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viernes, 30 de diciembre de 2022

La riada

 

                                                              Fotografía propia


Cuando Don Ricardo preñó a la hija de la Engracia, la familia se mudó a una ciudad del sur.

Al año regresaron. Engracia acunaba a una niña de tres meses envuelta en un chal. Su hija llevaba la vergüenza prendida en su mirada y una venda prieta alrededor de sus pechos. Oculta a la visión de la gente, la leche blanca y esperanzada se iba transformando en un suero sucio y amarillo. Desde entonces algo fétido y doloroso rezumó bajo la superficie de las cosas sin derramarse del todo.  

El silencio se instaló en aquella casa, y colmó todos los resquicios de su realidad. La pequeña compartió apellidos y juguetes con su verdadera madre, convertida ahora en su hermana. La estrategia era impecable si la abuela cumplía resignada su papel de madre añosa. La confusión funcionó. Nadie habló.

Pero sesenta años después Don Ricardo, en su lecho de muerte, reconoce a esa hija. La herencia inesperada retuerce el árbol genealógico hasta convertirlo en un olivo milenario. El silencio escapa de su guarida y cede todo el espacio al grito, a la murmuración y a todas esas palabras astilladas que ahora circulan como troncos liberados de una presa tras la riada. 



Con este relato he participado en la última propuesta anual de Esta noche te cuento, sobre SILENCIOS. Aquí se puede leer en la web de Esta noche te cuento. Al final he sido seleccionada y entro, in extremis porque es el último tema, en ese libro tan especial y querido. ¡Gracias al jurado! Y felicidades a los demás seleccionados y mencionados ( aquí

lunes, 12 de diciembre de 2022

NO

 

                                                               Fotografía propia. Santiago de Chile


Mi hija está mirando NO, una película ambientada en el Chile de 1988 durante la campaña para el NO en el referéndum en el que se votaba la continuidad de Augusto Pinochet.  Cuando termina de verla le pregunto si le ha gustado, y le recuerdo que hace unos años estuvimos a punto de irnos a vivir a Santiago de Chile. Si mi marido hubiera aceptado el trabajo que le ofrecieron ahora estaríamos allí haciendo cábalas sobre cómo hubiera sido nuestra vida si NO hubiéramos aceptado y estuviéramos viviendo en Molins. Estaríamos imaginando la vida que estamos llevando ahora, en la que fantaseamos en cómo hubiera sido nuestra otra vida allí. Pero NO.



viernes, 2 de diciembre de 2022

La ciudad introvertida



Hemos estado allí, y podemos afirmar que en realidad existe. Pero a Teruel le conviene y le sienta bien habitar el territorio del olvido. Cada madrugada se resiste con fiereza a que el primer rayo de luz rompa su envoltura de niebla y puedan así materializarse de nuevo sus monumentos, murallas y apeaderos con idéntico diseño y color que los del día anterior. Restos deshilachados de esa bruma se retiran al campo cada mañana para regresar al anochecer y devolver a la ciudad a su anhelada inexistencia.


lunes, 21 de noviembre de 2022

Informe

 


Una vez recogidas todas las sondas, regresamos con los datos para hacer una caracterización del tercer planeta de la enana amarilla tipo G actualmente en estudio.

En una primera aproximación podríamos decir que los organismos mejor adaptados, más abundantes y que mayor diversidad presentan, son unos heterótrofos pequeños y coriáceos que sobreviven en cualquier hábitat y que ─atravesados individualmente por una estaca─ están ampliamente representados en ciertos edificios lóbregos donde se guardan ejemplares inmóviles de todas las especies.

Poseen cuernos, mandíbulas, patas robustas y variadas protuberancias. Están cubiertos por escudos metálicos, iridiscentes o de un negro opaco. Su éxito no ha sido obstáculo ─y eso dice mucho en su favor─ para el desarrollo de las demás especies. Son ubicuos, discretos y muy resistentes.

Existe otro grupo de seres con características muy peculiares.   Unas criaturas que poseen cuatro extremidades y una cubierta de pelo. Estos organismos guardan a las crías adentro durante un largo periodo, extrayendo suero de su propia sangre para alimentarlos en las primeras fases de vida exterior. Es un producto tan reciente de la Evolución que aún no sabemos si tendrá continuidad. Nuestra hipótesis apunta a que se trata de un experimento arriesgado de la Selección Natural que a la larga resultará fallido frente a la superioridad de los verdaderos habitantes por derecho propio de este extraño planeta.

 
El diseño más delirante incluido en este grupo lo presentan unos especímenes que se autodenominan “humanos”. A diferencia del resto de los mamíferos ─así llaman los humanos a los de su condición─ poseen una implantación discontinua y absurda del pelo sobre sus límites, y pretenden sostener todo su peso sobre dos únicos pilares acabados en ínfimas superficies, lo cual les obliga a desplazarse de manera torpe y tambaleante. Tienen una gran facilidad para clasificarlo todo, así que no se les ha ocurrido nada mejor que llamar coleópteros (o escarabajos) a la especie dominante, según consta en la lectura de sus códigos binarios. La convivencia entre ambos grupos nunca fue muy fluida ─en general los humanos muestran una marcada hostilidad hacia el resto de las especies y una avidez por destruir todo lo que está a su alcance, hasta el punto de estar modificando la temperatura global de su propio mundo─, aunque parece que en algún momento los humanos (también llamados hombres) fueron sabios y adoraron a los escarabajos. Más adelante, uno de ellos, en un texto fundacional y profético,  tuvo la clarividencia de reconocer la superioridad del escarabajo transformándose en uno de ellos. 

