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miércoles, 22 de abril de 2015

Wingardium leviosa

Fotografía de Elías Ruiz Monserrat 


O se han confundido de brebaje o he dicho mal el encantamiento. Los objetos continúan aplastados contra la horizontal. Ideas y sueños siguen reptando cual gusanos. En cambio, noto una extraña perturbación sensorial: ayer en la piscina una cola de sirena hizo splash en el carril de al lado, y esta mañana en lugar de la intratable vecina del tercero ha entrado un troll en el ascensor.

El folleto decía: “Elevamos sueños, le permitimos levitar unos centímetros por encima de la realidad“. Yo solo quería sentirme ligera. Está claro que una no debe fiarse de los hechiceros no adscritos a la Seguridad Social.









Con este microrrelato participé, sin suerte, en el I Premio de microrrelato IASA Ascensores ( el requisito era que el micro incluyera la frase: "elevamos sueños"). Yo sigo bajo los efectos de la magia , levitando un poquito y viendo cosas raras...como siempre,  por otra parte.

jueves, 16 de abril de 2015

Botánica para enamorados/ Botànica per a enamorats



El cuadro es de José Luís G. Tercero


Con los niños de cinco años me gusta trabajar las rimas y las adivinanzas como una forma de que adquieran vocabulario e incorporen el ritmo en el lenguaje. Les encanta repetir la adivinanza y a continuación intentar acertarla. Cuando deducen su significado levantan la mano, y  por riguroso orden van dando sus interpretaciones.
Ese día tocaba un versito de tema botánico. Decía algo así como: “Su aroma consigue a los enamorados cautivar, pero si la tocas te puedes pinchar”
Jonathan fue el primero en levantar la mano. Era un crío muy espontáneo, al que le costaban horrores los números, pero que conseguía hacerme reír por dentro cada día con sus ocurrencias tan apegadas a lo concreto, a lo simple, a su experiencia de la realidad.
Le pregunté si estaba seguro de querer explicar qué significaba, si no se lo quería pensar un poco más. Su cuerpo grandote se sacudió en una protesta a mi desconfianza. Insistió en que él lo sabía, que se lo dejase decir.
Cedí. Pensé que, al ser tan fácil, sería una buena ocasión para reforzar su autoestima alabándole la respuesta.
—Es un cardo —soltó, contundente y triunfal.
—¿Un cardo? —abrí los ojos, desprevenida.
—Cuando voy en bici con mis hermanos por el huerto cogemos cardos. ¡Y pinchan! —se justificó, tan tranquilo.
—Sí, pero no cautivan a los enamorados —maticé, todavía descolocada.
—…¡Y yo qué sé quiénes son esos! —dijo, encogiéndose de hombros, como si me echase la culpa por enseñarles esas palabrotas tan raras.

Esta vez la risa me explotó en la garganta sin ninguna contención.




Amb els nens de cinc anys m'agrada treballar les rimes i endevinalles com un mitjà perquè adquireixin vocabulari i incorporin el ritme en el llenguatge. Els encanta repetir l'endevinalla i tot seguit intentar encertar-la. Quan dedueixen el seu significat aixequen la mà, i per rigorós ordre van expressant les seves interpretacions.
Aquell dia tocava un verset de tema botànic. Deia una cosa així com: "El seu aroma aconsegueix als enamorats captivar, però si la toques et pots punxar".
Jonathan va ser el primer a aixecar la mà. Era un noi molt espontani, al que no li agradaven gens els números, però que aconseguia fer-me riure per dins cada dia amb les seves ocurrències de la mà de tot allò que era concret, simple, en el context de la seva realitat.
Li vaig preguntar si estava segur de voler explicar què significava, si no volia pensar-s'ho una mica més. El seu cos rodanxó es va sacsejar tot protestant a la meva desconfiança. Va insistir en què ho sabia, que li ho deixés dir.
Vaig cedir. Vaig pensar que, en ser tan fàcil, seria una bona ocasió per reforçar la seva autoestima lloant la resposta.
—És una carxofa —va etzibar, contundent i triomfal.
—Una carxofa? —vaig obrir els ulls com plats, desprevinguda.
—Jo, quan vaig en bici amb els meus germans per l'hort agafem carxofes. I punxen! —es va justificar, tan tranquil.
—Sí, però no captiven els enamorats —vaig matisar encara descol·locada.
—... i jo que sé qui són, aquests! —va dir, tot arronsant les espatlles, com si em donés la culpa per ensenyar aquestes paraulotes tan rares.
Aquesta vegada el riure em va esclatar a la gola sense cap contenció.



sábado, 4 de abril de 2015

Los delicados pies de Leonor

Fotografía hecha por Elías Ruiz Monserrat en la casa familiar, el día del 91 cumpleaños de mi padre,el nieto de Leonor.

Las versiones que había oído de mis parientes sobre las botas que siempre llevó mi bisabuela Leonor nunca me dejaron del todo satisfecha.
Mi tío Joaquín decía que las llevaba porque tenía una deformación- con un curioso nombre en latín que no consigo recordar- que producía el crecimiento curvado de sus uñas. Éstas acababan clavándose sobre su propia piel, impidiéndole caminar bien. Requería, pues,  la sujeción de una bota especial.
Mi padre, en cambio, siempre defendió como verdadera la explicación de que -debido a la vida regalada que había llevado en su infancia cubana rodeada de criadas y de caprichos- apenas había tenido necesidad de caminar y por esa razón se le habían atrofiado los músculos de los pies. Necesitaba botas y casi siempre estaba sentada.
Lo cierto es que esas botas me tuvieron fascinada durante todo el tiempo en que me dediqué a la arqueología familiar. En las fotos que se conservan de Leonor se la ve coqueta y con un gesto de dignidad en el rostro. Siempre sentada en su mecedora, luciendo esas botas tan especiales, que de lejos parecen zapatos con calcetines pues tienen la caña de color blanco y el pie de color negro simulando el contorno de un zapato.
Otra de las mitologías  familiares sostiene que ninguno de sus hijos vio jamás sus pies, y que había dado órdenes estrictas de que la enterrasen con las botas. En esto había una cosa extraña: el tono en el que se supone que había exigido que no le quitaran las botas al morir, pues se supone - ¿otro mito familiar?- que era extremadamente dulce y discreta. ¿Tan coqueta era, pues, como para desobedecer a su plácido carácter cubano en este tema?
Aparte de las botas, se llevó el secreto de sus pies a la tumba.
No me atrevo a hacer ninguna conjetura que pueda desacreditar a los ancianos de mi familia que todavía viven, pero el otro día me enteré de que varios de mis primos segundos -descendientes de la rama de mi bisabuela Leonor- han tenido un dedo supernumerario en los pies. Uno de mis primos, algo más joven que yo, me lo confirma. A él le operaron de pequeño y nunca ha tenido que llevar botas ortopédicas. Se ha ahorrado tener una anomalía que ocultar, aunque por otro lado se ha perdido el poder que otorga tener un secreto.
La versión de la atrofia por languidez luce mucho más romántica que la de un dedo de más, pero- por si acaso- cuando me nazca el primer nieto lo primero que pienso hacer es tratar de contar hasta cinco.