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martes, 18 de abril de 2023

Un caso difícil

                                                                             Fotografía propia


Los síntomas se agravaron con el tiempo. La última temporada antes del ingreso deliraba y decía que alguien manipulaba los genes de los mosquitos para que le picaran sólo a él. En un momento de lucidez supo que necesitaba ayuda. Eligió el psiquiátrico más prestigioso del país, los mejores especialistas en paranoia garantizaban su curación en un año.

Para poder costearse una terapia tan larga tuvo que acudir a varios prestamistas. Consiguió el dinero. Ingresó.

Nueve meses después, y contra todo pronóstico, está curado. Todo el personal aplaude cuando el director le entrega el parte de alta. Ahora sabe que su vecino no le espía, menuda tontería pensar que sus colegas le robaban información, despedirá al detective que seguía a su novia y descarta que aquel camarero tan feo quisiera envenenarle. Con los brazos impregnados en repelente para insectos se despide de las enfermeras, que ya no le miran raro.

Sale del hospital radiante como un actor de película de sobremesa, pero en cuanto pisa la calle arranca a correr. Cada vez están más cerca. Nota su resuello ahí atrás, un fragor de tsunami que se aproxima. Huye por la esquina de las basuras. A mitad del pasadizo, un calambre repta por su espinazo, baja a trompicones por las vértebras y se ancla en una toma a tierra que lo frena sin remedio. A sus espaldas las paredes hediondas del callejón amplifican un rugido.

Son las hordas de sus acreedores, que vienen a por él.


2 comentarios:

  1. Sospecho que son mejores los miedos imaginarios que los reales... los últimos pueden partirte los huesos :)

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    1. Pero los primeros roban muchísima energía. No estoy segura de quien gana en este concurso de miedos. Le daré más vueltas.

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