Los de Nazarí me pidieron que escribiera una crónica de cómo había ido la presentación que hicimos en Tortosa para su web. Yo soy muy obediente y lo hice. A mi manera, emocional y subjetiva, claro. Aquí está.
La
publicación de un libro lleva asociada una promesa de excitantes experiencias
por venir. Luego llega la realidad y no te defrauda en absoluto, solo que –aviesamente-
te sorprende sustituyendo las fantasías de empalagosas famas y rampantes
entradas en el olimpo de la literatura por experiencias muchísimo más
terrenales y valiosas.
En
mi caso, y hasta el momento, la publicación de Hormonautas ha supuesto una
ristra de prodigios entre los que se cuentan: el impresionante prólogo de
Beatriz Alonso, una performance de ese prólogo por parte de María José Lesmes
para quitarse el sombrero, la colaboración desinteresada de amigos y conocidos
( Iván Teruel, Miguelangel Flores, Rosana
Alonso) en la presentación en sociedad de mis cuentos, el saber que el
libro estará en las estanterías de Ana María Shua, y sobre todo el impensable
mensaje de solicitud de amistad en el Facebook de mi hija pequeña.
Solo
con eso ya se hubieran sobrepasado todas mis expectativas. Pero para lo que
ocurrió en Tortosa no podía estar preparada. Nadie puede estar preparado para
asimilar lo que allí pasó ¿Y qué es lo que pasó? Pues que en la Librería
Viladrich, sección papelería, ante un fondo de carpetas y libretas de colores
básicos y brillantes, se reunió un montón de gente de referencia en la vida de
la autora (la autora se distancia durante unas líneas de la primera
persona para verlo con perspectiva y
contener la emoción). Toda su familia (padre lúcido y nonagenario, hermanas,
cuñados, hijos, maridos, sobrinos…), parte de la pandilla de la adolescencia,
conocidos, antiguos vecinos... y una nutrida representación de las compañeras
teresianas de la clase de la señorita Mari Cruz ( ¿ profesora de BUP? ¿ de COU?
No, ¡era la profesora de primero de EGB!). Allí estaban todas esas niñitas
convertidas en unas cincuentonas vitales y desmelenadas. Igual que la autora, que
en esa ocasión (según su hijo) casi se le fue de las manos la presentación con
tantas risas, complicidades y cachondeos.
Y es que no hay mejor cemento para la vida
afectiva que compartir a un exhibicionista de infancia con uniforme de
cuadritos. Allí estaban todas las protagonistas de “Paisaje de infancia con
exhibicionista de fondo”. Dos de ellas (Yolanda Fernández y Luisa Fuentes)
leyendo el relato, las otras recordando y levantando la mano cuando se preguntó
quién se acordaba de “Dinototo”, confirmando de esta manera que no se trataba
de una leyenda urbana. Si además otras dos de aquellas compañeras de pupitre ( Cinta Daufí y Esther Villalbos) se prestaron
a hacer de presentadoras y consiguieron combinar en su exacta medida locuacidad
con sabiduría, la cosa se pone aún más emocionante. Para terminar Miquel Lobera,
catedrático emérito de bioquímica y por tanto gran conocedor del enrevesado mecanismo
de las hormonas, leyó con su profunda voz de bajo un relato titulado
“Hipótesis” con muchas irlandesas a bordo.
La
literatura supuestamente tiene mucho que ver con la emoción. Un buen libro no
te debería dejar indemne. Lo que no sabía yo era lo emocionante que puede
llegar a ser la presentación de un libro cuando se convierte en una máquina del
tiempo capaz de convocar a una porción de tu biografía y ésta se materializa en
una concentración de personas y de cariño inesperado y altamente nutritivo.