Esta mañana, sin buscarlo, en la tienda de cosméticos Arancha recupera el perfume de esos polvos para la cara que tenía la abuela Martina en
su habitación. Daba gusto olerlos. Todos los domingos, cuando iba a comer a casa de la abuela , ella se deslizaba hacia la habitación de
los abuelos, abría el armario , se subía
a un taburete, se retiraba la melena de color miel y acercaba la nariz al
estuche nacarado, esnifando profundamente algo parecido a la gloria.Cogía la
almohadilla por el lado de raso y untándola en los polvos rosados, la posaba
sobre sus pómulos y la frotaba hacia las sienes. Después dejaba todo en su
sitio y se encerraba en el baño para comprobar el efecto ante el espejo.
En el cuarto de baño continuaba la orgía de olores y
sensaciones : el calor desmesurado de la calefacción, el aroma a colonia de
lavanda, a jabón Heno de Pravia , y las toallas de colores suaves y esponjosos.
Siempre había algún pañuelo adherido a las baldosas de la
pared. La abuela tenía una buena colección de pañuelos, moqueros y de cuello,
que seguían una ruta diferente al resto de la ropa. Los lavaba a mano en el
baño con unas pastillas de jabón de color caramelo y los estiraba por las
cuatro puntas contra la pared hasta que el calor perfumado los secaba y,
desafiando las leyes de la gravedad, los mantenía allí hasta que la abuela los
recogía, los doblaba y los guardaba sin planchar.
Arancha, a veces, tentaba esa adherencia tocando con las
yemas de sus dedos el borde engrosado de uno de los cuatro vértices del
pañuelo, que luego volvía a pegar con una puntita de saliva.
Cuando le llamaban a la puerta, preocupados por la tardanza,
la niña salía de su burbuja hacia un pasillo que olía a consomé, como sale
ahora de su aureola de recuerdos cuando la dependienta, extrañada de que esa
mujer lleve tanto rato oliéndose el dorso de la mano, le pregunta si puede ayudarle
en algo. Arancha recoge los pañuelos, los polvos y los espejos y se dirige con
paso impreciso hacia la áspera realidad, dispuesta a seguir con su vida: esa
larga secuela, ese accidente geográfico que se originó en la caldera de
fragancias y tibiezas de la casa de la abuela Martina.
Mil veces lo habré leído. Unos días me rio con el, otros, como hoy, me hace llorar. Pero siempre me.encanta.
ResponderEliminar¿Eres Arancha?? Seas quien seas, ¡gracias !
EliminarY además me ha venido a la cabeza un recuerdo vívido curiosisimo
EliminarClaaaaro. Que por fin he recuperado mi cuenta de incógnito en google
ResponderEliminarYa me contarás.Ávida estoy!
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