Tras dos décadas investigando en el zoológico de Cincinatti, el eminente naturalista se trasladó al Congo para
observar a los sujetos en su medio natural.
Se encerró en un cubículo de bambú. Desde allí
estudiaba sin interferencias —a
través de un orificio disimulado con una planta
trepadora— el lenguaje de los chimpancés. Registró su
parloteo, transcribió sus palabras llenas de vocales, las comparó con las que
había grabado de los simios cautivos y descifró treinta de ellas que
significaban cosas tan aparentemente humanas como me alegro, te saludo, me duele, déjame en paz o qué sorpresa. También le pareció detectar alguna que otra mentira.
Al principio se acercaban tímidamente, atraídos por
los sonidos del fonógrafo que reproducía los alarmantes mensajes de los
chimpancés del zoológico. Con el tiempo se turnaban para asomarse por las
rendijas —emitiendo chillidos de placer— y observar al científico mientras éste tomaba
notas y trataba de imitar su idioma.
Un día, cuando la jaula del profesor ya formaba
parte del paisaje, se reunieron en consejo los chimpancés más ancianos.
Discutieron —en su complejísimo lenguaje— si las condiciones del cautiverio impedirían
revelar el comportamiento que tendría el animal en libertad.
Aunque no pudieron realizar más réplicas del
experimento, al final llegaron a la rotunda conclusión de que los humanos no
poseían un lenguaje articulado que tuviera significado alguno.
Tus relatos me dejan totalmente descolocado. Me esfuerzo por adaptarlos a mi sentido de la narrativa y del humor, pero me siento desconcertado. Tienes un mundo personal muy propio, muy potente. No sabría qué decir de este cuento que tiene todas las trazas de una buena narración en la inversión de los papeles de ese investigador encerrado en su cubículo de bambú y los chimpances oyendo los chillidos de sus congéneres del zoológico. Pero su sentido último, aparte de la paradoja de que sean los chimpancés en consejo de ancianos los que representen lo que suelen hacer los humanos, me lleva a mi incapacidad de trascender su anécdota. Tal vez no la tenga. Creo que en el relato que presentaste al concurso y no salió elegido, simplemente es que no entendieron su sentido. Yo me quedo más que sorprendido. Te leo siempre pero me es difícil comentarte.
ResponderEliminarUn cordial saludo.
Pues Joselu, he de decirte que en parte me sabe mal ser tan críptica como para que no seas capaz de entender/comentar mis relatos ( me imagino que eso debe ser frustrante para un profesor de literatura), pero por otro lado me siento muy halagada porque me da la sensación de que de alguna manera te tocan,te conmueven, y eso es lo único a lo que deberíamos aspirar con el arte: al puñetazo emocional, al descoloque. Si te consuela, te diré que de muchos de ellos tampoco conozco yo misma su sentido, en parte porque lo que pretendo al escribirlos es que me lleguen a tocar alguna fibra a mí misma, y eso pasa con mayor facilidad si se transita por lo ambiguo que por la claridad meridiana, creo.Quizás no haya nada que comentar, como cuando leemos a autores con los que no podemos interaccionar, solamente se trata de terminar el acto de comunicación en diferido en la intimidad del lector. En cualquier caso, no sabes cómo te agradezco que me sigas leyendo y "comentando". En el caso concreto de este relato , que escribí hace unos años, creo recordar que se basaba en un caso verídico ( el científico yéndose al Congo , el fonógrafo...) con una última vuelta de tuerca mía ( no realista ) para reflexionar sobre el asunto tan difícil y tan fascinante de la perspectiva, del punto de vista, de desde dónde se miran las cosas, y también el tema de la mirada sin prejuicios, de cómo vería esa escena un "marciano".De todas formas, después de tu comentario ( que ya te digo , me ha halagado, sobre todo lo del mundo personal potente y propio), creo que la marciana soy yo jaja.
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