Georgia O¨Keeffe |
Desde que sabe que
va a ser mamá no puede dormir. Un estado constante de alerta la tiene
paralizada. Entre sus membranas más profundas reverbera un eco, como si alojara
un diapasón en su interior. La imagen de una hembra parasitada por algo
semejante a una larva le obsesiona como una pesadilla. En su duermevela imagina
un gigantesco útero lleno de líquidos amarillos y placentas rosadas, de
capilares de ida y vuelta, de movimientos primordiales. Puede ver a su hijo
flotando en flujos turbulentos, moviéndose a cámara lenta como un pequeño
astronauta ciego, germinando como un brote. Está furiosa.
Nadie le advirtió. Teme que el embrión pueda percibirlo. Trata de calmarse,
pero le resulta muy difícil soportar la certeza de que jamás podrá transmitir
esa ingrávida placidez a su hijo, que será incapaz de disfrutar de la plenitud
de lo esférico, que no podrá cantarle nanas antes de nacer. Demasiado tiempo
seca-piensa- demasiada ansiedad por conseguir lo que en otras es natural ha
vuelto su sangre amarga, y más oscura. ¿Qué
le queda? Sólo esperar la salida.
No hace ni dos
meses que tomó la decisión, y ya se está arrepintiendo de haberse decantado por
una maldita madre de alquiler.
Este relato participa en la primera convocatoria del 2015 de Esta noche te cuento en la que el reto era incluir uno de los versos de este poema de Santa Teresa en el texto. Aquí
¡Ay, qué larga
es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar
la salida
me causa dolor
tan fiero,
que muero
porque no muero.
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