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martes, 27 de mayo de 2014

Viaje a Escocia (III)

El acantilado de Kilt Rock

    La siguiente parada es  un acantilado (Kilt Rock ) que quita la respiración. Al fondo se pueden ver una formación compuesta por una serie sedimentaria bajo unas coladas verticales de basalto, testigos mudos de las diferentes etapas de formación de la isla.
     En una de las laderas que conduce a este acantilado hay un hombre vestido con el traje tradicional escocés, sentado con las piernas abiertas.No nos atrevemos a pasar bajo su posición para comprobar el secreto mejor ventilado relativo a la falda escocesa y su contenido.Nos arrepentiremos durante todo el viaje. O-nos consolamos- igual es una señal inequívoca de que tenemos que viajar de nuevo a estas tierras misteriosas y guerreras. Prometemos olvidarnos la próxima vez de nuestro paralizante puritanismo

     A propósito de puritanismo, el comportamiento que-según Colin- tienen la gente del pueblo que vamos a ver a continuación nos deja pasmados. Se trata de un pequeño pueblecito de pescadores, con unas pocas casas blancas sembradas alrededor de la carretera. En el pueblo hay cuatro iglesias, tres de ellas pertenecientes a la iglesia libre de Escocia, cuyos pastores controlan la vida diaria de los habitantes como en los viejos tiempos. Los domingos-como el día en que pasamos por allí- la gente no puede hacer absolutamente nada, aparte de ir a la Iglesia. No pueden cocinar, ni trabajar en el jardín, ni limpiar la casa, y si a alguna hacendosa mujer se le ocurre tender la ropa el sacerdote se le acercará y le conminará a dejar de hacerlo y dedicar el día al Señor. Solo hay una cantina-de pecadores, suponemos- que puede hacer sándwiches y café para los turistas que, como nosotros, pasamos por allí a la hora del almuerzo. Tomamos, pues, un  hot chocolate  en el chiringuito “sinners of the prairie”  y confraternizamos con la pareja de sudafricanos, que nos describen a su país como uno de los lugares más peligrosos del planeta. Vistos de cerca parece como si ellos mismos pertenecieran a un grupo religioso tan ortodoxo como el de este pueblo, restos vivientes del antiguo calvinismo que reinaba por estas tierras. Tienen esa palidez especial que poseen las monjas y los miembros de sectas que son extremadamente austeras y exigentes con sus feligreses. Algo parecido a los Amish de Pensilvania. Un tipo de sociedades que a la vez fascinan y dan miedo. Después de almorzar nos subimos de nuevo al autocar y escuchamos la historia del famoso clan de los MacDonald mientras a lo lejos observamos admirados el diseño de esas vacas respingonas y peludas como un peluche que son típicas de esa zona. 

