Ron Gonsalves |
Ayer, en la sobremesa de la cena familiar, fantaseamos con la idea de elegir a un
personaje histórico al que pudiéramos resucitar por un pequeño lapso de tiempo (unas
horas, un día) con el fin de mostrarle algo y a continuación enviarlo de vuelta a la
tediosa eternidad.
Mi hermana dijo que se
llevaría a Van Gogh a dar una vuelta por el magnífico museo dedicado a su
pintura en Ámsterdam. Una vez recuperado de esta última alucinación podría
visitar a los clásicos en el vecino Rijksmuseum y regresar al otro lado con una
sola oreja pero con la autoestima completa.
Mis padres discutieron la
propuesta de hacerle experimentar a Hitler una muerte más lenta que la que
eligió. A Tesla habría que volverle a la vida y rendirle un homenaje rebosante
de luces y efectos especiales, dijo mi padre. En cuanto a la posibilidad de
revelarle a Martin Luther King que su país ha tenido un presidente negro nos
pareció muy buena idea, pero tuvimos dudas sobre la oportunidad de la coyuntura política del momento.
Yo, animado por el postre y el
café, me atribuí la potestad de resucitar a dos personajes de forma simultánea.
En mi descargo argumenté que fueron coetáneos y que ambos tuvieron intereses y estudios similares. Señalé
que era importante propiciar un encuentro crucial que el destino evitó en
su momento de forma imperdonable. Les
puse en antecedentes: Darwin por fin leería esa referencia a un oscuro artículo de un monje aficionado a
la botánica que hablaba de guisantes verdes y amarillos. Su aguda inteligencia
no tardaría en captar que los estudios del tal Mendel eran exactamente la gran
laguna que le faltaba a su teoría para ser completa. La fusión entre su
prodigiosa capacidad de síntesis con la habilidad analítica del concienzudo experimentador
haría compatible lo fijo con lo voluble, la herencia con la evolución. El ying
y el yang. Entre los dos harían uno, el más grande.
Se podrían encontrar en un
punto intermedio entre Inglaterra y la
República Checa, pongamos un vanguardista instituto de Biotecnología de una ciudad alemana. Propuse darles el doble de tiempo que a los
demás: el primer día para intercambiar ideas entre ellos (el privilegio de
presenciar semejante espectáculo estaría reservado a unos pocos), y el segundo
para que el investigador más eminente del Centro les enseñara las instalaciones
y les hablase de cromosomas, mutaciones, células madre y diagnosis de
enfermedades genéticas. Al terminar se les ofrecería una taza de té. Tras la
deflagración que los devolviera respectivamente a la Abadía de Westminster y al
cementerio central de Brno, se procedería al tratamiento del ADN obtenido de
sendas cucharillas. De esta forma los futuros clones tendrían una prolongada y
merecida oportunidad de charlar sobre la vida, un asunto cada vez más enrevesadamente
apasionante.
Franz Ackermann |
Me encanta, Paz, cómo conjuntas tu desbordante imaginación con tu pensamiento científico.
ResponderEliminar¡Me encanta que te encante! Un abrazote, Mar
Eliminarahh, muy buena la idea y la historia. Siempre es un placer leerte.
ResponderEliminarUnos abrazos grandes
Otros abrazotes agradecidos del mismo tamaño para ti, Elena!
ResponderEliminarEspecial para licenciados en Biología y para que los alumnos d cuarto de la ESO entiendan que ni siquiera los GRANDES pueden abarcarlo todo.
ResponderEliminar