
La sobrina de Adele
Bloch-Bauer, María Altman, tiene los mismos ojos tristes que su tía en el
retrato pintado en 1907 por Gustav Klimt, en el que posa con ese vestido
incongruente y dorado como una cúpula otomana. La heredera es en la actualidad
una aristocrática anciana con la cara cincelada y los ojos vencidos.
María Altman consiguió, después de un largo litigio,
recuperar el cuadro expoliado por los nazis a sus antepasados. Una vez lo tuvo
en sus manos no se le ocurrió un gesto más noble que subastarlo por más de 100
millones de dólares. El nuevo propietario, un magnate neoyorquino dedicado a la
industria de los cosméticos, quedó muy satisfecho con la transacción y la
octogenaria “muy emocionada”, según confesó en la rueda de prensa
posterior a la subasta.
Desde entonces la melancólica Adele Bloch-Bauer posa en alguna importante pared
- siempre joven, siempre triste y amarilla- rodeada de cosméticos, mientras su
sobrina acumula toda la humillación de sus antepasados en una caja fuerte
mostrando una avaricia casi a la altura de la que tuvo Hitler al pretender erigir,
con los cuadros robados, el museo más deslumbrante del mundo.