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lunes, 10 de agosto de 2015

Rapa nui ( II)

Rano Raraku , la cantera de los moais 
Empecemos por la teoría, ya tendrá tiempo la experiencia de darle un buen revolcón hasta el punto de que nada de lo leído parezca tener la más mínima relación con lo vivido a posteriori. Según Jared Diamond, la isla de Pascua es uno de los mejores escenarios para ejemplificar un desastre ecológico a gran escala, un colapso de la naturaleza producido casi exclusivamente por el hombre. De hecho, se puede explicar como una metáfora de lo que le puede acabar pasando (de lo que ya le está pasando) a nuestro planeta si seguimos ejerciendo una presión depredadora sobre los recursos naturales. Un frondosa isla tropical (es cierto que, de entrada, más frágil que otras de la Polinesia) esquilmada por la tala de árboles, que a su vez produjo la extinción de los pájaros que anidaban en ellos y la imposibilidad de pescar por la falta de madera para construir canoas. La erosión del suelo, que ya no era retenido por las raíces de los árboles, mermó las posibilidades de seguir cultivando y la isla se convirtió en un desierto. Y todo por culpa de la construcción de Moais, que requerían de troncos de fornidos árboles para ser trasladados y de cuerdas obtenidas de las palmeras para tirar de ellos.
Con esta premisa en mente, nos dirigimos a la cantera Rano Raraku, en la que se esculpían los moais directamente sobre el basalto para, a continuación, ser trasladados a los diferentes lugares de la isla. Antes hemos pasado por otra cantera (Puna Pao) donde daban forma a los pukaos o sombreros que lucen algunas estatuas, modelados sobre escoria roja. Sigue siendo válida la metáfora global: diferentes recursos obtenidos de diferentes lugares, viajando a lo largo del territorio con enorme gasto de energía. 
Cantera de Puna Pao, con los pukaos al fondo.

La impresión que me produce la visita a Rano Raraku es imborrable. Ya de lejos, el despliegue de colores que muestra el volcán produce un efecto hipnótico. A esta viajera le entran ganas de invitar a todos los diseñadores de tejidos del planeta para que imiten de una puñetera vez a la naturaleza en sus estampados y se dejen de combinaciones y motivos cutres. Las tonalidades de verdes, ocres, violetas, magentas y otros colores aun por catalogar que despliega el paisaje brillan esmaltadas bajo el efecto de la lluvia. Si añadimos el hecho de que ese día nadie más se ha atrevido a recorrer estos caminos enfangados, todo el mundo me comprenderá si digo algo tan manido como que por un momento me sentí una ( o media) con el universo. Pero lo mejor estaba por llegar. Por muchas imágenes que se hayan visto, nadie está preparado para encontrase -surgiendo de la roca en diferentes fases embrionarias- con unas caras gigantescas que te miran como si lo supieran todo. Cuerpos que son caras, caras que son almas, o mejor dicho ancestros. Pero nada de bisabuelos reumáticos y quejicas. Ancestros de los auténticos. Una estirpe de antepasados polinesios capaces de subirse a una canoa y recorrer cinco mil kilómetros tratando de averiguar si hay tierra firme a base de interrogar a las nubes, a las algas y al vuelo de las aves. 



Los moais son individuos diferentes, cada uno con su personalidad y sus rasgos peculiares. Todos tienen grandes narices y sobre todo enormes orejas, pero cada uno te mira desde el espíritu del antepasado que representa. Y no te dejan indiferente esas miradas. A las inútiles preguntas sobre cómo consiguieron esculpirlos, levantarlos y transportarlos sin más máquinas que la musculatura de los habitantes de la isla, no vale la pena buscar respuesta. Es mejor observar este taller de escultura al aire libre con una mirada asombrada y contemplativa. Hay que mirarlos de uno en uno con reverencia, y también mirar el conjunto desde arriba. Produce la extraña sensación de que el lugar fue abandonado de repente, las herramientas por el suelo, los moais a medio hacer, algunos yaciendo aun en las entrañas de la roca, mitad estatua mitad volcán, otros volcados o inclinados por falta de tiempo para acabar de enderezarlos. Como un ejército en estampida. Todo sugiere que alguna historia terrible se esconde tras la disposición de los elementos de la cantera. Y solo cabe el silencio o el aleteo aterido de la imaginación.




