La ilustración es de David Berkvam, robada del blog de la Microbiblioteca |
En la pecera las horas
transcurren verdosas y lentas. Nos
miramos, sin párpados, e intentamos hacer de la respiración un arte. Con el oxígeno
trasvasado desde las branquias modelamos burbujas tornasoladas, que proyectamos
con los labios hacia el aire enrarecido de la sala. Algunas son esféricas y
livianas como un suspiro, otras tienen la angulosa geometría de la
preocupación. Pueden crear inesperadas turbulencias pero acaban fluyendo en mansas
láminas.
Pescan a razón de un ejemplar
por hora, ¿seré yo el siguiente? nos
oímos pensar. Una vez en el cedazo, unos sinuosos conductos te llevan a otro
compartimento: triaje, radiaciones, o una pecera menor. Eres observado por
expertos en partes invisibles. Luego regresas al tanque principal, a continuar respirando
tiempo y agua. De camino ves a otros que boquean, con las escamas secas, al
borde del acuario. Tú no quisieras acabar así, pero sabes que no puedes
elegir.
Por fin sales del Hospital,
ese universo viscoso en el que has tenido que ser pez. El aire penetra en tus
pulmones ligero y frío. Dilatas los sacos aéreos para perder densidad. Inspiras
y tomas impulso, persuadiéndote una vez más de que eres pájaro y sabes
volar.
Con este micro he quedado finalista en el concurso de la Microbiblioteca del mes de Febrero, aquí junto con Mei Moran, José Manuel Dorrego, David Vivancos y Lola Sanabria, a quienes felicito desde aquí. Estoy feliz de haberme podido colar otra vez en esta biblioteca tan especial y de compartir acuario con estos peces tan exóticos y delicados.
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