¡Os tengo dicho que no les cortéis el pelo a las
muñecas!
Ellas dos ya están escondidas en la habitación,
aguantándose la risa, traviesas y cómplices. La pequeña con una sonrisa
desdentada y con el pelo lleno de trasquilones allá donde antes ondeaba su
melena color miel, tan alabada por todos. La mayor escondiendo las tijeras y
pensando que aunque hubieran recogido mejor el baño igual las habría
descubierto enseguida.
-Ya sabes, has sido tú con las tijeras de papel.
Un trato es un trato. Y acuérdate de pedir perdón -le dice la hermana mayor a
la pequeña, mientras sigue tramando la jugada.
Ahora mamá
tendrá que pedir hora en la peluquería para que “arreglen” el pelo a la tonta
de su hermana. Ella demostrará que es una niña madura y transigente,
pondrá un instante los ojos en blanco y
después se ofrecerá a acompañarlas.
Primero se fijará en cómo lo hace la peluquera:
le bastará con observarla de reojo para
poder repetir el corte con la Nancy de su hermana. Un mes pidiéndoselo porfi porfi porfi ha sido suficiente. Le dejó bien claro que es demasiado pequeña para usar las tijeras afiladas
del costurero, mamá le reñiría. Ha ido dosificándole las esperanzas. Al final ha accedido. Lo hará ella. Con una
condición. Le ha costado lo suyo convencerla de que antes era necesario practicar el estilo garçon con su melena.
Luego aprobará el resultado inclinando la cabeza
con gesto convincente. Sonreirá al verla con el pelo tan cortito, eso le
costará poco.
Y después le pedirá a la peluquera, con su mejor sonrisa de ángel, si le puede modelar unos
tirabuzones bien marcados en su frondosa coleta
de hermana mayor.
Fotografía de Vivian Mair |
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