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miércoles, 20 de marzo de 2024

Tarjeta de memoria

 





Naces. Todavía te sientes uno con mamá. Una caricia de seda te roza cuando escuchas Duerme mi niño, que ya anochece, vuestra nana favorita. Oyes, de fondo, la voz cantarina de la abuela Carmen mientras dobla la ropita blanca y azul. La yaya Juanita te canta Cachito mío para despertarte. Todas te cantan. Papá también, pero distinto. Creces un poco y cambia el repertorio:  Debajo un botón y Arre borriquito son los nuevos hits.

Subes a un avión. Gritas durante el aterrizaje: “¡Nos vamos a estrellar!” justo antes de que Ana vomite un líquido lleno de grumos. Tarareas Eran uno, dos y tres, los famosos mosqueperros durante el viaje hacia la casa nueva en la isla del volcánLa repites en el festival de fin de curso, sin vergüenza y con el pelo cortado como si llevaras media cáscara de limón en la cabeza.  Te haces amigo de Samuel. Agarras a Ana de la mano al cruzar el parque mientras los dos recitáis Que viene la A y la mami arrastra la sillita roja. Quitas las rueditas de la bicicleta. En la tele ves más capítulos de Los Mosqueperros También a Hugo diciendo: Tranquilo, concursante, que es más fácil de lo que parece. Escuchas a Rosa León, cantando los poemas de María Elena Walsh en el tocadiscos. Sientes pena por la vaca estudiosa.

Vuelves a subir a un avión. Ahora no gritas. Recuperas la cama amarilla y el catalán. Escuchas casetes con cuentos, algunos te dan un miedo que hace cosquillas. Grabas entrevistas a Ana y canciones absurdas en una cinta regrabable. Natillas, danone, listas para tomar. Ves Basil el ratón superdetective y todas las de Disney en vídeos VHS. Pero sobre todo Basil. También Magic English. Te dicen que vas a tener dos hermanitos a la vez. Cuando dejan de ser larvas, juegas con Víctor y Sara a perseguirlos gateando por el pasillo. Les pones un rato tus auriculares.

Otra vez cambias de ciudad. Todas las pantallas suben a un camión enorme.  Todas menos la gameboy, con la que juegas durante el viaje a Donkey Kong y a Super Mario. Compruebas con alegría que no les ha pasado nada ni a Bola de dragón ni a las Tortugas Ninja con el traslado de la tele. Y que Mates Blaster sigue en el diskette del ordenador. Conoces a otros niños en el nuevo cole. Te acostumbras a ese paisaje blanquecino que huele a salitre y a fueloil.

Regresas a Barcelona. Aprendes geografía con los traslados y con el CD Room ¿Dónde está Carmen Sandiego? Deseas que llegue el verano para jugar con Ana y las primas a Bomber man en la Nintendo del tío Lluís. En invierno te lanzas al tablero de ajedrez. Viajas en la tercera fila de la Voyager marrón mientras suenan canciones en inglés. Los gemelos crecen, pero aún necesitan sillitas. Lees los libros de Harry Potter a medida que vas cumpliendo su misma edad.

Te regalan la moto. La tuneas y le recortas el tubo de escape. Dejas de leer y no quieres estudiar. Retas a los profesores. Y empiezas a fumar, a beber, a salir. Te cuesta volver a casa, hay demasiado por descubrir. La música SKA, por ejemplo, que pones a todo volumen en el ordenador mientras te duchas. En tu walkman se alojan tus afines: Lehendakaris muertos, Los chicos del maíz, Gatillazo, Estopa. Tu madre no comprende las leyes de la jungla. Tu padre espera, disponible. Ves el video Sleepers en bucle, sin saber aún por qué.

Acabas el bachillerato en el nocturno mientras descargas camiones, repones productos o te desesperas en una cadena de montaje. Te cansas. Te sacas la selectividad. Te matriculas en Derecho y te presentas allí con tu chándal poligonero, tu cresta y tu cicatriz. 

Eres capaz de compaginar lo underground con lo académico. Te sigues refugiando en los amigotes de siempre y en la música OI. Acabas la carrera. Premio extraordinario. Laura y tu sois dos rebeldías que se mimetizan y se hacen bien. Mientras la torre de tu ordenador acumula textos enjundiosos el joystick echa humo en el ordenador de Víctor.

Experimentas la soledad del doctorando en Münster, Friburgo, Buffalo y Zaragoza. Corres para espantarla con tu MP4 y te refugias en las bibliotecas y en tu USB.

Madrid se hace querer, con Sofía y el smartphone. Te sientes reconocido. Necesitas una memoria externa para alojar toda tu tesis. Sara es la mejor aliada. Lo consigues. También la plaza de profesor lector. Y el piso con Sofía.

Continúas escuchando Boikot. Sigues con tus amigos. Con tu despiste. Con tu inteligencia y tu rebeldía. Con tu bondad y tu decencia.

Hoy cumples treinta y cinco. Tu madre te felicita con esta tarjeta. Te regala una versión de tu vida extraída de su particular dispositivo de almacenamiento de memoria, situado en un lugar equidistante entre el cerebro y el corazón.

¡Felicidades, Carlos!

4 comentarios:

  1. Un homenaje precioso acompañado de una buena banda sonora como en las películas.

    Un abrazo.

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    1. ¡Muchas gracias! he escarbado buscando información sobre la evolución de los dispositivos en internet y también en el fondo de mi memoria. Ha sido un revival interesante y nostálgico para mí. Abrazo de vuelta!

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  2. En la vida creo que todo el mundo anda perdido, los hay que parecen tenerlo todo muy claro, pero en realidad andan tocando de oído como todo el mundo... por suerte la mayoría acabamos encontrando algo parecido a un camino. Un camino que no era el esperado, pero en el que nos sentimos más o menos bien... con suerte nunca se pierde un poco de esa rebeldía, ¿verdad?

    Me ha gustado mucho el viaje...

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    1. ¡Gracias! Yo siempre había pensado que la rebeldía contra los padres da una buena base para defenderse en el mundo, y que eso era positivo...hasta que lo probé en mis propias carnes como madre jaja. Mientras lo pasas no es fácil, pero efectivamente, la rebeldía es un rasgo que se mantiene, y es útil. Mi hijo sigue siendo un rebelde...ahora con causa. Abrazo

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