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domingo, 20 de abril de 2014

Cándida

                                                                                   Robin Purcel
Apretaba, pero sin ahogar. Si, se le podría haber acusado de que se aprovechaba, pero siempre tuvo mucho cuidado en no agotar los recursos  y procuraba  administrarlos para beneficio mutuo.
Existía la exacta dosis de amor y de odio necesaria para mantener una relación tan difícil como poco comprendida.
Conocía sus quejas, pero no sentía ningún reparo en continuar con su inevitable cometido. Aunque no trajinara allá afuera como otras de su género, sus tareas de interior limpiando y criando a la prole eran ingratas y oscuras pero necesarias. Cumplía su destino con rigor.
Nunca hubiera imaginado, cuando entró en su vida, que pudiera llegar a incumplir las leyes más básicas de la hospitalidad. Por eso algo se quebró en el fondo de su memoria genética al notar su definitivo rechazo.  No pudo evitar un estremecimiento de decepción cuando-tras la visita al hospital- sintió cómo las fibras de su pared celular empezaban a disolverse al recibir la primera bofetada del antimicótico, que la muy egoísta le propinó a traición con tal de solucionar el molesto prurito vaginal provocado por la candidiasis.

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