Naces.
Todavía te sientes uno con mamá. Una caricia de seda te roza cuando escuchas Duerme
mi niño, que ya anochece, vuestra nana favorita. Oyes, de fondo, la voz
cantarina de la abuela Carmen mientras dobla la ropita blanca y azul. La yaya
Juanita te canta Cachito mío para despertarte. Todas te cantan.
Papá también, pero distinto. Creces un poco y cambia el repertorio: Debajo un botón y Arre borriquito
son los nuevos hits.
Subes a un
avión. Gritas durante el aterrizaje: “¡Nos vamos a estrellar!” justo antes de
que Ana vomite un líquido lleno de grumos. Tarareas Eran uno, dos y
tres, los famosos mosqueperros durante el viaje hacia la casa nueva en la
isla del volcán. La repites en el
festival de fin de curso, sin vergüenza y con el pelo cortado como si llevaras
media cáscara de limón en la cabeza. Te
haces amigo de Samuel. Agarras a Ana de la mano al cruzar el parque mientras los
dos recitáis Que viene la A y la mami arrastra la sillita roja.
Quitas las rueditas de la bicicleta. En la tele ves más capítulos de Los
Mosqueperros También a Hugo diciendo: Tranquilo, concursante, que es más
fácil de lo que parece. Escuchas a Rosa León, cantando los poemas de María
Elena Walsh en el tocadiscos. Sientes pena por la vaca estudiosa.
Vuelves a
subir a un avión. Ahora no gritas. Recuperas la cama amarilla y el catalán.
Escuchas casetes con cuentos, algunos te dan un miedo que hace cosquillas.
Grabas entrevistas a Ana y canciones absurdas en una cinta regrabable. Natillas,
danone, listas para tomar. Ves Basil el ratón superdetective y todas
las de Disney en vídeos VHS. Pero sobre todo Basil. También Magic
English. Te dicen que vas a tener dos hermanitos a la vez. Cuando dejan de
ser larvas, juegas con Víctor y Sara a perseguirlos gateando por el pasillo.
Les pones un rato tus auriculares.
Otra vez cambias
de ciudad. Todas las pantallas suben a un camión enorme. Todas menos la gameboy, con la que
juegas durante el viaje a Donkey Kong y a Super Mario. Compruebas
con alegría que no les ha pasado nada ni a Bola de dragón ni a las Tortugas
Ninja con el traslado de la tele. Y que Mates Blaster sigue en el
diskette del ordenador. Conoces a otros niños en el nuevo cole. Te acostumbras
a ese paisaje blanquecino que huele a salitre y a fueloil.
Regresas a
Barcelona. Aprendes geografía con los traslados y con el CD Room ¿Dónde está
Carmen Sandiego? Deseas que llegue el verano para jugar con Ana y las
primas a Bomber man en la Nintendo del tío Lluís. En invierno te lanzas
al tablero de ajedrez. Viajas en la tercera fila de la Voyager marrón mientras
suenan canciones en inglés. Los gemelos crecen, pero aún necesitan sillitas.
Lees los libros de Harry Potter a medida que vas cumpliendo su misma edad.
Te regalan la
moto. La tuneas y le recortas el tubo de escape. Dejas de leer y no quieres
estudiar. Retas a los profesores. Y empiezas a fumar, a beber, a salir. Te
cuesta volver a casa, hay demasiado por descubrir. La música SKA, por ejemplo,
que pones a todo volumen en el ordenador mientras te duchas. En tu walkman se
alojan tus afines: Lehendakaris muertos, Los chicos del maíz, Gatillazo,
Estopa. Tu madre no comprende las leyes de la jungla. Tu padre espera, disponible.
Ves el video Sleepers en bucle, sin saber aún por qué.
Acabas el
bachillerato en el nocturno mientras descargas camiones, repones productos o te
desesperas en una cadena de montaje. Te cansas. Te sacas la selectividad. Te
matriculas en Derecho y te presentas allí con tu chándal poligonero, tu cresta
y tu cicatriz.
Eres capaz de
compaginar lo underground con lo académico. Te sigues refugiando en los
amigotes de siempre y en la música OI. Acabas la carrera. Premio
extraordinario. Laura y tu sois dos rebeldías que se mimetizan y se hacen bien.
Mientras la torre de tu ordenador acumula textos enjundiosos el joystick echa
humo en el ordenador de Víctor.
Experimentas
la soledad del doctorando en Münster, Friburgo, Buffalo y Zaragoza. Corres para
espantarla con tu MP4 y te refugias en las bibliotecas y en tu USB.
Madrid se
hace querer, con Sofía y el smartphone. Te sientes reconocido. Necesitas una
memoria externa para alojar toda tu tesis. Sara es la mejor aliada. Lo
consigues. También la plaza de profesor lector. Y el piso con Sofía.
Continúas
escuchando Boikot. Sigues con tus amigos. Con tu despiste. Con tu
inteligencia y tu rebeldía. Con tu bondad y tu decencia.
Hoy cumples
treinta y cinco. Tu madre te felicita con esta tarjeta. Te regala una versión
de tu vida extraída de su particular dispositivo de almacenamiento de memoria,
situado en un lugar equidistante entre el cerebro y el corazón.
¡Felicidades,
Carlos!
Un homenaje precioso acompañado de una buena banda sonora como en las películas.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Muchas gracias! he escarbado buscando información sobre la evolución de los dispositivos en internet y también en el fondo de mi memoria. Ha sido un revival interesante y nostálgico para mí. Abrazo de vuelta!
EliminarEn la vida creo que todo el mundo anda perdido, los hay que parecen tenerlo todo muy claro, pero en realidad andan tocando de oído como todo el mundo... por suerte la mayoría acabamos encontrando algo parecido a un camino. Un camino que no era el esperado, pero en el que nos sentimos más o menos bien... con suerte nunca se pierde un poco de esa rebeldía, ¿verdad?
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el viaje...
¡Gracias! Yo siempre había pensado que la rebeldía contra los padres da una buena base para defenderse en el mundo, y que eso era positivo...hasta que lo probé en mis propias carnes como madre jaja. Mientras lo pasas no es fácil, pero efectivamente, la rebeldía es un rasgo que se mantiene, y es útil. Mi hijo sigue siendo un rebelde...ahora con causa. Abrazo
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