Dicen que J.K.
Rowling no se inventó los nombres de todos sus personajes de la saga de Harry
Potter, sino que se limitó a copiar y combinar algunos (Thomas Riddle, William
McGonagall, Elizabeth Moodie) de entre los que veía inscritos en las lápidas de
Greyfriars, el cementerio situado en el centro de Edimburgo. En el recorrido
hasta su casa desde The elephant house, la cafetería donde escribía largas
horas por el precio de un té, es muy posible que pasara cerca del pub Maggie
Dickinson’s. Seguramente habría
escuchado la historia de Maggie medio-ahorcada, junto a otros muchos de esos cuentos
lúgubres que constituyen la dieta básica en la educación sentimental de los
niños escoceses. Y tengo para mí que puede haberle servido de inspiración para
uno de sus fantasmas más logrados: el bueno de Nick Casi Decapitado.
El sugerente universo de lo casi-vivo, medio-muerto,
que a veces se presenta de forma diáfana en los sueños, tiene su impecable
historia basada en hechos reales en la vida de Maggie Dickson.
Maggie era una
chica a quien la suerte la fue esquivando con mucha aplicación a lo largo de
toda su primera vida. Fue abandonada por su marido. En 1723 eso te convertía en
una apestada. Huyó de Edimburgo y al cabo de un tiempo se enamoró del hijo de
la posadera que la empleó. Otra cosa que no estaba demasiado bien vista en esa
época era el adulterio, así que cuando se quedó embarazada intentó ocultar su
estado con fajas y corpiños bien apretados. La mala suerte seguía rondándola, y
su hijo nació muerto en un parto prematuro ( o murió al poco tiempo, no se
sabe). Cuando intentó hacer desaparecer
la prueba del delito echando el cadáver al río Tweed, fue sorprendida y
denunciada. No se la denunció por
adulterio, ni por la sospecha de que lo hubiera matado ella, sino por
ocultamiento del embarazo. Fue condenada a la horca.
Hasta aquí
nada fuera de lo normal en ese contexto. El día 2 de septiembre de 1724 la
gente se agolpaba bajo el cadalso en la plaza Grassmarket. Los muertos eran muy
apreciados en aquel entonces por los estudiantes de medicina para sus prácticas
de disección ─y los ahorcados eran una fuente legal de esa materia prima─, así
que cada vez que había una ejecución pública se iniciaba una batalla campal entre
los estudiantes y los familiares de la víctima por hacerse con el cadáver. Esta
vez la familia y los amigos de Maggie consiguieron arrebatar su cuerpo de las
manos de los futuros médicos para meterlo en un ataúd de madera, subirlo a un
carro y empezar a recorrer las cinco millas que les separaban del cementerio de
Musselburg, la ciudad natal de aquella chica con tan poca suerte.
A mitad de
camino pararon en un pub a descansar y refrescarse con unas pintas. Dejaron el
ataúd afuera, vigilado por uno de los amigos. Cuando éste vio que la tapa se
movía y salía un débil gemido de su interior debió pensar que sufría
alucinaciones. Pero avisó a los demás, abrieron la caja y vieron que Maggie
estaba tan viva como ellos, incluso parecía más sonrosada y saludable que ellos
en aquel momento. Por muchas conjeturas que hagamos nunca sabremos si Maggie
conocía al verdugo y le convenció para que atara un lazo más flojo, si su poca
envergadura ayudó a que no se rompiera el cuello, o si de repente La Suerte fue
consciente de que se había pasado con aquella criatura y le quiso compensar
tanto ensañamiento con un giro de guion que siglos después haría las delicias
de cualquier guía turístico de Edimburgo.
El caso es
que Maggie continuó el trayecto caminando por su propio pie. A partir de ese
momento la suerte se puso de su lado y decidió malcriarla bastante. Gracias a
eso consiguió esquivar una segunda ejecución ( la ley escocesa prohibía castigar
a una persona dos veces por el mismo delito, sólo le habían condenado a la
horca, no a la muerte en la horca…), tuvo hijos, una cervecería, y vivió
cuarenta años más de una fecunda segunda vida, con la estupenda autoestima que
debe proporcionar haber dado semejante esquinazo a la muerte. Nótese, por si se
pudiese sacar alguna conclusión, que suerte rima con muerte.
Dice la
leyenda que acudía a las ejecuciones en Grassmarket y animaba a los reos gritándoles:
“No es para tanto”. Esto demostraría una sobredosis de autoestima rozando lo
patológico, pero ya se sabe que malcriar a la gente puede crear monstruos.
En la misma
plaza de Grassmarket, enfrente de donde medio ahorcaron a Maggie Dickson, está
el pub que lleva su nombre. Maggie murió por segunda y definitiva vez alrededor
de 1760, pero a todos los que sabemos de su historia nos parece que está
muchísimo más viva que cualquier otro muerto de aquella época. Y quizás ese sea
mérito suficiente para que alguien se gane su derecho a seguir transitando ese
estadio intermedio entre la vida y la muerte característico de los fantasmas.
Por cierto, si
observáis la foto nocturna del pub que hice en mi último viaje veréis que
mientras su nombre luce nítido y poderoso, los turistas que pasan por delante
aparecen indecisos y traslúcidos como espectros.
Me ha gustado mucho la historia, pero me he quedado un rato con la foto. Antes de leerte he pensado eso, que parecían fantasmas de tiempos pasados que hubiesen muerto cerca de ese lugar... Los muertos no siempre son muertos, así es :)
ResponderEliminarMuertos como vivos desenfocados, podría ser una buena definición de fantasma.
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