Así como los coleópteros poseen una metamorfosis completa y contundente,  con exoesqueletos que les blindan contra el entorno hostil y corrosivo del planeta, los hombres permanecen siempre como larvas blandas, totalmente vulnerables a los agentes externos. Necesitan construirse coberturas artificiales, pues en ninguna fase vital poseen caparazón.  Se observa, pues, una interesante neotenia. De alguna manera conservan características juveniles toda su vida, siendo los casos más inquietantes los individuos que se hacen llamar, en su afán por etiquetarlo todo, artistas y científicos. Los especímenes pertenecientes a estas categorías continúan durante toda su biografía realizando una serie de actividades que en el resto solo es propia de las primeras fases del desarrollo: la capacidad de asombro, el juego y la investigación. 

Quizás  ─y esto es sólo una conjetura─ la rareza de estos comportamientos sea la única tabla de salvación que le queda a esta especie suicida en el Planeta Escarabajo.


Este relato participa en la convocatoria actual del concurso de historias de ciencia ficción de Zenda #Historiasdelfuturo. 

jueves, 10 de noviembre de 2022

Por un perro que maté...

 

                                                                    Lía 

Estamos citados para las 10 de la mañana. Mientras espero a mi abogada hay una caída mundial de WatsApp, y los mensajes se quedan esperando en un limbo circular. Al final nos encontramos en el bar que hay frente a los juzgados. Desde allí vemos llegar a los agentes rurales. Impresionan, con sus uniformes. Son cuatro jóvenes: dos chicos y dos chicas. Les recuerdo de cuando intervinieron dos años atrás, cuando sucedió todo. Ellos entran. Nosotros pagamos los cafés y vamos también para allá. Identificaciones, bolsos por la máquina y pasar por el arco-escáner. Igualito que en un aeropuerto. ¿Volaremos? ¿o se estrellará el avión? Solo dejan pasar a los directamente afectados, en nuestro caso a mi abogada y a mí.  Mi marido esperará en una biblioteca que se encuentra cerca, ya le avisaré al acabar. Nos advierten que hay un juicio en proceso que va para largo. Tenemos que esperar en el interior de un patio con arcadas que combina el color vainilla en las columnas con el salmón en el suelo, y unos bancos metálicos que flanquean una zona en la que ahora hay unos hombres muy corpulentos (que deduzco son policías) esperando para declarar. Intercambiamos impresiones con los rurales, que están revisando los papeles para no olvidarse de nada. Todos intentamos controlar el torrente de adrenalina, cada uno a su manera.

Yo estoy llena de energía gracias a que el día anterior me esforcé en cansarme al máximo. Antes de comer me fui a la playa y nadé durante un buen rato inmersa en un calor inaudito para finales de octubre. Por la tarde pinté algunas paredes del piso, obsesiva con algunos detalles y rincones, y luego salimos a cenar. Después de todo eso caí rendida y dormí toda la noche de un tirón, aunque se alternaban unos extraños sueños lúcidos en los que el sobresalto era el común denominador. Me ha ocurrido como me solía pasar con los exámenes: esa ansiedad que bloquea y aísla la semana previa, pero que el día de la prueba se transforma en una especie de alivio anticipatorio. Un Alea iacta est en toda regla.

Ya había hecho mis deberes. Ya había repasado lo que pasó y lo había ordenado en mi cabeza. Mi abogada me dijo que no me lo preparase demasiado. Que solo me preguntaría cosas que yo ya sabía: si las perras eran parte de la familia, y qué ocurrió ese día. Que solo contestase acerca de lo que yo viví. Todo lo demás lo dirían los demás (los agentes rurales, la forense…) Que prepararlo demasiado podía acabar estropeándolo.  Pero yo, que me conozco y sé que solamente me siento segura cuando me preparo las cosas, lo volví a visualizar todo mientras pintaba las paredes. Las imágenes de Lía agonizando volvieron enseguida. No hizo falta invocarlas en voz alta. El espanto de lo que viví con mis dos perras envenenadas había estado esperando al otro lado de un espejo en el que tuve que mirarme de nuevo.  También ensayé cómo trasladar a través de la mirada todo mi desprecio hacia el energúmeno que lo hizo y al que deseaba que le cayera encima todo el peso de la justicia (a esas alturas me permití imaginar a La Justicia como una matrona con obesidad mórbida cuyos platillos de la balanza penden repletos de expedientes pesadísimos)

Mi hija me había recomendado que, por higiene mental, no proyectase la imagen de un demonio en un individuo que probablemente sería simplemente un ignorante que había cometido un error. Yo asentí, pero seguí ubicándolo en el infierno. No me gustaba admitirlo, pero me provocaba una curiosidad morbosa saber qué aspecto tendría el diablo. Aunque lo cierto es que en algún momento me vino a la mente Hanna Arendt y su decepción ante Eichmann, aquel aplicado burócrata que cumplía órdenes.

Y ahí está. Con su abogado. En la otra esquina del cuadrilátero. Un hombre mayor, de escasa estatura, con un aspecto entre desorientado y retador. Aparece y desaparece de mi vista tras las columnas del patio. En las series americanas, hasta a los delincuentes más toscos les endilgan un traje y una corbata cuando asisten al juico. El sujeto que envenenó a mis perras lleva una camisa de cuadros rojos, tejanos y unas deportivas blancas. Me pregunto si será puro attrezzo,  pero me sorprende mucho que vaya disfrazado precisamente de cazador. Compone un gesto extraño con la boca que no atino cómo interpretar. Las columnas nos sirven de parapeto, pero cuando está en mi campo visual le miro a la cara fijamente, le fulmino con mi peor expresión (ensayada) de mala leche. Al final de la mañana me dolerá la mandíbula de tanta determinación. Y total, seguramente para nada, pues sospecho que la potencia de mi odio no ha sido suficiente para atravesar el espacio que nos separa. A las chicas flacuchas y contenidas nos cuesta horrores imitar a Frances McDormand en sus mejores papeles de cabrona.   

