo centro nos espera ella, simétrica y risueña.
Incapaz de hacer nada, sólo me queda contemplar la escena que se refleja −distorsionada y creciente− en cada uno de sus ocho ojos frontales. Yo, aferrada a la almohada con la desesperación de un náufrago insomne. Mi marido, recuperándose de su día agotador de teletrabajo y emitiendo por su boca abierta otro patético rugido de viejo león.


Este microrrelato ha sido seleccionado para la antología Brevirus, de la revista argentina Brevilla. En este link se puede descargar esta antología internacional con los textos de 278 escritores de 22 países. Muy agradecida por estar aquí.
Portada de Sergio Astorga para la antología de Brevirus


sábado, 13 de junio de 2020

Infierno grande




Para el bautizo de su niña encargó cuarenta imanes con una fotografía del bebé saliendo de un cogollito color crema. Los repartió entre sus familiares y los que vinieron desde lejos de la parte de su marido a la celebración. Una fiesta interminable que montó a regañadientes en una finca alquilada.  Pero su suegra, tras el segundo día de fastos familiares, le dijo que le parecían pocos.  Ella regresaría a su casa y tenía compromisos. Necesitaba más imanes: para todos los vecinos, para sus amigas de las meriendas de los jueves, para los feligreses de su parroquia. Y para unos primos lejanos que no habían podido venir al festejo. A la mamá de la criatura le horrorizó la idea de en el vecindario de su suegra las puertas de todas las neveras lucieran a su niña junto a una imagen de la torre Eiffel. O todavía peor: diluida en una masa indistinguible de niños bautizados en ese pueblo de mala muerte en el que todos tienen que estar en la casa de todos y de cualquier cosa se tiene hacer una competición.  Se negó, desafiante, aún a riesgo de que lo siguiente a celebrar fuera su divorcio.


Con este microrrelato he participado  en la actual convocatoria de Esta noche te cuento  dedicado al tema de la fotografía. En realidad quería escribir un cuento a partir de la frase "Pueblo chico, infierno grande".