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viernes, 22 de octubre de 2021

La sopa estaba muy rica

 



No se ha quemado la casa. No están los bomberos en la entrada. No sale humo por la ventana del tercer piso. No se ha muerto la perra asfixiada o quemada. Por alguna prodigiosa casualidad, mi vida no se ha convertido en un infierno. 

Mi corazón continúa desbocado cuando aparco el coche y me dirijo hacia el interfono. Me contestan y me abren. Subo. Ya han comido. La sopa estaba muy rica, me dice el pequeño. En nuestro diminuto universo podría parecer que nada fuera aleatorio. Pero no nos dejemos engañar por las apariencias.

Aunque el tiempo suele avanzar en una dirección, a veces se retuerce y rebobina para volver al punto de partida. A las nueve de la mañana me preparo para salir hacia mi trabajo. Estresada, como casi siempre. Los pequeños ya han desayunado y se acaban de ir al cole. En lo que aparenta ser una misma escena, se solapan diferentes acciones: saco a la perra, preparo unas fotocopias, me tomo un café, pongo a hervir los fideos en el caldo que hice anoche y me lavo los dientes al bies. Hoy toca salida. Toda la mañana arrastrando alumnos en metro y tren para que puedan ver el microscopio electrónico de la Universidad. A las dos, ya de vuelta en el instituto, entro en el coche y de repente me acuerdo. Mi sistema nervioso tiembla de arriba abajo como si lo hubiera atravesado un rayo. El corazón continúa dando tumbos arrítimicos mientras conduzco los trece quilómetros más largos de mi biografía. Me ahogo en un mar de conjeturas. Oteo por la ventana antes de saltarme el primer semáforo del polígono. Grito obscenidades, rezo porfavor porfavor y aúllo como un licántropo al imaginar toda mi existencia enterrada bajo un montón de escombros humeantes. No respeto el stop de la última rotonda y aparco con un chirrido de ruedas quemadas justo delante de casa.

La perra me viene a saludar al recibidor meneando el rabo. La sopa estaba muy rica, mami, me dice mi hijo pequeño desde la cocina. Y entonces me suelto a llorar a moco tendido. Más tarde dejaré de martirizarme con el modo condicional para pasar a conjugar la realidad en un tranquilizador pretérito perfecto. Bendigo a mi hijo mayor por haberse quedado dormido y haber salido de casa después que yo. Por haber pasado por la cocina antes de irse. Por haber pensado: la despistada de mi madre se ha dejado el fuego encendido. Y a continuación erijo dentro de mí un altar expiatorio al Demiurgo del Azar y las Concatenaciones, para agradecerle que a veces juegue con nosotros a aparentar que todo está bajo control.  


sábado, 16 de octubre de 2021

Los mitos

 


                                                                                                                        Dedicado a Elena Casero

Gran parte del tiempo que me ha regalado la jubilación lo dedico a la nueva biblioteca de la aldea. Instalada en las dependencias del Ateneo Popular, ha ido creciendo como un organismo a partir de ocho pupitres desechados por la escuela, cinco estanterías cedidas por mis paisanos, unos bestsellers manoseados, algunas enciclopedias con manchas de humedad y todos mis libros. A veces recibimos inesperadas donaciones de algunas librerías. Paso todas las tardes allí con mi perra. Disfruto clasificando los ejemplares en secciones temáticas: Novela romántica, Clásicos Universales, Cuentos tradicionales y Mitología. Me encanta la mitología. Acabo de leer Los Mitos de Cthulhu, obsequio del poeta local. Impresionan esas imágenes de galerías excavadas bajo la tierra en cuyo interior, según Lovecraft, “han aprendido a caminar unas criaturas que sólo deberían arrastrarse”.

Este verano tuvimos que cerrar, hacía un calor infernal en esa habitación. Pero ya llegó septiembre y sus rutinas. Al encender el fluorescente he notado un extraño olor a cuero rancio. Lía se ha puesto a ladrar delante de un nuevo volumen situado entre Los mitos griegos de Graves y Las metamorfosis de Ovidio. No recuerdo haberlo recibido. Me sorprende tener frente a mí este libro que, según creo, trata de asuntos relativos a las leyes de los astros y de los muertos. Me dirijo al archivo, mientras la perra sigue olfateándolo y gimiendo, con el lomo erizado. Escribo el nombre del autor en una nueva ficha en la carpeta de la A: Abdul Alhazred. Y me digo a mí misma de que debo inaugurar una nueva estantería dedicada a la Magia, donde colocaré este texto ficticio que ha elegido nuestra humilde biblioteca para materializarse.

A partir de ahora los usuarios podrán gozar de la lectura de esta insólita obra titulada Necronomicon, un libro que supuestamente nunca existió. Lo más seguro es que nadie se sorprenda al verlo. Ni sospechen del peligro de locura y muerte que, según Lovecraft, acecha tras su tapa. Como mucho, mirarán el lomo y me felicitarán por haber conseguido un ejemplar tan antiguo.

Yo les sonreiré. Y me refugiaré otra vez en la magia de la literatura, como si fuera lo más normal.