Seguimos esperando. Mientras tanto, van llamando a diferentes testigos del juicio anterior. La chica con chándal y el pelo mal recogido acaba de salir de declarar. La acompaña una funcionaria del juzgado. Le tiembla todo el cuerpo y en cuanto se sienta en el banco pide a la acompañante si se podría liar un cigarrillo. Más tarde se refugiarán en una pequeña habitación cercana a donde estamos. Durante las horas que pasaremos allí podré captar su angustia a través de las paredes. Al cabo de un rato, dos policías acompañan a la sala a un hombre joven y muy robusto que va esposado. Casi no me atrevo a mirarlo, pero su silueta me recuerda a un centauro. Lo que más le preocupa a la chica es si le avisarán cuando salga de la cárcel. Lo repite varias veces. La que le asiste la intenta tranquilizar. Yo me imagino que es una de mis hijas, y como no puedo soportar ese nuevo dolor ajeno trato de concentrarme en el mío propio. El abogado defensor le ha pedido a mi abogada llegar a un acuerdo y no entrar a juicio.

Ya llevamos dos horas de coreografía entre los abogados y el fiscal cuando finalmente consiguen una estancia para reunirse y hablar. Lo que pide el abogado del tipejo de la camisa a cuadros, me entero después, consiste en desestimar la solicitud de cárcel y canjearla por una multa. El fiscal y el defensor piden que solamente afecte al delito ecológico ( puso veneno de forma sistemática y durante al menos quince días en una zona protegida y al alcance de animales y personas) y no por el envenenamiento de mis dos perras. Mi abogada se niega a pactar y se reivindica en lo que reclamamos como compensación por las consecuencias que este delito tuvo en mis dos perras (la muerte de Lía y el grave envenenamiento de Gala). Si no aceptan pagar la indemnización que hemos pedido en la demanda por daños y prejuicios y  las costas, ningún problema: se entra a juicio.

Mientras tanto, yo sigo ensayando mi mirada asesina con el diablo disfrazado de payés, y aunque de vez en cuando mi compasión me coge por las solapas y me cuestiona ese caminar mío de fiera enjaulada a lo largo de mi lado del patio (¿seré yo la fiera?), la imagen de Lía vuelve a comparecer para que yo pueda colocar el odio otra vez en un lugar prominente.

A las cuatro horas todo está solucionado. El innombrable se declara culpable, acepta todos los cargos y se compromete a pagar una multa por delito ecológico y a asumir la indemnización por responsabilidad civil que pedimos para compensar de alguna manera a nuestra familia por la pérdida de nuestra perra Lía.

Al salir de los juzgados la rabia se disuelve y deja paso a algo que recuerda vagamente a la euforia. Y, aunque todavía tendremos que esperar dos semanas para que nos llegue la sentencia en papel, un ligero movimiento sísmico ha atravesado mi pequeño mundo. Una pieza se ha movido en el tablero gracias a la determinación de seguir hasta el final. Siento como si esa justicia obesa y llena de celulitis hubiera perdido unos quilos y ahora se permitiera un gesto liviano, como si se dispusiera a bailar. Solo queda esperar a que la noticia salga en prensa y que sirva de aviso a navegantes. Ojalá la lean esos cazadores descerebrados que se creen impunes y se lo piensen dos veces antes de atentar contra la vida de manera gratuita y cruel. Los envenenadores son muy brutos y muy simples, y hay que ser muy didácticos con ellos para que capten el sencillo mensaje de que las acciones tienen consecuencias y que a veces los malos acaban pagando.

Al individuo que envenenó a mis perras le llamaría de muchas maneras, tengo a mi disposición muchos adjetivos ( ya los usé cuando ocurrió, aquí), pero ahora me limitaré a llamarle mataperros.

Gracias a mi familia, a la protectora Perrikus, Mercedes, Mar y Fernando, a Ignasi Ripoll, a los agentes rurales de Tortosa y a mi abogada por estar a mi lado en este proceso. Lía, espero de verdad que tu muerte sirva para salvar otras vidas. Cerramos de alguna manera el duelo dos años después.

sábado, 29 de octubre de 2022

La tatarabuela

 



Cincuenta y tres huesos. Emergen obedientes a los expertos toques del cincel. Una hembra joven, según se deduce de su pelvis. El maxilar inferior muy robusto para un cráneo tan pequeño. Húmero largo, como de simio. 

Están acostumbrados a celebrar el hallazgo de restos fósiles de hienas, babuinos o jirafas. Incluso los rastros de agua de lluvia grabados en los estratos de arenisca. Pero un hueso de homínido es algo improbable, excepcional. Los paleontólogos del equipo de D. Johanson pueden describir a un individuo a partir de un solo diente. Montar un puzle con tantas piezas es una bendición.

Mientras excavan el yacimiento en el magnetofón suena una y otra vez Lucy in the Sky with Diamonds.

