La
tristeza original
Para ella lo más complicado no
fue el primer pecado, sino el primer duelo. No resultó nada fácil ser la madre
tanto de la víctima como del verdugo del asesinato inaugural. Y menos aún saber
que la humanidad entera descendería de Caín, y no del bueno de Abel.
Temblores
A
pesar de toda la morralla que le había tocado en la lotería de la vida, siempre
fue muy coqueta. Cada mañana se vestía y se pintaba con esmero antes de salir a
limpiar casas. Cada mañana su marido le ladraba: ¿A dónde vas tan guapa? El
día que te encuentre con otro os mato a los dos.
Durante
una temporada, él contrató a un tipo ─un conocido del barrio─ para que la
vigilara. A lo largo de las cuatro horas que ella necesitaba para dejar
resplandecientes el piso y la escalera de turno, el detective de pacotilla
esperaba en su coche haciendo crucigramas. Eso lo supo años más tarde, cuando,
azuzada por los hijos, se decidió por fin a pedir el divorcio. A partir de
entonces pudo entrar en su casa sin aquel temblor metálico, acertando con la
llave a la primera.
Pero
ahora él se ha puesto muy enfermo. Y la ha convencido para que se casen otra
vez. Así podrás cobrar la viudedad, le ha dicho con la actitud
obsequiosa y complaciente de quien entrega un regalo. También le ha insinuado,
sin soltar el gesto, que deberá dejar de trabajar para poder cuidarle bien.
Mientras aguardan su turno en la sala de espera de la abogada, no le tiembla el
pulso cuando le acaricia la mejilla y le susurra: ¡Tú siempre tan guapa!
Delirios de grandeza
El
doctor Meyer reunió a los tres Jesucristos de su institución. Ansioso por
presumir de su nueva terapia en círculos académicos, inició el experimento.
Retó a los sujetos ─A, B y C─ a que decidieran quién de ellos era el
auténtico. A continuación, los dejó a
solas durante una hora.
Tres
personas distintas. Sentados en los vértices de un triángulo imaginario,
cotejaron biografías. Los tres reconocieron poseer esa mezcla de vulnerabilidad
y poder tan propia del Maestro. Todos se habían sentido abandonados en el
momento crucial, como Él. Confortados por esa inesperada comunión, decidieron
compartir el cargo en un órgano colegiado secreto. Continuarían con su
inofensivo mesianismo, pero mostrarían la conducta que en el fondo se esperaba
de ellos en ese lugar.
Cuando
el doctor Meyer regresó, A tamborileaba los dedos contra la mesa, B gemía
acurrucado en un rincón y C recorría el perímetro de la estancia.
Mientras
tanto, en otra sala, cuatro Napoleones preparaban la estrategia de Waterloo a
espaldas de aquel individuo con bata blanca que, con sus delirios de grandeza,
tenía la patética pretensión de curarles.
Estos tres microrrelatos han sido publicados en el número de enero 2023 de la revista Quimera. ¡Gracias!