              Pero me atrevo a afirmar que nada tiene que ver con el misterio, ni con el esoterismo. O no más que la contemplación de una catedral o de unos restos romanos. En absoluto. Es otra cosa. Una manera tan humana como exótica de realizar tareas tan comunes como producir arte, expresarse, rendir culto a los antepasados, competir entre clanes y relacionarse con el medio. Nada nuevo. Sólo que ellos no tuvieron ninguna posibilidad de contraste o de intercambio. Vivieron aislados del contacto con otros pueblos desde que llegaron las canoas procedentes de alguna otra isla de la Polinesia hasta que en 1722 llegó el primer navío europeo. Mil años en un aislamiento irrespirable. Mil años de introversión da para mucho: para desmontar un volcán y convertirlo en ancestros orejudos, para brillar como un imperio y a continuación caer en una angustiosa decadencia por haber depredado el propio entorno. A su llegada, los barcos europeos (holandeses, españoles, ingleses…, en un macabro desfile de invasiones) se encontraron con una población hambrienta y desesperada. Inmediatamente se aplicaron a contribuir a esa decadencia con inventos tan “civilizados” como las enfermedades víricas, el esclavismo y la colonización.
                     Aunque en la actualidad se pueden ver algunas plantaciones de palmeras procedentes de Tahití, manchas de eucaliptos o de otras plantaciones experimentales, y plataneras u otros árboles tropicales en Hanga Roa, la aldea que ejerce de capital (y que es la única zona habitada), la isla continua siendo un erial. No me extraña que se vengue de los humanos con sus temporales  implacables como el que estamos sufriendo, o mejor dicho disfrutando, en esta visita contra viento y marea por un paisaje invernal fresco y estimulante. Próxima parada: la playa. ( to be continued…) 





domingo, 9 de agosto de 2015

Rapa nui (I)

Lejos (París). Más lejos (Santiago de Chile). Lo más lejos (Isla de Pascua). Tres gigantescas zancadas geográficas y aterrizamos en Rapa Nui, el lugar más remoto de la tierra.
En el aeropuerto nos espera Anita, una de las trabajadoras del lugar donde nos vamos a alojar. Nos recibe con unos collares de flores naturales y con una pick up que nos llevará al establecimiento –que en nada se parece a un hotel tradicional- y, tras una bienvenida en forma de  licuado de manzana y maracuyá, a nuestra cabaña. El letrero de madera que cuelga de la puerta con un peculiar nombre grabado (Rito Mata) nos introduce en esa lengua extraña y contundente que sobrevive en todos los carteles de la isla. En ese momento aún no lo sabemos, pero esta “habitación-cabaña” orientada a la costa volcánica se convertirá en una barca a la deriva -a merced del temporal de lluvia y viento- esa misma noche. Así aprenderemos la primera de las lecciones: en esta isla la naturaleza no se muestra en absoluto complaciente con los turistas remilgados, y jamás se expresa con medias tintas. Empezamos a notarlo cuando leemos que el camino que lleva a nuestro alojamiento es una vía de evacuación de tsunamis, y más tarde cuando la tormenta hace saltar la electricidad a las nueve de la noche. Nos aguardan once horas de jet lag a oscuras y con orquesta de viento huracanado de fondo. Nunca me he sentido más solidaria con los náufragos y con los piratas. En mi duermevela he de recordarme varias veces a mí misma que estoy en tierra firme. En los peores momentos imagino que es la propia isla la que flota sin rumbo en medio de un océano inabarcable. Ya tendremos tiempo de constatar, en los días sucesivos, que una de las características más fascinantes de esta diminuta isla situada en el ombligo del Pacífico es que se comporta con una omnipresente “rotundidad” y que no muestra ninguna contemplación con ese insignificante parásito llamado “hombre”.