La llamarán Lucy, claro. Un magnífico ejemplar de Austrolopithecus afarensis. La primera que se irguió sobre sus pies. La tatarabuela etíope de toda la humanidad. Nunca imaginó no hubiera podido que sería tan famosa en un remoto futuro. Tampoco los Beatles supieron que la L del “LSD” camuflada en el título de su canción daría nombre a la entrañable antecesora de los homínidos que un día, con zancada firme y cráneo hipertrofiado, cruzaron el umbral de África para invadir y devastar el planeta. 



Con este texto he participado en la actual convocatoria de Esta noche te cuento con tema antepasados y / o robots. Aquí 

viernes, 14 de octubre de 2022

Cómo superar tu primer día de trabajo


                                                              Fotografía propia


Estudia medicina. O farmacia. Algo que parezca importante o que sea de ciencias, como insistía mamá. Si has estudiado filosofía no tienes ninguna posibilidad. Cero. Siéntete orgullosa si el ayuntamiento te selecciona entre muchos otros jóvenes de la población para trabajar durante un mes y así promocionar las políticas de empleo del Consistorio. Sonríe muy fuerte en la foto que te vas a hacer con los otros privilegiados. El alcalde se situará en el centro, como la guinda de un pastel de carne, y lucirá la sonrisa más falsa de todas. Nunca podrás superar el tamaño de esa sonrisa, pero debes intentarlo. No hace falta que sonrías con los ojos, solo estira al máximo las comisuras de los labios. Después saluda entre contenta y precavida al chico que te han puesto de pareja para ayudar a los agentes ambientales del pueblo. Prepárate para empezar en serio al día siguiente. Visualiza los 850 euros que te han dicho que cobrarás al final de este mes de julio que promete reventar las temperaturas registradas en los últimos veinte años. Si gestionas bien ese dinero a lo mejor hasta puedes ir al Arenal Sound.

Discúlpate con discreción cuando llegues con cinco minutos de retraso a tu primer día de curro. Tienes que comprender que ya le hayan explicado a tu compañero cual será vuestro itinerario de concienciación ciudadana, qué folletos tenéis que repartir y de qué contenedores tenéis que comprobar desperfectos. Pero, sobre todo, no bajes la mirada cuando esa cincuentona, que es tu jefa porque entró en el programa de desempleados de larga duración, te diga que a dónde vas tan fresca, que si te crees que con esos pantaloncitos tan cortos los hombres escucharán lo que tengas que decirles sobre reciclaje. Desafíala con tu silencio. Imagínate desmelenada en el Arenal dentro de poco, pero ahora recógete el pelo en una coleta y ponte el chaleco amarillo de agente ambiental con el temple de una varonesa en el exilio. Patrulla con vigor y resentimiento por las calles con tu compañero, aún a costa de añadir dos grados de rabia a los 35 grados centígrados de temperatura. Aprende a dosificar esa rabia, pues te tiene que proporcionar energía para todo el mes.


sábado, 3 de septiembre de 2022

Mala memoria

 

                                                                      Foto propia

Al entrar, la farmacéutica le está diciendo a una clienta que como las pastillas para el mareo producen somnolencia, algunas marcas añaden algo de cafeína.

La clienta resulta ser mi vecina.

Uy, ¡Hola!

─ Yo tampoco te había reconocido por detrás ¿Qué tal? ¿Cómo estáis?

─ Bien. Hoy vamos a llevar a mi tía al mar.

─Ah, pues nosotros también nos vamos a la playa ahora. ¿A dónde la lleváis?

─Ella quería que la lleváramos a la Barceloneta, que es donde vivió de joven, pero ahora no se puede ir allí. Vamos a ir más lejos.

Pienso que si el viaje es largo y la mujer mayor no es mala idea darle una Biodramina.

Mientras recoge el cambio y mete los medicamentos en su bolso me comenta que ahora hay unos barcos funerarios que se meten mar adentro, y eso sí que está permitido.

De repente me acuerdo de que me lo contó. Su querida tía. Y lo triste que había quedado su madre sin su única hermana.

Tartamudeo un poco al despedirme. En cuanto sale por la puerta de la farmacia repaso la escena en mi cabeza. Me siento como si acabara de bajar de un carrusel. Y me pregunto si debería añadir a mi compra una caja de biodraminas. 

domingo, 21 de agosto de 2022

Documentales de la naturaleza

 



Los niños, emocionados como cada verano, se dirigen a la fiesta infantil del pueblo. Piñatas, carreras de sacos, chocolate con churros… todo gestionado por unos cuantos vecinos disfrazados de payasos. El calor y la música de pachanga, insufribles para quienes los acompañamos, no parecen hacerles mella. Todo transcurre como siguiendo un guion, el de un documental que tratara de la vida amplificada y colorida de una manada de leones retozando, celebrando la saciedad con sus cachorros. Y al final de la fiesta, un giro inesperado: veinte pollitos de un amarillo insultante salen despavoridos cuando uno de los payasos abre una caja de cartón agujereada con pequeños respiraderos. Tras la parálisis inicial, los niños corren a atraparlos con sus manos ansiosas. Mis hijos me traen uno, como quien lleva una ofrenda a su dios. Un manojo de plumón palpitante, que no tenemos más remedio que llevarnos a la finca familiar. Cualquiera lleva la contraria a esa ilusión desmesurada y llena de porfavores. Le llamaremos Piti, y los primeros días servirá a la vez de juguete y de motivación moral sobre el cuidado de otros seres vivos.

Al final del verano, para cuando tenemos que regresar a la ciudad y a los colegios, el pollito se ha convertido en una criatura feúcha y parda, un adolescente rumboso y desgarbado que picotea sin descanso, deja un rastro de diarrea a su paso y no permite que lo toquen. En cuanto nos marchamos, mi cuñado lo llevará a la granja de su madre.