MacDonalds’s  headquarters
    Llegamos al cuartel general de los MacDonald en cuanto termina la explicación: unas ruinas situadas en la parte más septentrional de la isla. Localización estratégica para controlar a piratas y vikingos- suponemos-, pero el frío y el viento que hace en pleno verano nos hace imaginar qué clase de  individuos  eran los de ese clan, empezando por la matriarca Flora Mac Donald, que junto a muchos de sus bravos descendientes descansan en el cementerio que se encuentra al lado de la fortaleza de Duntulm. Nos acordamos de Liam Neeson y de Jessica Lange en la película Rob Roy y por un momento nos sentimos salvajes y valientes como ellos.
      Después de un cuarto de hora de estar luchando contra el viento, volvemos agotados al autocar, en donde detectamos que ha habido un pequeño problema logístico: parece ser que los chinos han llamado a la agencia de viajes y han exigido  poderse quedar dentro del autocar en las ocasiones en las que ellos no quieran hacer la visita programada. Tememos el recrudecimiento de las relaciones internacionales, y los efectos que este conflicto pueda tener en los demás  países afectados.
      Del resto del viaje, hasta llegar a Portree, la parte de la hidra que da fe del viaje no puede recordar gran cosa pues le dio uno de esos cansancios legendarios que le dan de vez en cuando. Se niega a visitar ninguna de las tres opciones que le son ofrecidas: el castillo de Dunvegan, sus jardines, o un viaje en barca para ver la focas. Es uno de esos  placeres autistas que a veces se permite y que le producen una extraña satisfacción: dejar pasar algo, no aprovechar la situación, dejar que el mundo siga rodando mientras una se queda ensimismada pensando en nada, haciendo nada. O poco, y lento: tomarse una infusión en un bar al lado de un castillo, absorber el calor de la taza y apuntar algunas notas nebulosas e impresionistas sobre el viaje. Y sobre todo desear con fuerza: que nadie le hable, que no la vean, que la dejen en paz. Dicen que el castillo es precioso. Los madrileños visitaron las focas. Y esta vez no llegan tarde al autocar. Es la autista, que saliendo de su aislamiento y del bar, se encuentra con una pareja de Sevilla que está dando la vuelta a Escocia en bicicleta y se pone a hablar con ellos. Las dos cabezas restantes acuden  preocupadas a avisar que el autocar se marcha.
        En el autocar, Colin se está despachando a gusto ante la pregunta del sudafricano sobre si en Escocia juegan al cricket. ¿Es que no sabe que eso solo lo hacen los ingleses? Si le hubiera preguntado por el rugby aun, pero como se le ocurre preguntar por ese deporte tan posh. Ya sabe, ya, que Sudafrica es una de las potencias mundiales en cricket, pero en fin, que no piense  que los escoceses tienen algo que ver con “eso”. El sudafricano sonríe desconcertado y no vuelve a abrir la boca el resto del viaje. Solo, poco después, una de nosotras se atreve a rechistar un comentario de Colin a propósito de la propiedad del ganado en la isla y propone adoptar una oveja, ante lo cual el guía-que tiene muchas virtudes pero no la del sentido del humor-responde diciendo que eso no le haría ningún bien a la oveja. Ahora ya callamos todos. 
        De vuelta al punto de origen tras una pequeña visita a unas ruinas de la edad del hierro,  esta vez bajamos directamente a cenar en Portree. Nos juntamos un pequeño grupo en busca de restaurante. Directos al restaurante de pescado. Si, si, tienen seis plazas pero no podemos sentarnos juntos. Salimos y nos lo pensamos. Se nos escapa un parrafito en catalán y los dos surafricanos se miran asombrados de que existan otras lenguas aparte del inglés. Rectificamos y traducimos. El portugués nos contesta en catalán, confirmando su gran capacidad para el aprendizaje de las lenguas por imitación. Decidimos entrar y separarnos. La parejita de boers por un lado, el políglota se sienta con Maria José y Nuria y yo en otra mesa. Hacemos varias  visitas al lavabo con el fin de controlar como va la cosa y si nuestra tercera cabeza necesita un cable. María José le tiene que hablar en los diferentes acentos de España al experto en lenguas. Como tiene muy buena madera hace lo que se le pide con bastante acierto. Lo que no le hace tanta gracia  es que el otro le fuerce a comerse todo lo que él no se puede acabar, con la excusa de que ella solo se ha comido un plato y de que se va a quedar con hambre. Postres y sonrisas parecen volar por el restaurante antes de salir.
      La perfecta velada tras la cena será una fiesta escocesa en un pub, o eso nos parece. La lástima es que, en principio  no hay sillas para poder escuchar la música sentadas. Pero nuestra destreza y nuestra falta de sentido de ridículo nos permiten localizar tres taburetes escondidos bajo las mesas. Durante un rato, que nos parece interminable, provocamos un pequeño atasco desfilando con las sillas en alto en el medio del pub cuando ya está sonando la música. Al final conseguimos ubicarnos en un rincón desde donde podemos observar todo con claridad: los violines frenéticos, las complejas fisionomías de los lugareños, el número de pintas que se toman todos, incluso las viejecitas. Antropología pura. Música celta que se acelera y se persigue a si misma, pegadiza y vital. La esencia de la isla vista tras una jarra de cerveza. Todo es casi perfecto en el orden del universo.
     Esta vez vamos en taxi directamente a la cama. Durante un buen rato siguen resonando los violines en nuestras cabezas.  
                                                                                  ( Continuará, en la cuarta y última entrega)




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