          Cuando digo diminuta estoy hablando de un triángulo de 15 km de lado. Cuando digo remota me refiero a que estuvimos volando durante 5 horas sin que bajo el avión hubiera nada más que agua. Cuando hablo de rotundidad nombro una sensación que ya había experimentado antes en otras islas: un contacto constante con la geología más arisca, con el yodo de la atmósfera y con el hipnótico no-acabar-de-llegar-nunca del agua que acecha por todas partes. Un someterse y resignarse a los caprichos de la meteorología y a los ritmos naturales que señorean la vida en la isla. Sentí lo mismo cuando viví en Tenerife o cuando visité Lanzarote. Pero aquí parece como si la Naturaleza permaneciera en otro tiempo más antiguo, de la misma manera que la Historia de esta isla se entretuvo en el Neolítico en la misma época en que en  Italia florecía el Renacimiento.
Para no ser menos, yo también llevo cierto desfase. En mis lecturas. Mientras estuve en Santiago de Chile leía sobre la Isla de Pascua; cuando llego a la cabaña me derrumbo en la cama y me pongo a leer sobre la vida de Borges con el fin de  ambientarme para nuestra próxima etapa bonaerense. Un pasito por delante del momento. Como si hubiera sido bendecida con una porción del don de la ubicuidad y pudiera vivir dos viajes simultáneamente, aunque en diferentes fases: uno en fase de lectura, otro en el momento de la vivencia. Y ahora mismo, mientras escribo, cierro el ciclo mágico: leer-vivir-escribir, que triplica el viaje en el tiempo y lo hace más profundo.
Cuando sitúo el Neolítico en el siglo XV estoy hablando de la construcción de los Moais, por supuesto. Y de todas las incógnitas que estas estatuas sugieren a la imaginación y a la ciencia.
A la mañana siguiente del “naufragio en tierra firme” sigue lloviendo. El pronóstico: temporal para todo el día. Al principio, mientras tomamos un desayuno con mermeladas y jugos naturales de sabores impensables (mango, papaya o guayaba), dudamos un poco. Después miramos el paisaje agreste que nos rodea, respiramos esa atmósfera licuada, nos miramos  y-sin apenas decir nada- decidimos alquilar un coche. Si amenaza con jarrear, nosotros amenazaremos con salir. Nos proponemos nada menos que recorrer el perímetro permitido de la isla, con visita a todos los moais y playas posibles. Sabemos, por las lecturas previas, que las estatuas están repartidas a lo largo de toda la costa, y que tienen sus narizotas y las cuencas de sus ojos mirando hacia el interior de la isla en una actitud de protección en la que confiamos ciegamente. ( Continuará...) 

miércoles, 5 de agosto de 2015

Miss U


Mi sobrino Elías tiene 18 años. Y un talento enorme para contar historias...a través de imágenes. No me puedo resistir a compartir este vídeo con el que obtuvo el premio de final de curso en su instituto de Inglaterra. Vale la pena verlo y disfrutarlo.

domingo, 19 de julio de 2015

Historia del Arte

Polisello, 1997
Las casullas, bordadas con oro y sedas policromas, lucían ligeramente herrumbrosas. Los rostros de los ángeles estaban carcomidos por una viruela irreverente. La lápida de alabastro con inscripciones en hebreo, latín y griego, en cambio, resistía el paso de los siglos con dignidad.
Dejo constancia de cómo encontré todo al llegar, para que la historia no atribuya solamente al paso del tiempo el deterioro que han sufrido las piezas del museo catedralicio desde que mi enemigo logró acceder al antiguo dormitorio de los canónigos, donde se guardan los más preciados tesoros.
Digerir el arte e interiorizar sus motivos a veces cuesta una vida.
Con él desaparecerán secretos de obispo, tapices góticos y la geografía de las diócesis más antiguas. Su principal objetivo han sido los códices y los manuscritos medievales. El bocado más  sabroso: un pergamino que olvidé una noche en el taller de restauración. Con el retablo de la transfiguración ha conseguido mantener sus incisivos bien afilados. La lápida trilingüe siempre se le resistió.
Por fin ha sucumbido. Tan saciado estaba que he tenido que recurrir al Emmental. Atrapado entre los hierros, me mira con ojos desorbitados.
Y no sé qué hacer con ese compendio vivo de Historia del Arte.



Este relato ha recibido una mención en la propuesta dedicada a los "monstruos" de Esta noche te cuento aquí.


jueves, 25 de junio de 2015

Microfilias

En el número de verano (aquí )/ invierno ( allá ) de la revista literaria argentina Microfilias han publicado cinco de mis microrrelatos. Vuelo cual águila de un continente al otro.  ¡Muchísimas gracias a su editora, Patricia Nasello!



lunes, 15 de junio de 2015

Pérez


            
Foto tomada en 1997 en la playa de San Juan ( Alicante). Ana y Sara.  



         Se requiere un tenaz empeño para conseguir la pieza. Usar todas las herramientas al alcance: dedos, palillo, hilos…y esa apisonadora de color rosado llamada lengua, que indaga, percibe la debilidad, acaricia, presiona, se retira y luego regresa suave pero obsesiva. Tres días. Cada vez está más suelto. Un dedo lo empuja. Sentir la deliciosa intimidad de acompañarlo en su lento balanceo hasta que cede y solo un hilillo lo mantiene unido a la encía. Ese instante único en que el diente pende sobre el abismo, y después el gozo de depositarlo en la palma de la mano.
          Qué diferente es lo que siente cuatro décadas después, en la consulta del dentista. Esta vez la demolición dura unos minutos. Sucede que la raíz del iceberg se rompió y hay que arrancar la muela a trozos. Taladros, chorros de agua y diminutos martillos se introducen en la boca como una diligente brigada de mineros. Los fragmentos de roca viajan por el desagüe en cada enjuague. Sabe que cuando vea el hueco se sentirá incompleta, culpable, mortal.
        Al llegar a casa abre el álbum. Desde la foto, la niña le dedica una sonrisa desdentada y le ofrece, orgullosa, una moneda. El valor exacto de la parte más dura de su cuerpo.