En Navidad regresamos a la finca. Mi suegra nos deleita con sus habituales delicias culinarias: caldo, pollo con ciruelas y macedonia, esta vez. Mi cuñado espera a los postres para hacer un comentario sobre lo tierno que estaba el pollo. A continuación, nos lanza un guiño, una granada con efectos retardados que mis hijos interceptan.  

Le gritan, le pegan, arañan sin piedad a su tío. Se meten los dedos en la boca, pero no consiguen vomitar. Y al final lloran sin consuelo, con una rabia que no se agota. La digestión de Piti coincidirá exactamente en sus biografías con el paso de cachorros a animales jóvenes, con la pérdida irremediable de una inocencia que ya nunca recuperarán.

Mientras, en la televisión, un magnífico ejemplar amonesta con un zarpazo sin uñas a uno de los leoncitos que está dando la lata con sus juegos a la hora de la siesta. La música que acompaña a esta escena en el documental podría parecer demasiado dramática en cualquier otra ocasión.  

miércoles, 17 de agosto de 2022

La rueda de la fortuna

 

Aquel destino no lo quería nadie. Un pueblo montañés, con gentes duras, cerradas y sin remilgos. Años de aislamiento propiciaron el crecimiento, entre sus habitantes, de una costra de recelo ante todo lo que viniera de fuera. Los niños, que serían sus alumnos, combinaban cuatros apellidos raros y difíciles de pronunciar procedentes de las familias ancestrales. Todo era simple pero auténtico. Y ella deseaba, a toda costa, integrarse en ese lugar al que había llegado huyendo del fragor de la gran ciudad.

En la primera Fiesta Mayor instaló una parada en la que enseñaba a hacer unas ensaladas alternativas que sacudieron de su sopor de tomate y lechuga a las amas de casa. En la segunda se animó a maquillar a los escasos niños, todos primos entre sí, con unos diseños de fantasía que hicieron las delicias de las madres jóvenes del lugar. En otra ocasión, aprendió durante el invierno a trabajar el mimbre y ofreció un taller del que los participantes salieron cada uno con una sonrisa y un cesto. Las clases de teatro que ofrecía gratis en el local del ayuntamiento y su fama de tener muy buena mano con los chavales hizo que finalmente la acabaran aceptando como miembro de pleno derecho de aquella comunidad.

Para la fiesta mayor de este verano se ha lanzado con algo más atrevido. Lleva semanas memorizando muchos datos, y cree que podrá hacerlo bien. Ha montado una caseta improvisada, con una estructura de barras de aluminio y unos velos lánguidos y voladores.

Sentada ante una mesa cubierta con un pañuelo de color lila, espera a sus consultantes.

Los lugareños pasan de uno en uno y le cuentan sus problemas con las parejas o los jefes. Las rencillas entre hermanos por las herencias y las disputas por las lindes de las propiedades entre vecinos afloran desde el pasado, y depositan allí la última capa de resentimiento. Ella los escucha mientras intenta recordar el significado de La Papisa o La Rueda de la fortuna para adaptarlo a la confesión en curso. 

Le duele la cabeza después de toda la mañana sentada en esa banqueta tan incómoda. Apenas ha comido unos frutos secos que llevaba en su mochila, se le está acabando el agua, y esa falda de zíngara con la que se ha disfrazado es demasiado gruesa para el calor de este verano. Se está empezando a arrepentir de su iniciativa.

Pero todos quieren verse reflejados en esa mano de cinco cartas tan coloridas. Todos quieren sorprender con su propio destino, que en el fondo ya conocen, a la mujer que siguen considerando una forastera. Las cartas del tarot de Marsella, que la maestra-reconvertida-en-bruja interpreta con tanta ceremonia, es la espita de salida para un flujo desbocado de palabras y emociones que empujaba desde dentro, desde siempre.

Todavía le quedan diez personas en el turno previo a la comida. No sabe si podrá soportar tanto líquido embalsado que amenaza rotura de cañerías. Toma un último sorbo de agua medio caliente y, al despedir a esa mujer que le ha dejado el tapete empapado de una amargura verde y tóxica, la ve. De repente se da cuenta de que desde el último lugar de la fila la observa, con gesto ceñudo e inquisidor, la auténtica. La que acaba de inaugurar un centro de terapias alternativas en el pueblo y que, según dicen, es experta en tarot, quiromancia y mal de ojo. 


martes, 26 de julio de 2022

Una merienda histórica

                                                 James Cook llegando a lo que bautizó como Islas Sandwich ( Hawái) 
 

Esta era una reina muy exótica que viajó a un país cuyos habitantes se pirraban por todo lo que sonase a extranjero.

Lili’uokalami, primera y última reina de Hawái, visitó la Inglaterra de la Reina Victoria.

Como es lógico, entre los invitados a la recepción existía una gran curiosidad por conocerla.

En cierto momento, la reina aborigen comentó que por sus venas también corría sangre inglesa. Algo parecido a un movimiento sísmico recorrió la sala. Todos los miembros de la nobleza se miraron de soslayo. Uno de ellos se atragantó, otro se recolocó la chorrera que cubría su pecho mantequilloso. Las damas cuchichearon, burbujeantes. Una condesa con aspecto de lebrel hizo de portavoz y se lanzó a preguntarle si acaso ella descendía de la relación entre un conquistador y una nativa.

