─Hola, mi amor- exclama Olga entrando en la habitación.
─Haga el favor de callarse, yo no sé quién es usted.
─Mamá, soy yo, tu hija.
─Ni hablar. Yo tengo una hija, pero es mucho más joven y guapa que
usted.
─ Y ¿quién es tu hija?
─Yo tenía una hija que murió. Y luego está mi hija Olga, Olguita. Y también
tengo nietos. Pero, déjeme ya en paz, no puedo perder más tiempo con usted. Tengo
muchas cosas que hacer.
─Y ¿qué hace tu hija Olga? ¿dónde dices que está?
─Ella trabaja en una oficina. Mire, ahora le vamos a llamar para
que venga a buscarme porque yo ya estoy lista para irme. Ya he terminado todo
aquí y ya me puedo ir.
─No te preocupes, ahora la aviso para que venga.
─Gracias. Por cierto, dígale que me traiga mi cartera y un
suetercito.
─ ¿Y para que los quieres? Aquí no los necesitas.
─ Pero que impertinente es usted, alguien se lo tenía que decir.
Los necesito porque mi marido me va a venir a buscar en cualquier momento. Se
llama Bebo y él es muy impaciente. Él llega, toca el claxon y nos tenemos que
ir rapidito. Él es muy impaciente. Y yo no quiero que se disguste, así que haga
el favor de ordenar que me lo traiga todo para tenerlo listo y cuando él llegue
poder salir de este sitio tan horrible.
─ Mamá, papá murió hace veinte años. Pero, dime, ¿Tan horrible te
parece este centro?
─Horrible es poco. El otro día, cuando me llevaron al comedor en
esta espantosa silla de ruedas le canté las cuarenta a la directora: ¿Qué clase
de servicio hay aquí que las mesas no tienen manteles de tela? ¡Manteles de
hule! ¿Pero qué es esto? ¿Y dónde están mis servilletas? ¿Qué manera de servir
la mesa es esta?
─ Aquí estás bien. Tienes tu habitación con terraza. Muchos de los
trabajadores son hispanos. La comida no es la basura que toman los gringos. Te
dan café con leche, que a ti te gusta mucho, y yo te traigo esas laticas de
caldo con mucha proteína. Te lavan y te ponen talco todos los días. No te
puedes quejar.
─Pues claro que me quejo. Aunque a ratos me divierto. Ayer, cuando
esa chica tan boba acabó de fregar el suelo, empujé el jarrón de vidrio y le
dije: aquí se le ha quedado algo por limpiar.
─ ¡Mamá, por Dios! ¡Cómo puedes hacer esas cosas!
─ ¡Basta ya de mamá y mamá! Usted no es mi mamá. Mi mamá me va a
venir a buscar esta noche y nos vamos a ir al malecón a recoger caracolas y
algas. Así que déjeme en paz y váyase antes de que llegue mi mami.
Qué pena ese extraño volver hacia atrás que es el envejecer, ¿verdad?
ResponderEliminarEs extraño, sí. Sobre todo para nuestro sentido lineal de las cosas. Se parece más a un círculo que a una línea y eso nos desconcierta mucho. Y nos entristece. No podemos remediarlo.
EliminarMi madre está en ese proceso de pérdida de memoria, pero, por fortuna, aún me reconoce. Hay que hablar de estas cosas porque forman parte de la vida.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí, aparte de la importancia de hablarlo desde el punto de vista social para desmontar tabúes, tiene algo de catártico poner palabras a algo que nos duele tanto como el deterioro de los que queremos. Yo tomé muchas notas mientras acompañaba a mi madre en su enfermedad ( no es lo que narro en este diálogo), y luego intenté darles forma y escribir para ordenarme el dolor un poco.
Eliminar