lunes, 1 de junio de 2015

El lado humano del escritor

Fotografía tomada en un museo de Nottingham 

Ha llegado con tiempo suficiente. Se sienta en la primera fila. Deja el bolso en su regazo, se pone las lentes bifocales y hojea el folleto con el resumen del libro que hoy se va a presentar en la sala Cervantes del Ateneo Cultural.
Ha conseguido un abono para todas las conferencias de la temporada. Las tardes de los martes y los jueves solucionadas por tres meses. Por suerte lo puede compaginar con los conciertos y con la merienda de los viernes con las otras viudas. El escritor de hoy le atrae especialmente. Maduro pero iconoclasta. Un peso pesado del mundillo cultural. Ha leído alguno de sus libros. Buenas críticas, conocido y respetado por el público, pero con un toque de escritor de culto, para minorías preparadas como ella.
La sala va llenándose de gente. Aparece el escritor. Impresiona, con esa camisa azul grisácea y ese aroma a after-shave de marca. Parece que emana autoridad pero a la vez se desenvuelve con la mayor naturalidad. Llegan amigos. Le saludan. Su editora. Bromas inteligentes. El escritor atiende a todos mientras de reojo observa satisfecho cómo se va llenando la sala de gente interesante y discreta. Le presentan a amigos de amigos. Señoras maduras le dicen con voz minúscula lo mucho que lo admiran. Conversaciones informales pero controladas con mano de hierro por el escritor, que consigue acabar su pavoneo en el preciso instante en el que aparece el librero dispuesto a presentarlo tras los cinco minutos de cortesía pero respetando a los que han llegado a tiempo.
A Elvira le encanta presenciar la trastienda de las conferencias. El antes y el después. Suele llegar con mucho tiempo y se sienta con aire ausente en las primeras filas. Saca un libro o su agenda, y simula leer muy interesada, mientras afina sus antenas y se concentra en disfrutar de todos los detalles del comportamiento del escritor y su séquito. Le apasiona observar “el lado humano“ del artista.
Pero lo que más le interesa es “el después”. La metamorfosis de escritor a persona una vez se ha relajado, se queda con los íntimos y se quita la máscara. A veces nota que a medida que se aproxima ese momento final va segregando saliva en cantidades crecientes. No puede evitar pensar en el perro de Pavlov. Para esos casos lleva unos caramelitos de eucaliptos muy socorridos.
La conferencia transcurre según el guión previsto: lectura de un fragmento de su nuevo libro, y preguntas del público. A Elvira no le gusta demasiado lo que el autor lee, sin entonación alguna. El escritor confiesa con falsa modestia que a “él” no le gusta leer su propia obra en voz alta porque se da cuenta de algunos fallos que ya no está a tiempo de corregir. Después pide intervenciones porque quiere conocer la opinión de sus lectores.
Contestaciones ocurrentes. Otras poéticas. Todo muy literario, con ese aire de elegante facilidad que tienen los que notan que ya han pasado por el trámite y han salido airosos.
Elvira nota como el ego del escritor se inflama y flota, como su perfume, ocupando toda la sala. Mira a su alrededor. Parece que nadie más se percata de ese volumen aplastante. Espera con impaciencia el final y se demora, como siempre, para escuchar las conversaciones off the record.
La estrategia de hoy está minuciosamente planificada: hará como que hurga en el bolso buscando la funda de sus gafas, después carraspeará, sacará un caramelo de eucalipto, le quitará el papel, buscará una papelera, volverá a por el bolso…cree que con eso bastará para detectar el lado humano. Pero no hace falta. Al abrir el bolso oye cómo el escritor se acerca a la editora y le pregunta sin ningún complejo: ¿Qué tal? ¿Cómo lo he hecho?
A Elvira se le cierran las compuertas de la saliva. De un compuertazo. Se queda seca.
No sabe por qué misteriosa asociación de su mente acaba de acordarse del desenlace de su lejana noche de bodas, en la que su Manolo, que Dios tenga en la gloria, inauguró la secuencia que explotaría durante toda su vida sexual en común: primero la lección magistral y a continuación la pregunta.
            Ella, como la editora, también respondía invariablemente de forma positiva, le hubiera gustado o no.

Se levanta de la silla y se va sintiendo a la vez asco y ternura por esa pareja tan vulgar.