Lili’uokalami soltó una contundente carcajada, y a continuación afiló el gesto para decirle que nada de eso. Era simplemente que su bisabuelo fue uno de los que participó en aquel patriótico festín en el que se homenajeó a James Cook, repartiéndolo entre la comunidad.  A él, en concreto, le tocó el corazón.

Es por eso que yo tengo algo de sangre inglesa recorriendo mi sistema circulatorio, querida ─respondió, sonriendo.

 

                                                                        Lili’uokalami 

Este texto lo he presentado a la propuesta de Esta Noche te cuento sobre naipes o extranjeros Aquí

miércoles, 29 de junio de 2022

Soborno




                        Duane Keiser 



Al salir de la sesión se produce un giro que enreda todavía más la trama en su cabeza. En lugar de ser ella la víctima de las carencias de su madre, se imagina ahora siendo el sujeto cuya torpeza afectiva su hijo será capaz de describir con todo detalle. Ella sabe que los primeros años son cruciales. Y que ya no hay vuelta atrás. 
Se dirige a la cocina. Entrará en su habitación y le preguntará si le apetece una limonada para cuando acabe con esa fase del juego de rol. A lo mejor así no la deja tan mal ante su futuro terapeuta. 


sábado, 7 de mayo de 2022

Explosión de magia nada común ( reseña del libro de Araceli Esteves La magia de lo común)

 


Abrir un libro de microrrelatos es como aproximarse a una estrella muy antigua justo antes de estallar. Me atrevo a usar este símil astronómico en el caso del libro de Araceli Esteves, La magia de lo común, por lo apabullante de la energía concentrada en argumentos, temas y miradas que contiene. Esta formidable densidad precede a la explosión, a la que nos exponemos con el sencillo gesto de entrar en este libro, un artefacto solo en apariencia inofensivo.

Pero ¿cómo organizar el caos del universo? ¿Cómo clasificar todas las partículas desprendidas por una supernova? Para atravesar el vacío,  Araceli usa la ironía fina y menopáusica de quien no tiene nada que perder (una aspirante a catedrática decide que arrancarse un pelo de la barbilla es mucho más importante que defender su plaza ante el jurado), metáforas hechas de agua (una mujer que es toda nubes granizo y brisas) o de tinta ( las letras de los libros de texto se desmadran en cuanto salen del entorno académico), juegos metalingüísticos (cómo construir un texto orgánico si las palabras fueran los vecinos de una comunidad),  paradojas espacio- temporales en el salón de la casa, la reducción al absurdo ( un viaje espacial en el que tras una larga búsqueda han olvidado cuál era la pregunta) y algunas imágenes de una originalidad rara y contundente ( el ombligo como una puerta al cuerpo, un recién nacido con cola de rata,  sueños que se heredan o un error fatal en la selección de buenos recuerdos para antes de morir).

Una vez las esquirlas de polvo estelar llegan a su objetivo, se enquistan en el interior programadas para una última detonación con efectos retardados. El impacto rasga fibras nerviosas y emocionales cuando aborda temas como el proceso creativo (una almohada guarda las grandes obras de un escritor al que se le ocurren las mejores ideas justo antes de dormir), el dolor que infligimos a los otros, los espejismos de la fusión, la imposibilidad de dejarnos atrás, la invisibilidad de lo que no sirve o la compasión enfrentada a la transgresión. Galaxias enteras, bien encapsuladas, en tramas que aparentan una cosa pero que son otra. Parodias políticas, puñetazos de ciencia-ficción, humor negro y sueños, muchos sueños. De todo hay, en este universo que se expande.

Destacan dos elementos que reflejan la tensión constante entre lo cotidiano y lo extraordinario que recorre todo el libro: el agua fría y los fantasmas. Hay unos cuantos fantasmas ahí adentro. Reto a los futuros lectores a que encuentren los cinco variopintos espectros que habitan este castillo: uno compasivo, otro vengativo, un tercero aburrido, otro necesitado de cariño y el último que no se resigna a dejar de gritar. Pero, me da la impresión de que el tema “estrella” del libro es la mismísima realidad. Las palabras la husmean, le dan la vuelta, la retuercen, le levantan las faldas, y acaban encontrando su escondrijo en este minucioso y audaz juego del escondite, para finalmente desenmascararla.  

“La magia de lo común” es una máquina trituradora de lugares comunes y de autoengaños, un tablero de juegos de mesa que esgrime a la vez una mirada política y una gran sensibilidad poética. Y un singular tratado de las relaciones y las reacciones humanas. No se puede pedir mayor concentración de ideas a 132 páginas con 86 relatos ilustrados. Porque, para colmo, los dibujos de Llorenç Pubill complementan los textos con sutileza y acierto.   

Se sabe que casi todos los elementos de la tabla periódica, y la mayoría de los átomos que nos conforman, no proceden de nuestro sol sino de la explosión de una de esas estrellas gigantes, una supernova semejante a la que ahora nos ocupa y que con tan escasas herramientas no podemos abarcar. Les propongo un estupendo y económico viaje espacial para que puedan recibir el impacto de estas magníficas esquirlas procedentes de un mundo antiguo y profundo. El mundo interior de Araceli Esteves.  


Esta reseña ha salido publicada en Quimera, Revista de literatura, en el número de abril. 




El próximo martes 28 de junio vamos a presentar el libro la autora y yo en la librería Alibri de Barcelona a las 19h. Os esperamos. 

lunes, 25 de abril de 2022

Una vieja con mucha paciencia

 

                                                   Fotografía de Sebastiao Salgado

Ella se sintió vieja desde muy niña. Como si lo supiera todo desde el principio. Cuando descubrió ese lunar en su cara, del que más adelante le brotarían tres pelos de alambre, intuyó cuál iba a ser su destino. El tiempo la iría modelando con un cincel afilado y cruel. Se iría quedando cada vez más seca, más filosa, hasta acabar deshidratada como una tajada de bacalao.

