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domingo, 20 de diciembre de 2020

Una máquina del tiempo

 


    Robaba dinero de la máquina registradora y lo repartía con nosotros. Cada semana la misma cantidad. Después regresábamos juntos a la tienda de ultramarinos de su familia. Él nos esperaba afuera. Nosotros comprábamos polos de hielo de colores suaves y sabor a anís o mandarina. El padre nos cobraba. Cuando la máquina producía ese chasquido metálico y delator observábamos pasmados aquel artilugio misterioso del que salían y entraban las mismas monedas una y otra vez. También mirábamos de reojo al abuelo, sentado en la silla de mimbre, que cada viernes era acusado de robar dinero para sus partidas en el bar.

    Con el tiempo sacó más dinero. Cuando sellaron la registradora averiguó el código de la caja fuerte. Íbamos a bares y comprábamos refrescos y tabaco. Así atravesamos aquel verano, sintiéndonos invencibles por el secreto compartido y el manejo de nuestros minúsculos delitos.

    Una mañana de agosto metió un billete azul en su zapato y subimos a las bicis. Al llegar al pueblo de al lado el sudor lo había convertido en papel de fumar. No pudimos comprar nada. Regresamos furiosos, sedientos. Y tan veloces que de pronto septiembre se había interpuesto entre nosotros y todo se había ido al carajo.

    Se acabaron los polos. Y las ruedas que se agarraban a los caminos obedeciendo a la presión de nuestros músculos. La vida dejó de situarse en aquel lugar hecho de bicicletas, polvo y lealtad. Dejamos de ser un nosotros compacto y contundente. Solo quedaron fragmentos, partes de un organismo desmembrado. El paisaje estalló, y al intentar reconstruirlo apareció otro mucho más árido. Lleno de esquirlas. Habitado por seres vulnerables y desconcertados, piezas de desguace a la intemperie.

    Desde entonces, cada vez que chupo un polo de hielo se me incendia el paladar. 

    


Con este relato he ganado el octavo Concurso de Microrrelatos del programa de Radio Aragón El sillón de terciopelo verde, ( el enlace de esa edición del programa)  de Patricia Esteban Erlés. ¡Muchas gracias por tu lectura y tus comentarios tan estimulantes y atinados! Seguimos aprendiendo, seguimos escribiendo. 


2 comentarios:

  1. Entiendo el premio, es una de esas historias bien hiladas y que, según las vas leyendo, deslizan un montón de imágenes en la cabeza. De esas cosas que parecen fáciles de escribir y son bien complicadas de hacerlas funcionar, ya sabes ;)

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    1. ¡Muchas gracias! No siempre salen las cosas hiladas, este relato lo he reescrito varias veces, sí. El final de la infancia como una implosión y los veranos de esa época en la que todo tenía sentido y nos sentíamos invulnerables... supongo que es algo que a todos nos resuena. ¡Feliz inicio de año!

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