Zapatillas
de felpa, una botellita con restos resecos de quitaesmalte, algodones de
colores suaves, polvos de colorete y un estuche con rulos. Bandejas de
plástico, botes de especias caducadas hace diez años, estampitas de la Virgen
del Pilar y de la Cinta. El vaso de los gatitos de cuando éramos pequeñas,
cepillos de dientes, papelitos con recados, recetas médicas, un bote de color
rosa con polvos Talco, barras de jabón, brochas de afeitar. Y un cepillo que
aún conserva algunos cabellos finos y rubios.
Después de clasificar los
objetos según su naturaleza, se sacan del piso en bolsas, se bajan en el
ascensor y se depositan en el interior de esas fauces que se abren en el suelo.
Allá al fondo se oyen ruidos metálicos, vidrios que se rompen o un silencio
acolchado, dependiendo del objeto de tus padres que estés tirando. Se mezclarán
con otros objetos formando un magma indistinguible, que luego será absorbido
por alguna siniestra aspiradora para convertirse en cenizas. Unas cenizas que
jamás se encontrarán con las otras, las de quienes eligieron esos objetos, los
usaron y los guardaron. Y así, gracias a nuestra implacable traición, se
clausurará definitivamente un mundo y un tiempo: el de las personas y los
objetos que ya no están.
Este texto ha quedado finalista en el séptimo concurso de microrrelatos del programa El sillón de terciopelo verde, de Patricia Esteban Erles. La foto se la he robado de la entrada de facebook donde lo anuncia. ¡Gracias!
Cada vez que compro algo, que acumulo tonterías sin sentido pienso en eso que escribes, en los que vendrán detrás, verán esos objetos con algo a medio camino entre la sorpresa y el asco y los lanzarán por la ventana como si no fuesen nada... No merece la pena guardar cosas, es inútil dejar un rastro que otros pisarán y borrarán... no somos nada.
ResponderEliminarYo creo que sí somos, pero además de nuestros cuerpos/almas somos nuestros objetos. Lo malo es que la muerte de unos y otros no coincide, hay un cierto desfase que nos señala algo incómodo y que se lo pone difícil a los que tienen que proceder con la segunda muerte. Amén.
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