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jueves, 29 de diciembre de 2016

Diario de una despedida ( III )

4 de junio de 2013

Cómo disfruta comiendo. Me dice que últimamente come demasiado bien y que para no sentirse tan privilegiada invitaría a algún pobre a comer a su casa. Si no fuera porque se ha enterado de que algunos falsos operarios del gas entran en las casas y roban. Yo le digo que ni se le ocurra invitar a un pobre, que ahora con la crisis hay demasiados, que todos querrían entrar, no cabrían en la casa y al final ella se quedaría sin sus espinacas.
Mi padre me dice que está mucho más contenta y activa desde que he llegado yo. 
Al ducharse se ha caído en la bañera. Se ha deslizado suavemente hacia el suelo cóncavo y liso. Mi padre y yo le hemos ayudado a levantarse. El pañal se ha empapado. Luego se ha quedado un buen rato sentada con ropa interior y el albornoz abierto.
Me ha vuelto a pedir que miremos la tele porque igual sale lo del premio extraordinario de Carlos. Y que llame yo a sus hermanas para explicárselo, porque si no se creen que ella es una presumida y que se inventa lo que explica de sus nietos. “Pues si yo no he hecho nada para que sean así”, les dice. Ellas les contestan que es normal, que sus nietos son como ella: “pluscuamperfectos”.

Además de una energía inacabable que la hacía un objeto universal de admiración, mi madre se había ganado a pulso, entre sus hermanas y entre sus amigas, el adjetivo de “pluscuamperfecta”. Y ese título había que revalidarlo día a día. Focalizó toda su eficacia y su creatividad en su nuevo entorno: el hogar. Ninguna de nosotras era capaz de seguirle el ritmo cuando trajinaba por la casa. Dimos fe de su capacidad de trabajo la primera navidad que estuvimos sin ella. Nos repartimos el menú de la comida de navidad -tan elaborado y a la vez tan digestivo- entre las tres hermanas, y aun así no lo conseguimos hacer ni la mitad de bien de lo que ella lo hacía, aparte de terminar agotadas. Entonces nos dimos cuenta de sus muchas  virtudes (hacerlo y no quejarse, entre ellas), un poco tarde. Eso sí , le encantaba que alabáramos el producto de su trabajo. 
Una mujer con semejante potencia -siempre vaticinábamos- por fuerza se iba a tomar muy mal  la inevitable pérdida de facultades de la vejez. Pero de nuevo nos sorprendió: supo aceptar su rápida decadencia con la mayor dignidad, siempre-quien tuvo retuvo- con una lucidez  y un sentido del humor fuera de lo común. No ha sido fácil para mí ser una persona eficiente en cuestiones prácticas con semejante  precedente. Ella no nos enseñaba, no nos pedía ayuda, ya lo hacía ella. Nos decía: vosotras estudiad. Y de esta manera tuve el tiempo y la tranquilidad que necesitan los ratones de biblioteca para leer mucho desde pequeñita, para transitar toda mi infancia y adolescencia con una nube de fantasías sobrevolando mi cabeza mientras ella se encargaba de la intendencia y de construir un entorno confortable. No sé si a mis hermanas les benefició de la misma manera. Mientras estuvimos en casa se sintió útil, completa. Tenía a sus hijas, a su marido que trabajaba mucho para que no nos faltase de nada, a su amiga íntima con la que cosía y charlaba. Todo tenía sentido. Pero en el tercer tercio de vida, cuando las tres nos fuimos a estudiar fuera y poco después nos casamos, sospecho que de repente todo se ralentizó y se estancó de alguna manera lenta pero irreversible para una mujer con tanta capacidad de sentirse viva y útil. Su amiga se trasladó a  otra ciudad, mi padre no quería viajar a Zaragoza tanto como a ella le hubiera gustado, y nunca  consiguió adaptarse del todo a la sociedad provinciana de su ciudad de adopción. Todo esto son intuiciones mías a posteriori.  Ella  disimulaba muy bien cuando íbamos a verla, nunca cargó sobre nosotras sus decepciones conscientemente. Aunque al final había un poso de amargura en su actitud que se pudo deber a este motivo. La sospecha de esa frustración me entristece y me hace pensar.Pero quizas tiene razón Joyce Carol Oates cuando se mete en la piel de Marilyn para decir: " La muerte no existe, y sin embargo los muertos siguen muertos. Pensar en ellos era perjudicial. Seguro que no desean nuestra compasión, se dijo Norma Jeane"



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