Nunca nadie antes le había hecho semejante consulta. Por mucho que le da vueltas, esta
vez no le está sirviendo de nada su proverbial intuición. En una hora volverá
a verla y tiene que darle una respuesta.
Cada
tarde, antes de entrar en la taberna a echar las cartas, mata el tiempo
charlando con algún colega. Hoy le acompaña un trilero que acaba de terminar su
jornada en la otra esquina. Sentados en un banco de piedra gris de la Plaza
Mayor, ven apagarse los últimos destellos del sol a la vez que se encienden sincronizadamente
las farolas. Las palomas se disputan unas migas y a continuación vuelan dando palmas
descoordinadas. Esta vez hay una vaga ansiedad en la voz de Merlín.
−La señora me preguntó si el hecho de que ella volviera a comer chocolate podría suponer
que su marido falleciera, convirtiéndose en la culpable de esa
muerte− le cuenta, atónito.
Repasa,
primero mentalmente y después en voz alta, todos los detalles que pudo captar
la otra noche tras un escrutinio minucioso de la consultante. La mujer parecía
de la parte alta de la ciudad. Llevaba un abrigo verde y mechas rubias que
camuflaban sus canas. Su cutis era rugoso como una superficie de abrasión
marina. Su expresión, entre incauta y desenvuelta, le llamó la atención. Ningún
signo de angustia en su rostro. Simplemente curiosidad. Y una sonrisa que rezumaba franqueza e
inocencia.
−El
caso −le explica a su colega de trucos− es que a la mujer le acaban de detectar
anemia, y ella sabe que el chocolate tiene mucho hierro.
Hacía
un año que no tomaba chocolate. Desde la promesa. Ella había sido siempre de
poco comer −le había comentado, sonriendo con dulzura−, pero antes, aunque no
comiera más que un poco de ensalada y una pieza de fruta, el trozo de chocolate
era el esperado punto final, el desenlace. Un estallido de aroma que sellaba su
apetito y aplacaba su deseo. Muchos días, el mejor momento de la jornada.
Por
eso, cuando su marido quedó repentinamente paralizado por una embolia, hace
ahora un año, no lo dudó ni un momento. En cuanto vino a su mente la palabra
sacrificio, le prometió a San Pancracio que dejaría de comer chocolate para que
su marido se curara.
Y
lo cumplió. Y milagrosamente su marido salió del bache sin más secuelas que una
total pérdida de su legendaria agresividad, una inédita facilidad para ser
cariñoso con la familia. Ella, agradecida al Santo por concederle más de lo que
le había pedido, siguió privándose del chocolate y cruzando de acera cada vez
que se acercaba a una pastelería.
Pero
ahora a él le han diagnosticado un cáncer. A ella la anemia. Su sobrina le ha
dicho que, ya que no come carnes rojas, quizás tendría que volver a tomar
chocolate. El problema es que ella −al honrar a San Pancracio prolongando la
dieta− no puso fecha límite. Y ahora no sabe si puede retomar su vicio sin
herir la sensibilidad del Santo. Y, lo peor: si eso pondría en auténtico
peligro la salud de su ahora mansísimo esposo. ¿O le parece que el Patrón de la
Fortuna y los Juegos de Azar podría tratar su caso como una excepción, sabiendo
que tiene que estar fuerte para cuidar a su marido? ¿Él qué cree? ¿Podría hacer
una consulta personal al propio santo? ¿A su carta astral? ¿Al poso del café? No
le han convencido para nada ni las opiniones del sacerdote ni las de sus
amigas. No sabía a quien más acudir.
Merlín cree conocer los entresijos del alma humana, y siempre trabaja en el mismo borde de esos abismos de vulnerabilidad y miedo que la gente muestra sin querer. Pero esta vez hay algo que no le cuadra. El otro día no consiguió ver nada en las líneas de sus manos. Y el tarot tampoco quiso soltar prenda. ¿Estará perdiendo sus ancestrales facultades? Está ya muy mayor. De hecho, es incapaz de adivinar que en pocos días les empezará a visitar un ejército de uniformados que limpiarán la ciudad de patinadores, prostitutas, músicos callejeros y adivinos. El triunfo del gris frente a los colores.
Merlín cree conocer los entresijos del alma humana, y siempre trabaja en el mismo borde de esos abismos de vulnerabilidad y miedo que la gente muestra sin querer. Pero esta vez hay algo que no le cuadra. El otro día no consiguió ver nada en las líneas de sus manos. Y el tarot tampoco quiso soltar prenda. ¿Estará perdiendo sus ancestrales facultades? Está ya muy mayor. De hecho, es incapaz de adivinar que en pocos días les empezará a visitar un ejército de uniformados que limpiarán la ciudad de patinadores, prostitutas, músicos callejeros y adivinos. El triunfo del gris frente a los colores.
Definitivamente, lo de esta mujer ha sido un gatillazo imperdonable. Siente una inseguridad que
desconocía. Un nudo en sus sentimientos le tiene atenazado. Ha quedado con ella
para una segunda consulta en un rato, le comenta a su compañero.
Se
dirige, arrastrando los pies y mesándose la barba blanca, a la taberna donde en un momento recibirá a la
deliciosa señora Morgana en la mesa redonda del fondo. Está determinado a prolongar al máximo la
conversación. Con un poco de suerte, en ese trasiego de palabras de ida y
vuelta, la magia podría hacer accesible alguno de los caminos que conducen
hasta ella. Se acerca a la barra y pide al dueño un café.
−Y, si es tan amable, cuando llegue mi consultante de hoy ¿nos podría traer dos porciones de pastel de chocolate?
−Y, si es tan amable, cuando llegue mi consultante de hoy ¿nos podría traer dos porciones de pastel de chocolate?
Un texto muy bien narrado, me ha gustado...
ResponderEliminarTe diría que tampoco importa mucho, lo que nos venden como chocolate seguro que no ha visto en su vida ni una porción de cacao :)
Nunca me ha gustado la gente que entrega el control de sus vidas y sus decisiones a criaturas invisibles, no son de fiar.
Tienes razón con lo de los seres invisibles...aunque te diría que los propios protagonistas también son invisibles: nada menos que Merlín y Morgana, y nadie los ve ( ni siquiera ellos mismos. El tema de la invisibilidad lo tengo pendiente, a ver si algún día se me ocurre una idea. Lo del chocolate y el cacao...no creo que convenciera a San Pancracio jaja
EliminarMe pongo capa de invisibilidad y desaparezco, no sin antes darte las gracias por pasarte y comentar!