Para el
bautizo de su niña encargó cuarenta imanes con una fotografía del bebé saliendo
de un cogollito color crema. Los repartió entre sus familiares y los que vinieron
desde lejos de la parte de su marido a la celebración. Una fiesta interminable que
montó a regañadientes en una finca alquilada. Pero su suegra, tras el segundo día de fastos
familiares, le dijo que le parecían pocos. Ella regresaría a su casa y tenía compromisos.
Necesitaba más imanes: para todos los vecinos, para sus amigas de las meriendas
de los jueves, para los feligreses de su parroquia. Y para unos primos lejanos
que no habían podido venir al festejo. A la mamá de la criatura le horrorizó la
idea de en el vecindario de su suegra las puertas de todas las neveras lucieran
a su niña junto a una imagen de la torre Eiffel. O todavía peor: diluida en una
masa indistinguible de niños bautizados en ese pueblo de mala muerte en el que todos
tienen que estar en la casa de todos y de cualquier cosa se tiene hacer una competición. Se negó, desafiante, aún a riesgo de que lo siguiente a celebrar
fuera su divorcio.
Con este microrrelato he participado en la actual convocatoria de Esta noche te cuento dedicado al tema de la fotografía. En realidad quería escribir un cuento a partir de la frase "Pueblo chico, infierno grande".
Con este microrrelato he participado en la actual convocatoria de Esta noche te cuento dedicado al tema de la fotografía. En realidad quería escribir un cuento a partir de la frase "Pueblo chico, infierno grande".
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