Los más contrastados artículos
de Ripperologist Magazine afirman que el destripador no era un energúmeno con
capa y chistera, sino un joven solitario y tímido. Su aspecto de apocado
oficinista le evitó las sospechas de la policía, que buscaba a un depredador de
apariencia feroz.
Sir Arthur Conan Doyle
recorrió los escenarios de Whitechapel y tuvo acceso a toda la documentación de
Scotland Yard sobre el caso. Cuando fue preguntado por la hipotética deducción
de su detective, aseguró que Sherlock Holmes habría trabajado con la premisa de
que el asesino abordaba a sus víctimas disfrazado de mujer para no despertar
sospechas. Propuso que los agentes -con
el fin de actuar como cebo- también se disfrazaran de prostitutas, imaginando
así un escenario en el que las auténticas busconas lucirían desvaídas frente a
policías y asesinos ataviados con extravagantes pelucas y frondosas
faldas.
Y mientras semejante desfile
parecía tan real en la mente del escritor, en las gélidas calles de Londres la
silueta del destripador se sumergía en la bruma con paso inalcanzable hasta
fundirse en negro, como tragado por las arenas movedizas de una espeluznante
ficción.
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