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viernes, 30 de mayo de 2014

Viaje a Escocia ( y IV)

Nos despedimos de nuestro B&B con otro estupendo desayuno y corremos con las bolsas hacia el autocar de Colin, resignadas a vivir nuestra última jornada del tour.
La primera parada es  la anunciada visita al castillo de Eilean Donan. Todos hemos pagado ya  las entradas menos los tres indecisos madrileños, que no sabían  si querían visitarlo o no. Parece que hoy se han levantado con un poquito de energía y se atreven a preguntarle al guía si aun están a tiempo. No, claro que no, pero tratará de conseguir entradas. Cuánta paciencia.
 
                                      El castillo de Eilean Donan, brumoso y enigmático

           El castillo- que ha servido de escenario para muchas películas, incluida una de James Bond- resulta ser como esas colchas americanas hechas de pedazos de telas: reconstruido varias veces sobre las ruinas previas, es como un ave fénix que renace constantemente de sus propias cenizas. Hay restos de la fortaleza de defensa construida contra los vikingos mezclados con muebles y ventanas emplomadas de estilo victoriano, incluso una mesa que formó parte del mobiliario de uno de los barcos del almirante Nelson. Por todas partes hay objetos que dan fe de un pasado violento: pistolas de duelo, dagas cortas, cuernos de pólvora… y  un cuadro de los miembros del clan de los  MacRae bailando como posesos la noche antes de la batalla de Kintail, tras la cual dejaron 58 viudas. Se exponen los planos de los diferentes castillos que hay dentro del castillo desde que era propiedad de “los señores de las islas” hasta el actual caserón que acoge las reuniones anuales de los descendientes de los MacRae que acuden como si nada desde Canadá, Australia y Nueva Zelanda a celebrar su fiestorra. Fotografías de niñas rubitas y señores con sus faldas escocesas atestiguan estos eventos, durante los cuales el castillo se cierra al público. Nosotras aprovechamos que no están los dueños y nos sentimos como en casa. Por un momento nos imaginamos presidiendo una recepción diplomática en esa gran sala con alfombra de cuadros escoceses, elegimos el dormitorio con mejores vistas o nos dirigimos a la cocina para dar orden a los criados de que ya pueden servir la mesa.


Maria José, princesa moderna posando en sus aposentos del castillo

      En el viaje de vuelta se acusa el cansancio acumulado de todos los viajeros, incluidas las azafatas marchosas. Aunque el paisaje sigue siendo espectacular y a pesar de no hacer exactamente el mismo trayecto, se hace más pesado, con un ritmo de paradas menos frecuente que a la ida. En una de ellas nos adentramos en uno de los magníficos  parques nacionales que tiene el norte de Escocia, un bosque profundo y denso de pinos autóctonos  regado por manantiales y saltos de agua. Un paseo que nos seda y nos devuelve al autocar como mansos perritos, dejándonos completamente a merced de la música escocesa de nuestro DJ particular.
     Paramos a comer en el lago Ness. No buscamos al monstruo porque en el fondo sabemos que es tímido y no puede soportar tanto turista hortera, pero su fama ha dejado tras de si un floreciente negocio de fotografías enigmáticas, camisetas horribles  y peluches verdes con las patas a cuadros escoceses. Yo soy uno de esos turistas horteras que ayuda a la economía local, pues compro un peluche para mi hijo pequeño.
     La vuelta hacia Edimburgo es una lección magistral de historia de Escocia. Nos quedamos fascinadas ante la historia de María Estuardo, Mary Queen of Scots. Una vida intensa y trágica que empieza cuando es coronada reina con menos de un año debido a la muerte de su padre. A los seis años la envían a Francia para protegerla de los ingleses y allí pasa toda su infancia aprendiendo idiomas, música y poesía. La casan con el delfín francés , un niño enfermizo de 14 años, que muere dos años después. La joven refinada y católica, decide regresar a Escocia donde la requieren como reina y trata de hacerse un hueco entre los brutos aristócratas escoceses y el  intransigente reformador protestante John Knox. Se lleva a su secretario personal, Rizzo, al que le une una profunda amistad y complicidad. Acaba casándose con el taimado Lord Darnley, que poco después asesinará a Rizzo , y con el cual tienen un hijo , James, al cual la madre casi no podrá ver. El propio Darnley es asesinado y María y su futuro marido, el conde de Bothwell, son acusados de estar implicados. La reina es confinada  en una isla del Loch Leven .
     -And this is the castle where Mary Queen of Scots was imprisoned- dice el guía en este justo momento de la historia, mientras vemos a lo lejos el Castillo que hay en medio de una isla del lago que nos queda a la izquierda. Si lleváramos sombrero nos lo quitaríamos.
      Mary consigue escapar, pero más tarde es capturada y obligada a exiliarse a Inglaterra con su prima Isabel. Con 25 años tiene que abdicar en su hijo Jacobo VI de Escocia, que nunca movió un dedo por ella cuando comenzó a ser considerada una amenaza para el trono inglés. Su prima, la reina Isabel, ordenó su ejecución en 1587, tras 18 años de prisión.
   Nos quedamos impactadas y sin aliento ante semejante culebrón histórico. Sentimos compasión por la pobre Mary, y la adoptamos como nuestra heroína particular. Lo que aun no sabemos es que a partir de ese  momento esta mujer será una presencia constante en nuestras visitas a los palacios y castillos de Edimburgo. Estaremos en el lugar en el que nació su hijo, en el que fue coronada, en el palacio donde vivió durante su estancia en Escocia, y veremos algunos de sus objetos personales.

    El viaje llega a su final, nos acercamos a Edimburgo , que se nos muestra rotunda y poderosa, con el ubicuo perfil de su castillo recortando el paisaje.
     Las Highlands y la isla de Skye permanecen -salvajes y auténticas - como un telón de fondo en nuestros pensamientos. El microcosmos del autocar se disuelve. Nos despedimos, nos apuntamos los nombres de las bandas sonoras que hemos escuchado durante el viaje, nos deseamos lo mejor. Colin desaparece tras la puerta de la agencia de viajes. El minibús  se queda en la falda del castillo de Edimburgo, y nosotras nos deslizamos ladera abajo con una nube de paisajes y vivencias sobrevolando nuestras cabezas.






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