Una vez
recogidas todas las sondas, regresamos con los datos para hacer una
caracterización del tercer planeta de la enana amarilla tipo G actualmente en
estudio.
En una primera aproximación podríamos decir que los organismos
mejor adaptados, más abundantes y que mayor diversidad presentan, son unos
heterótrofos pequeños y coriáceos que sobreviven en cualquier hábitat y
que ─atravesados individualmente por una estaca─ están ampliamente
representados en ciertos edificios lóbregos donde se guardan ejemplares
inmóviles de todas las especies.
Poseen cuernos, mandíbulas, patas robustas y variadas
protuberancias. Están cubiertos por escudos metálicos, iridiscentes o de un
negro opaco. Su éxito no ha sido obstáculo ─y eso dice mucho en su favor─
para el desarrollo de las demás especies. Son ubicuos, discretos y muy resistentes.
Existe otro grupo de seres con características muy peculiares. Unas
criaturas que poseen cuatro extremidades y una cubierta de pelo. Estos
organismos guardan a las crías adentro durante un largo periodo, extrayendo
suero de su propia sangre para alimentarlos en las primeras fases de vida
exterior. Es un producto tan reciente de la Evolución que aún no sabemos si
tendrá continuidad. Nuestra hipótesis apunta a que se trata de un experimento
arriesgado de la Selección Natural que a la larga resultará fallido frente a la
superioridad de los verdaderos habitantes por derecho propio de este extraño planeta.
El diseño más delirante incluido en este grupo lo presentan unos especímenes
que se autodenominan “humanos”. A diferencia del resto de los
mamíferos ─así llaman los humanos a los de su condición─ poseen una
implantación discontinua y absurda del pelo sobre sus límites, y pretenden
sostener todo su peso sobre dos únicos pilares acabados en ínfimas superficies,
lo cual les obliga a desplazarse de manera torpe y tambaleante. Tienen una gran
facilidad para clasificarlo todo, así que no se les ha ocurrido nada mejor que
llamar coleópteros (o escarabajos) a la especie dominante, según consta en la
lectura de sus códigos binarios. La convivencia entre ambos grupos nunca fue
muy fluida ─en general los humanos muestran una marcada hostilidad hacia
el resto de las especies y una avidez por destruir todo lo que está a su alcance,
hasta el punto de estar modificando la temperatura global de su propio mundo─, aunque
parece que en algún momento los humanos (también llamados hombres) fueron
sabios y adoraron a los escarabajos. Más adelante, uno de ellos, en un
texto fundacional y profético, tuvo la clarividencia de reconocer la
superioridad del escarabajo transformándose en uno de ellos.
Así como los coleópteros poseen una metamorfosis completa y
contundente, con exoesqueletos que les blindan contra el entorno hostil y
corrosivo del planeta, los hombres permanecen siempre como larvas blandas,
totalmente vulnerables a los agentes externos. Necesitan construirse coberturas
artificiales, pues en ninguna fase vital poseen caparazón. Se observa,
pues, una interesante neotenia. De alguna manera conservan características
juveniles toda su vida, siendo los casos más inquietantes los individuos que se
hacen llamar, en su afán por etiquetarlo todo, artistas y científicos. Los
especímenes pertenecientes a estas categorías continúan durante toda su
biografía realizando una serie de actividades que en el resto solo es
propia de las primeras fases del desarrollo: la capacidad de asombro, el juego
y la investigación.
Quizás ─y esto es sólo una conjetura─ la rareza de
estos comportamientos sea la única tabla de salvación que le queda a esta
especie suicida en el Planeta Escarabajo.
Este relato participa en la convocatoria actual del concurso de historias de ciencia ficción de Zenda #Historiasdelfuturo.
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