Robaba dinero
de la máquina registradora y lo repartía con nosotros. Cada semana la misma
cantidad. Después regresábamos juntos a la tienda de ultramarinos de su
familia. Él nos esperaba afuera. Nosotros comprábamos polos de hielo de colores
suaves y sabor a anís o mandarina. El padre nos cobraba. Cuando la máquina
producía ese chasquido metálico y delator observábamos pasmados aquel artilugio
misterioso del que salían y entraban las mismas monedas una y otra vez. También
mirábamos de reojo al abuelo, sentado en la silla de mimbre, que cada viernes
era acusado de robar dinero para sus partidas en el bar.
Con el tiempo sacó más dinero. Cuando sellaron la registradora
averiguó el código de la caja fuerte. Íbamos a bares y comprábamos refrescos y
tabaco. Así atravesamos aquel verano, sintiéndonos invencibles por el secreto
compartido y el manejo de nuestros minúsculos delitos.
Una mañana de agosto metió un billete azul en su zapato y subimos
a las bicis. Al llegar al pueblo de al lado el sudor lo había convertido en
papel de fumar. No pudimos comprar nada. Regresamos furiosos, sedientos. Y tan
veloces que de pronto septiembre se había interpuesto entre nosotros y todo se
había ido al carajo.
Se acabaron los polos. Y las ruedas que se agarraban a los caminos
obedeciendo a la presión de nuestros músculos. La vida dejó de situarse en
aquel lugar hecho de bicicletas, polvo y lealtad. Dejamos de ser un nosotros
compacto y contundente. Solo quedaron fragmentos, partes de un
organismo desmembrado. El paisaje estalló, y al intentar reconstruirlo apareció
otro mucho más árido. Lleno de esquirlas. Habitado por seres vulnerables y
desconcertados, piezas de desguace a la intemperie.
Desde entonces, cada vez que chupo un polo de hielo se me incendia
el paladar.
Con este relato he ganado el octavo Concurso de Microrrelatos del programa de Radio Aragón El sillón de terciopelo verde, ( el enlace de esa edición del programa) de Patricia Esteban Erlés. ¡Muchas gracias por tu lectura y tus comentarios tan estimulantes y atinados! Seguimos aprendiendo, seguimos escribiendo.
Entiendo el premio, es una de esas historias bien hiladas y que, según las vas leyendo, deslizan un montón de imágenes en la cabeza. De esas cosas que parecen fáciles de escribir y son bien complicadas de hacerlas funcionar, ya sabes ;)
ResponderEliminar¡Muchas gracias! No siempre salen las cosas hiladas, este relato lo he reescrito varias veces, sí. El final de la infancia como una implosión y los veranos de esa época en la que todo tenía sentido y nos sentíamos invulnerables... supongo que es algo que a todos nos resuena. ¡Feliz inicio de año!
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