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Max Ernst |
Como cada noche, el
prestigioso oftalmólogo Delclós -ahora ya retirado- se dirige a la misma esquina del parque.
Lleva la bolsa de cuero en la mano izquierda y el botiquín en la derecha.
Camina con determinación.
A esas horas algunos ya se están
acomodando en sus improvisados refugios para dormir, pero cuando llega es recibido con
muestras de entusiasmo por esas criaturas esquivas y castigadas que tanta vida
están dando al doctor en su jubilación. Tras comprobar que nadie le ve, se acerca al
grupo. Les saluda por sus nombres y a continuación les entrega la comida que les ha preparado.
Una vez saciada el hambre, el
Dr Delclós se sienta en el banco bajo la farola. Se pone las gafas. Abre su botiquín. Saca
el colirio para la preocupante conjuntivitis que detectó ayer a Lady Mary. La cura con
esmero. Cuando termina, le da unos golpecitos cariñosos entre los omoplatos.
El agradecido ronroneo de la
gata rubia le produce una alegría que jamás experimentó con sus pacientes humanos.
Buenísimo Paz! Lo agrego a mis favoritos de tus excelentes relatos...
ResponderEliminarQué ilusión! te envío una sonrisa felina.
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