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Duane Keiser |
Esta tarde me he sentado un
buen rato en el sofá donde pasaba las horas mi padre estos últimos años. Al
lado, en la mesilla, las gafas y su agenda marrón. La he abierto. Escribía a
diario con su letra de médico. Notas encabalgadas unas sobre otras que días
después, cuando conseguía hacer los recados,
tachaba. Sus hijas, sus cuidadores, sus obsesiones y sus visitas médicas
se amontonan en esas páginas minúsculas encajadas sobre cuatro anillas antipáticas y pellizconas.
Todo repleto, en un caos que
sólo él controlaba, justo hasta el día del ingreso. Después, de repente, ya no hay nada. Probablemente uno de los disfraces de la muerte
sea el de las páginas en blanco. Sólo una nota en ese páramo vacío: la inyección que tenía programada para
hoy.
He estado a punto de tachar
esa nota. De romper esa página. De aullar. De acercarme al ambulatorio y reñir
al médico por haber programado esta visita imposible.
Pero al final no me he
atrevido a mancillar un futuro de su pasado que nunca llegará, aunque coincida
con este preciso instante. He vuelto a dejar la agenda sobre la mesilla, como
quien abandona el mapa de un territorio ignoto y peligroso. Y he regresado a la
tranquilizante línea del tiempo. He apuntado en mi agenda que mañana tengo que
seguir vaciando los armarios del piso de mis padres.
Nuestro final es una incógnita, sí, y las páginas en blanco quedarán ahí, en una agenda, en un cuaderno, en un ordenador... Lo importante son las que dejamos escritas en la memoria de los nuestros. Tu padre seguro que ha dejado libros enteros en la tuya.
ResponderEliminarMucho ánimo y serenidad para pasar esta etapa tan complicada.
Besos.
Muchas gracias por este comentario tan empático, Yolanda. Me impresiona mucho cómo el alma de los que se van queda impregnada en los objetos que usaron. A través de esos objetos podemos ir haciendo un duelo progresivo menos doloroso. Las páginas escritas en la memoria están grabadas a fuego, en efecto.
EliminarUn abrazo grande y agradecido
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar, 8:19
ResponderEliminarDe Francia, de casa de mis padres, me empeñé en traer un mueble que pesa un quintal... fue todo una odisea, pero cada vez que, ahora, abro sus puertas, el olor de su madera y el ruido de sus goznes es como si ellos me volviesen a abrir sus brazos para asegurarme que siempre estarán conmigo mientras los necesite. Un abrazo, Paz.
Qué imagen tan bonita. Al asomarte al interior del armario es como si ellos te abrazaran otra vez. Gracias, Dominique, por darme pistas sobre cómo manejar el afecto a través de sus objetos. Abrazo de armario ropero
ResponderEliminarÁnimo! Qué pena da! Yo aún no soy capaz de tocar muchas cosas, un año y medio después.
ResponderEliminar¡Gracias, Voz en off! Siempre es un desgarro y una especie de traición deshacerse de objetos de personas queridas.
EliminarUn abrazo si te conozco, y si no también.