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jueves, 25 de junio de 2015

Microfilias

En el número de verano (aquí )/ invierno ( allá ) de la revista literaria argentina Microfilias han publicado cinco de mis microrrelatos. Vuelo cual águila de un continente al otro.  ¡Muchísimas gracias a su editora, Patricia Nasello!



lunes, 15 de junio de 2015

Pérez


            
Foto tomada en 1997 en la playa de San Juan ( Alicante). Ana y Sara.  



         Se requiere un tenaz empeño para conseguir la pieza. Usar todas las herramientas al alcance: dedos, palillo, hilos…y esa apisonadora de color rosado llamada lengua, que indaga, percibe la debilidad, acaricia, presiona, se retira y luego regresa suave pero obsesiva. Tres días. Cada vez está más suelto. Un dedo lo empuja. Sentir la deliciosa intimidad de acompañarlo en su lento balanceo hasta que cede y solo un hilillo lo mantiene unido a la encía. Ese instante único en que el diente pende sobre el abismo, y después el gozo de depositarlo en la palma de la mano.
          Qué diferente es lo que siente cuatro décadas después, en la consulta del dentista. Esta vez la demolición dura unos minutos. Sucede que la raíz del iceberg se rompió y hay que arrancar la muela a trozos. Taladros, chorros de agua y diminutos martillos se introducen en la boca como una diligente brigada de mineros. Los fragmentos de roca viajan por el desagüe en cada enjuague. Sabe que cuando vea el hueco se sentirá incompleta, culpable, mortal.
        Al llegar a casa abre el álbum. Desde la foto, la niña le dedica una sonrisa desdentada y le ofrece, orgullosa, una moneda. El valor exacto de la parte más dura de su cuerpo.


lunes, 1 de junio de 2015

El lado humano del escritor

Fotografía tomada en un museo de Nottingham 

Ha llegado con tiempo suficiente. Se sienta en la primera fila. Deja el bolso en su regazo, se pone las lentes bifocales y hojea el folleto con el resumen del libro que hoy se va a presentar en la sala Cervantes del Ateneo Cultural.
Ha conseguido un abono para todas las conferencias de la temporada. Las tardes de los martes y los jueves solucionadas por tres meses. Por suerte lo puede compaginar con los conciertos y con la merienda de los viernes con las otras viudas. El escritor de hoy le atrae especialmente. Maduro pero iconoclasta. Un peso pesado del mundillo cultural. Ha leído alguno de sus libros. Buenas críticas, conocido y respetado por el público, pero con un toque de escritor de culto, para minorías preparadas como ella.
La sala va llenándose de gente. Aparece el escritor. Impresiona, con esa camisa azul grisácea y ese aroma a after-shave de marca. Parece que emana autoridad pero a la vez se desenvuelve con la mayor naturalidad. Llegan amigos. Le saludan. Su editora. Bromas inteligentes. El escritor atiende a todos mientras de reojo observa satisfecho cómo se va llenando la sala de gente interesante y discreta. Le presentan a amigos de amigos. Señoras maduras le dicen con voz minúscula lo mucho que lo admiran. Conversaciones informales pero controladas con mano de hierro por el escritor, que consigue acabar su pavoneo en el preciso instante en el que aparece el librero dispuesto a presentarlo tras los cinco minutos de cortesía pero respetando a los que han llegado a tiempo.
A Elvira le encanta presenciar la trastienda de las conferencias. El antes y el después. Suele llegar con mucho tiempo y se sienta con aire ausente en las primeras filas. Saca un libro o su agenda, y simula leer muy interesada, mientras afina sus antenas y se concentra en disfrutar de todos los detalles del comportamiento del escritor y su séquito. Le apasiona observar “el lado humano“ del artista.
Pero lo que más le interesa es “el después”. La metamorfosis de escritor a persona una vez se ha relajado, se queda con los íntimos y se quita la máscara. A veces nota que a medida que se aproxima ese momento final va segregando saliva en cantidades crecientes. No puede evitar pensar en el perro de Pavlov. Para esos casos lleva unos caramelitos de eucaliptos muy socorridos.
La conferencia transcurre según el guión previsto: lectura de un fragmento de su nuevo libro, y preguntas del público. A Elvira no le gusta demasiado lo que el autor lee, sin entonación alguna. El escritor confiesa con falsa modestia que a “él” no le gusta leer su propia obra en voz alta porque se da cuenta de algunos fallos que ya no está a tiempo de corregir. Después pide intervenciones porque quiere conocer la opinión de sus lectores.
Contestaciones ocurrentes. Otras poéticas. Todo muy literario, con ese aire de elegante facilidad que tienen los que notan que ya han pasado por el trámite y han salido airosos.
Elvira nota como el ego del escritor se inflama y flota, como su perfume, ocupando toda la sala. Mira a su alrededor. Parece que nadie más se percata de ese volumen aplastante. Espera con impaciencia el final y se demora, como siempre, para escuchar las conversaciones off the record.
La estrategia de hoy está minuciosamente planificada: hará como que hurga en el bolso buscando la funda de sus gafas, después carraspeará, sacará un caramelo de eucalipto, le quitará el papel, buscará una papelera, volverá a por el bolso…cree que con eso bastará para detectar el lado humano. Pero no hace falta. Al abrir el bolso oye cómo el escritor se acerca a la editora y le pregunta sin ningún complejo: ¿Qué tal? ¿Cómo lo he hecho?
A Elvira se le cierran las compuertas de la saliva. De un compuertazo. Se queda seca.
No sabe por qué misteriosa asociación de su mente acaba de acordarse del desenlace de su lejana noche de bodas, en la que su Manolo, que Dios tenga en la gloria, inauguró la secuencia que explotaría durante toda su vida sexual en común: primero la lección magistral y a continuación la pregunta.
            Ella, como la editora, también respondía invariablemente de forma positiva, le hubiera gustado o no.

Se levanta de la silla y se va sintiendo a la vez asco y ternura por esa pareja tan vulgar.