Lejos (París).
Más lejos (Santiago de Chile). Lo más lejos (Isla de Pascua). Tres gigantescas
zancadas geográficas y aterrizamos en Rapa Nui, el lugar más remoto de la
tierra.
En el aeropuerto
nos espera Anita, una de las trabajadoras del lugar donde nos vamos a alojar.
Nos recibe con unos collares de flores naturales y con una pick up que nos llevará al establecimiento –que en nada se parece a
un hotel tradicional- y, tras una bienvenida en forma de licuado de manzana y maracuyá, a nuestra
cabaña. El letrero de madera que cuelga de la puerta con un peculiar nombre grabado
(Rito Mata) nos introduce en esa lengua extraña y contundente que sobrevive en
todos los carteles de la isla. En ese momento aún no lo sabemos, pero esta “habitación-cabaña”
orientada a la costa volcánica se convertirá en una barca a la deriva -a merced
del temporal de lluvia y viento- esa misma noche. Así aprenderemos la primera de
las lecciones: en esta isla la naturaleza no se muestra en absoluto
complaciente con los turistas remilgados, y jamás se expresa con medias tintas.
Empezamos a notarlo cuando leemos que el camino que lleva a nuestro alojamiento
es una vía de evacuación de tsunamis, y más tarde cuando la tormenta hace
saltar la electricidad a las nueve de la noche. Nos aguardan once horas de jet lag a oscuras y con orquesta de
viento huracanado de fondo. Nunca me he sentido más solidaria con los náufragos
y con los piratas. En mi duermevela he de recordarme varias veces a mí misma
que estoy en tierra firme. En los peores momentos imagino que es la propia isla
la que flota sin rumbo en medio de un océano inabarcable. Ya tendremos tiempo
de constatar, en los días sucesivos, que una de las características más fascinantes
de esta diminuta isla situada en el ombligo del Pacífico es que se comporta con
una omnipresente “rotundidad” y que no muestra ninguna contemplación con ese insignificante
parásito llamado “hombre”.
Cuando digo diminuta estoy
hablando de un triángulo de 15 km de lado. Cuando digo remota me refiero a que
estuvimos volando durante 5 horas sin que bajo el avión hubiera nada más que
agua. Cuando hablo de rotundidad nombro una sensación que ya había
experimentado antes en otras islas: un contacto constante con la geología más
arisca, con el yodo de la atmósfera y con el hipnótico no-acabar-de-llegar-nunca
del agua que acecha por todas partes. Un someterse y resignarse a los caprichos
de la meteorología y a los ritmos naturales que señorean la vida en la isla.
Sentí lo mismo cuando viví en Tenerife o cuando visité Lanzarote. Pero aquí parece
como si la Naturaleza permaneciera en otro tiempo más antiguo, de la misma
manera que la Historia de esta isla se entretuvo en el Neolítico en la misma
época en que en Italia florecía el
Renacimiento.
Para
no ser menos, yo también llevo cierto desfase. En mis lecturas. Mientras estuve
en Santiago de Chile leía sobre la Isla de Pascua; cuando llego a la cabaña me
derrumbo en la cama y me pongo a leer sobre la vida de Borges con el fin
de ambientarme para nuestra próxima
etapa bonaerense. Un pasito por delante del momento. Como si hubiera sido
bendecida con una porción del don de la ubicuidad y pudiera vivir dos viajes
simultáneamente, aunque en diferentes fases: uno en fase de lectura, otro en el
momento de la vivencia. Y ahora mismo, mientras escribo, cierro el ciclo mágico:
leer-vivir-escribir, que triplica el viaje en el tiempo y lo hace más profundo.
Cuando
sitúo el Neolítico en el siglo XV estoy hablando de la construcción de los
Moais, por supuesto. Y de todas las incógnitas que estas estatuas sugieren a la
imaginación y a la ciencia.
A la
mañana siguiente del “naufragio en tierra firme” sigue lloviendo. El
pronóstico: temporal para todo el día. Al principio, mientras tomamos un
desayuno con mermeladas y jugos naturales de sabores impensables (mango, papaya
o guayaba), dudamos un poco. Después miramos el paisaje agreste que nos rodea,
respiramos esa atmósfera licuada, nos miramos y-sin apenas decir nada- decidimos alquilar un
coche. Si amenaza con jarrear, nosotros amenazaremos con salir. Nos proponemos
nada menos que recorrer el perímetro permitido de la isla, con visita a todos
los moais y playas posibles. Sabemos, por las lecturas previas, que las
estatuas están repartidas a lo largo de toda la costa, y que tienen sus
narizotas y las cuencas de sus ojos mirando hacia el interior de la isla en una
actitud de protección en la que confiamos ciegamente. ( Continuará...)
Nos has dejado con ganas de leer más. Y vaya nochecita emocionante para sumergirse de sopetón en el carácter de la isla.
ResponderEliminarSi , fue lo que se llama una buena "inmersión". Gracias, Puri. A ver qué cómo sigo, que ni yo misma lo sé antes de escribirlo.
EliminarEspero esa continuación con ganas. Maravillosa crònica. Gracias
ResponderEliminarYa tengo el segundo capítulo. Moais a gogó. Gracias, Elena, por pasarte y elogiar.
EliminarMe gusta viajar contigo.
ResponderEliminar¡Me gusta que viajes conmigo, Ximens!
EliminarMe ha encantafo tu travesía, Paz. Espero que la continúes para seguir disfrutándola. Cinco horas sobre el oceáno... solo agua... qué maravilla bajo vuestros pies. Un abrazo muy fuerte y no olvides nombrarme para no perderme los siguientes. Beso grande.
ResponderEliminarPues todo ha sido gracias a tu sugerencia, así que tómatelo como parte contratante.Abrazo, Laura, te aviso del siguiente fascículo. Abrazo
EliminarRapa Nui está lejos, es remota, se sitúa en medio del océano. Es otro mundo. Pero en nuestro tiempo, ha sido fotografíada hasta la extenuación. Yo, evidentemente, no he estado allí pero es como si lo hubiera hecho docenas de veces. Es difícil restituir el misterio a algo que ha sido desvelado tantas y tantas veces por el turismo masivo: no sí si queda algo misterioso en la faz de la tierra. La última tribu de Papúa Nueva Guinea o del Amazonas deforestado. Nada. El otro día vi a un niño africano, ataviado con un taparrabos y poco más, manipulando un iPad. Ya nada me sorprende ni me causa sorpresa en el exotismo. Nuestra visión contemporánea ha convertido todo en un dejà vu.
ResponderEliminarNo obstante, agradezco tu crónica que he leído con placer y espero la continuación aunque presuponga que la noción de misterioso solo, desde mi punto de vista, solo se puede aplicar a lo cotidiano, a lo vulgar, a lo que tenemos aquí delante.
Me ha gustado tu relato. A pesar de estas digresiones de una mañana perdido en la maraña de los blogs.
Corrección: no sé si queda algo misterioso en la faz de la tierra.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo contigo, Joselu. A veces es mucho más misterioso e interesante lo cercano y habitual que lo exótico y lejano. Y más si te lo han contado tantas veces. Pero ciertamente los monolitos de la isla de Pascua impactan, tienen algo. una especie de seriedad que parece que se burle de todo, no sé...misterios...
EliminarEn la segunda parte le quito hierro a ese supuesto misterio. Gracias por pasarte, yo tengo pendiente tus últimas crónicas. Abrazo vacacional