La
yaya Rafaela estaba sorda como una tapia. Cuando la iban a visitar al pueblo
todos sus nietos, ella limpiaba con esmero la trompetilla y se la ponía en la
oreja derecha. Uno por uno iban pasando los siete niños, colocando la boca sobre
el artilugio. Respiraban hondo, posicionaban los labios para vocalizar y
vertían sus palabras en ese colador metálico. Las palabras colisionaban entre
si , giraban en hélices , se deslizaban sobre las paredes lisas y se dirigían
vibrantes por el tubo hacia el tímpano descolgado, detrás del cual el alma de
la abuela recogía con avidez todas las voces, las saboreaba , las retenía y las
clasificaba en bolsitas de seda, que atesoraba hasta la siguiente visita.
Me has hecho imaginar ese baile de palabras, divertidas, bajando por el tobogán de la trompetilla, casi discutiendo por ser las primeras, como niñas alborotadas. ¡qué suerte la de la abuela! conservar ese tesoro en bolsitas.
ResponderEliminarRecibe mis saludos
Anna
Hoy abandonaré cualquier intento de comentario pensado y sólo te diré: ¡qué bien es ribes, jodía! ;-)
ResponderEliminarUn abrazo.
Jajajaja Así me gusta Pedro, desmelénate!! Y graciassssssss
EliminarAnna, me llegan tus saludos muy nítidos , y te los devuelvo en otro torbellino de palabras bulliciosas a través de la caracola. Yo aspiro a ser una "abuelita Paz" con trompetilla y con la misma capacidad de disfrute que la yaya Rafaela.
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