 Ahora vive en lo más profundo del bosque. Los árboles cierran sus largos dedos leñosos alrededor de su casa. Una vivienda construida con vigas de pan rubio y revestida con nubes de azúcar y bastones de caramelo. Aunque en realidad no le gustan los dulces, y dormir sobre un colchón de merengue no es lo más cómodo del mundo. Pero ella sabe que su casa no puede estar construida de otro material que no sea el azúcar. Nadie tiene una casa como la suya. Una casa que en cualquier momento se puede derretir o servir de alimento. Empalagosa como un pegote de miel. Eso le emociona y le conviene. Ahí adentro huele dulce y sabe oscuro. Afuera, los troncos de la leñera esperan su turno, cubiertos de musgo y algunos hongos negros. Las gallinas picotean las larvas que se asoman de los laberintos excavados en la madera esponjosa.

Por la mañana caldea el interior quemando cáscaras de cangrejo que crujen sorprendidas al arder. Mientras espera a que se haga la hora de comer, sale y se entretiene contemplando cómo los tréboles y los ranúnculos cubiertos de escarcha reflejan el brillo del día recién estrenado.  

Una melena rizada de agua fluye al fondo del valle. Los cantos rodados se dejan acariciar sin resistencia. Los pájaros se adaptan a la melodía cambiante del riachuelo, aportando su coreografía aérea y sus propios acordes. Ella, que está hecha de ángulos y tiempo, vive rodeada de frescura y de luz. Su única tarea consiste en coleccionar piedras preciosas y huesos, que se amontonan ─sin orden alguno, pero limpísimos─ en las mugrientas habitaciones del fondo.   Solamente la cocina resplandece con el fulgor chisporroteante que emite su horno. Una luz que difunde hacia el bosque a través de las láminas transparentes de azúcar que cubren los ventanucos.  

Es el resplandor que ven los mellizos a lo lejos.

Otra vez se han perdido. Otra vez tienen hambre. Han compartido su comida con los pájaros sin saberlo, sin quererlo. Cuando se acurrucan uno junto al otro en el hueco de un tronco retorcido como un abrazo, recuerdan la leche tibia con bizcochos que les servía su madre cada mañana. Pero les parece que eso ocurrió hace mucho tiempo. En otra vida. En otro relato.  Ahora están a punto de ser expulsados de la niñez. Ella ya no está. Su padre se ha conformado con una sustituta reseca y fea a la que no le gusta cocinar. A la que no le gustan los hijos de su marido. Le disgusta tanto encargarse de ellos que en alguna ocasión les intentó alimentar con alpiste, que ellos vomitaban en cuanto desaparecía de su vista. 

Intentan dormir, compartiendo el poco calor que aún les queda. Por la mañana, se dirigirán hacia ese claro de bosque que huele a pan horneado y a caramelo.

Ellos saben, por las historias que les contó su mamá antes de morir, que en los cuentos de hadas siempre hay alguien que está buscando comida o intentando desesperadamente no ser comido. Que las brujas se pirran por las proteínas procedentes de la carne sonrosada y tierna de los niños tristes que llegan a su guarida. Y aunque ellos no vistan trajes de terciopelo raído ni tengan nombres absurdos, no pueden dejar de sentir miedo.  Mientras a su alrededor se deslizan algunos seres escurridizos y taimados, tienen que decidir si se van a convertir en depredadores o en presas. Quién se come a quién, lo saben, es el gran dilema de la naturaleza. También saben que no van a poder disuadir a la vieja de devorarlos. Ni van a convencerla de que empiece a alimentarse de bayas del bosque, a estas alturas. 

Se acercan a la casa, supurando una desazón demasiado conocida.  Usan las gafas del chico para concentrar los rayos del sol sobre una rama seca. Una gallina intenta picotear los pies a la chica, que tiene que morderse el grito que brota de su garganta. Mientras tanto, su hermano rompe la esquina de un alfeizar de galleta y le entrega un trozo. Con el fuego que ella tiene en las manos derrite un adorno de chocolate y lo vierte sobre ambas galletas. Cuando notan un hormigueo de energía recorriendo sus extremidades, usan la tea para prender fuego a los cimientos de jengibre. Así convertirán la propia casa en un horno. Y, como todo el mundo sabe, una bruja caramelizada es incapaz de hacer daño a otros inocentes.

Se llevan reservas de dulces para el camino, y, sin mirar atrás, parten de vuelta hacia su hogar. De esta forma, no llegan a enterarse de que el único ser carbonizado en el interior humeante de la casa es un pollo que estaba horneando la señora para comer. Ni de que la anciana sale de la casa, se sacude las cenizas de su sombrerito con gesto resignado, y enseguida se pone a mezclar harina, azúcar y levadura para volver a levantar la estructura del edificio. Ya está imaginando los nuevos y atractivos diseños pasteleros para la fachada sur.  

Ella todavía sigue allí. Viejísima. Incombustible. Apoyada en un bastón hecho de huesos de gallina. Cumpliendo con su destino. Esperando que el hambre atraiga a otros hacia su casa. Una casa que es a la vez amarga y dulce, igual que los miedos que allí se depositan. Que acudan muchos más niños a su cuento. Y que, ayudados por su ingenio, vuelvan a empujarla al interior de ese horno alimentado con un fuego azul que jamás se consume.  

jueves, 21 de abril de 2022

Panorama desde el avión

 

Mi hermana aborrecía la papilla de frutas. De hecho, rechazaba con bastante convicción cualquier alimento sólido. Solo Piedad conseguía introducirle algo de comida en su boca. Con la condición de que ésta diera antes una vuelta en avión.

