Todavía me alteran
los portazos. Recuerdo la escena con total claridad: el aullido saliendo de su
boca asimétrica, mamá corriendo para abrir la puerta, el color violeta de ese dedo
transformado en lombriz, la marca de viruela en el brazo tembloroso de mamá,
los cubitos de hielo envueltos en una bayeta…Hace más de veinte
años que mi hermana se pilló el dedo en la puerta de la cocina. Aun conserva
una muesca con textura de pergamino y forma de media luna alrededor de su
meñique deformado.
Lo más curioso es
que, según mi madre, yo no estaba allí.
Cuentos para el andén nº 30 Septiembre
Un micro estupendo cuya intensidad de efecto se apuntala en la maldad disimulada, Paz; esa maldad que no solemos querer aceptar cuando quién la lleva dentro no supera el metro de altura.
ResponderEliminarUn abrazo,
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarUna historia tantas veces de seguro escuchada en el ambiente familiar que se ha instalado en la mente del (o de la) protagonista como un falso recuerdo. Suele pasar en la realidad.
ResponderEliminar¡Felicitaciones por el blog y el nivel de los relatos!
Saludos cordiales
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarExcelente texto que se abre a la imaginación del lector con maestría.
ResponderEliminarAbrazo admirado.
¡Gracias Yolanda, muchas gracias!. También a los antiguos comentarios de Pedro y Gabriel, de los que he eliminado mis respuestas en las que daba pistas de las intenciones del relato, instauro pues la libertad total de interpretación.
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