Los peligros del
exceso de información nunca serán suficientemente valorados.
Todas las mamás
creemos que nuestros hijos tienen una inteligencia superior a la media.
Todas nos saltamos
alegremente las etapas de su desarrollo cognitivo y les damos información sobre
cosas que ellos- a diferencia de los hijos de nuestras amigas- sí entenderán.
Pero sólo las madres
que somos biólogas y que además hemos cursado la asignatura de Desarrollo
Embrionario podemos ser tan pedantes que rocemos la catástrofe tratando de inocular toda nuestra ciencia a la menor ocasión.
Mi hija Noa, de tres
años, no solo sabe qué es el clítoris, sino dónde está situado exactamente y
cual es su homólogo embrionario en el cuerpo masculino.
El otro día, mientras
la duchaba, se abrió de piernas, desplegó las distintas capas de su cosita para
hacer pipí, y me dijo Y ésto ¿
qué es?
Yo seguí frotando sus
rodillas y, pretendiendo darle la misma importancia que si me hubiera
preguntado por el lóbulo de su oreja, le dije: Ah, ¿ésto? Esto es como un pito,
pero más pequeño. Y seguí con
la esponja piernas abajo, satisfecha de haberle sabido dar los datos anatómicos
sin más connotaciones. Después me entretuve un buen rato quitándole los
macarroncillos que tenía entre los dedos de sus pies.
Dos días más tarde la
información se había difundido como una gota de aceite en un papel secante. La
niña había contado a todos su amigos del cole, a su profesora y a sus dos
abuelas que ella también tenía pito. Un pito pequeñito.
Ayer me pasé toda la
tarde recordando con odio a mi profesor de Desarrollo Embrionario y sintiéndome
la peor madre del mundo.
Por la noche,
mientras la bañaba le dije: Oye
,¿ te acuerdas de lo que te dije el otro día del pito? Pues me equivoqué. No es
un pito, es un botón. ¿Un
botón? –contestó
rascándoselo- ah, vale.
Esta mañana me ha
dicho que le seguía picando el botón. Le he puesto un poco de talco, le he
cambiado las braguitas y la he llevado al cole sintiendo el enorme alivio de
haber conseguido hacer reversible algo que sin remedio la hubiera llevado a la
confusión, la promiscuidad y las drogas. He vuelto a casa pensando, admirada,
lo maleable que es el cerebro de los niños ( el de mi niña mucho más que el de
los hijos de mis amigas, estaba comprobado) y con la punzante sensación de que
tengo una conversación sobre botones pendiente con mi hija dentro de unos años.
Para Blanca Torres,
por sus jugosas anécdotas.
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