 El artefacto hacía mucho ruido y aterrizaba al sonido de Aaaaammm. Montones de vuelos en cucharas pequeñitas. La boca de Piedad se abría como si fuera la bodega del propio avión descargando la mercancía al final del viaje. Mi hermana también abría la suya.  Pero solo de vez en cuando, y sin que nadie supiera a qué obedecía esa victoria.

Mientras tanto, el resto del mejunje esperaba en la taza resignado y, con los restos de plátano y manzana oxidados, acababa siempre apestando a fruta fermentada.

Yo miraba alternativamente el espectáculo de aeronáutica y el contenido del recipiente, que se iba poniendo de un marrón cada vez menos apetecible.

Pero cuando por fin mi hermana abría la boca, de repente el sol nos alcanzaba incandescente y cegador. La leche se retiraba suavemente hacia el interior del cuerpo de mi madre en un movimiento de bajamar. Los tirantes de mi vestido se deslizaban hombros abajo, mientras mis piernas se estiraban levemente hacia arriba. Yo me aplicaba especialmente en no abrir la boca en ese momento. No fuera a ser que cayera en ese sumidero de fluidos viscosos y lentos. En esa cadencia de aterrizajes y largas esperas en aeropuertos. En ese flujo de paciencia que avanzaba y retrocedía como la marea.

Me sostenía en el umbral de la puerta, apuntalada en mi gesto -la espalda firme- como quien pende de un primer precipicio. Sintiéndome toda manos, boca y ojos, sabiéndome casi ángulo recto. Y sin quererlo componía un gesto melancólico y digno, lánguido y tenso, en medio de un estruendo de motores de avión que todavía me acompaña.

Todo queda claro en esta historia. Todo excepto quien tomó la fotografía y por qué. Nunca sabré quien vio la escena y la recogió, pongamos que en una cámara Lubitel como la que teníamos en casa. Qué sintió al acercarse a aquella intimidad de aviones y papillas. Cuánto tuvo que esperar para suspender el tiempo precisamente en aquel instante de documental de la naturaleza, y cómo fueron las quemaduras infligidas por ese sol bárbaro.  

La única que estaba mirando al fotógrafo en ese momento era mi hermana. Pero no consigue recordar. Ninguna de las dos logramos ver la escena desde el otro lado, por más que lo intentemos.  


domingo, 30 de enero de 2022

Contra las categorías



Entiendo que la palabra adolescente produzca urticaria. De hecho, cuando los veo en grupo por la calle o entrando en un tren, cambio inmediatamente de acera o de vagón. Pero no permito objeciones a lo real de la conexión y el cariño que he sentido con la mayoría de mis alumnos. No me gustan los niños, pero criar a mis hijos ha sido una aventura asombrosa y llena de luz. Los perros ajenos me producen compasión, pero llevo muchos años sintiéndome salvaje y audaz cuando salgo a correr con los míos por el monte. Soy una solitaria que vive feliz con su tribu, en una casa siempre llena. No necesito ser muy sociable, ni demasiado simpática, pero cuido a mis amigos con cariño y tesón. Solamente hay una categoría que no supera la concreción: las figuras de autoridad impuestas y arbitrarias. El contacto con la mayoría de los jefes, algunas monjas de mi infancia, la gente que te dice lo que debes hacer… siempre me produjo algo parecido al sarpullido. Me escurro por los rincones e intento hacerme invisible en su presencia, como si quisiera evitar una emanación radiactiva. Y siempre he acabado teniendo conflictos velados o directos con ellos.  

Me pregunto cómo gestionaré el hecho de que dentro de poco no tendré más alumnos, todos mis hijos volarán, y los perros acabarán su vida demasiado corta. Cómo haré para no odiar a todos esos colectivos si no tengo ejemplares concretos para desmentir mi fobia a las categorías. Ya veré. La única ventaja, grandiosa y liberadora, es que ya no tendré jefes. Espero no acabar mis días en un asilo regentado por monjas.


domingo, 23 de enero de 2022

Volver a viajar

 



Estamos en París. El alojamiento de Montmartre es ideal: cocina equipada y, sobre las camas, unos rulos de toallas esponjosas que da pena deshacer. Por la ventana del salón asoma, entre tejados de pizarra, una de las cúpulas de nata del Sacre Coeur. Desde bien temprano se oye el bullicio de músicos y turistas ahí afuera. Hace mucho frío, pero los radiadores caldean bien el interior.

Al final decidimos trasladarnos al centro, no me conviene subir tantos escalones. En el Quartier Latin las calles son estrechas y el apartamento pequeño, aunque tan limpio como prometía.

Empiezo con la cena. Mientras mondo la primera patata en una espiral casi perfecta, me digo que la próxima vez debería elegir una ciudad menos cara. Somos muchos para tanto viaje. No está la cosa para despilfarros, y yo siempre fui una persona realista. Aunque, cualquier día me desmeleno y me largo sola a una isla del Caribe. Hay unas cabañas individuales que son una preciosidad y hacen honor a lo que se ve en las fotos. O, al menos, es lo que pone en los comentarios de la página de Airbnb: esa nueva aerolínea con la que últimamente, cuando nadie me ve, recorro todo el planeta desde mi ordenador.