( La fotografía es de Elías Ruíz Monserrat)
Al principio parece que todo
esté en orden. El viejo marino fumando su pipa en la primera página, a la
izquierda. Enfrente el ingeniero canario destinado a Cuba tras la filoxera. Los
patriarcas de la dinastía: varones enjutos y recios que soportan el peso de la
familia desde la memoria y la
fotografía. Ninguna mujer en las páginas inaugurales del siglo XIX.
A continuación van desfilando,
cada uno en su página, generaciones de hombres y mujeres perfectamente
etiquetados, en varias de sus edades y actitudes. Al principio con sus miradas
antiguas y sus peinados anacrónicos, después más asequibles. Siempre
acompañados de sus contemporáneos, que tienen la decencia de ir envejeciendo
con ellos.
Pero una vez se ha recorrido
la historia de la familia con el asombro y la curiosidad que requiere la manera
tradicional, se puede volver a pasar las páginas del álbum, ahora sin fijarse
en los vestidos o las expresiones, sin preguntarse quién era ésta o aquel. Hay
que desenfocar y desapegarse. Entonces se puede percibir una ligera corriente
de aire, una vibración que recorre todas las páginas sin situarse en ninguna.
Como un rumor de pasos que se adelantan o unas alas membranosas desplegándose.
Son los dos suicidas, que no
saben en qué página situarse y revolotean traviesos.
Ambos son personajes muy
especiales, varones añadidos al árbol genealógico por matrimonio, lo que
aumenta su incomodidad por estar en este álbum (¿tendremos las mujeres de mi
familia tendencia hereditaria a elegir maridos suicidas?-me pregunto-¿o es que somos
tan insufribles que provocamos suicidios?). El caso es que a veces tienes la
sensación de haberlos visto en una foto, pero luego los vuelves a buscar y no
consigues encontrarlos. Aunque ambos son muy esquivos, nada tienen que ver el
uno con el otro. El suicida más reciente es un bailarín en la treintena, a
quien conocí en una boda familiar siendo yo adolescente, que no pudo soportar
que le hubieran cesado como primera figura en la mejor compañía alemana de
ballet clásico. El otro suicida se remonta a otra época- principios del siglo
XX-, a otra cultura- la alta sociedad cubana- y a otra vergüenza: un
diagnóstico de enfermedad venérea incurable, e inaceptable para su esposa y su
familia.
Ahí están sus viudas,
envejeciendo a medida que pasan las páginas mientras que ellos permanecen
siempre jóvenes, rasgando la membrana del tiempo, jugando al escondite entre
fotos de extraños: uno de puntillas, haciendo un demi-plié en todas las esquinas antes de escabullirse, el otro
tratando de seducir a todas sus futuras parientes jóvenes.
Me resulta muy desagradable
que estos dos intrusos se burlen de todos, incluyéndome a mí, desde su eterna
desfachatez. ¿Cómo se atreven a trastocar las coordenadas del tiempo y del
espacio de esta manera, a jugar con algo
tan sagrado como el orden cronológico? Nunca pensé que un par de ectoplasmas
pudieran irritarme tanto. Me están entrando ganas de hacer algo al respecto,
algo como encender una hoguera de hierbas aromáticas en la página central y
esperar a que salgan tosiendo medio asfixiados.
Aquí estoy, preparada con la
pala de las moscas.
¡Qué buen micro, Paz, y qué título tan bien elegido! Formidable esa sensación perturbadora que se pega al lector a lo largo de todo el texto. Aplaudo tu destreza para generar esa necesidad de saber más en la lectura, esas ventanas entornadas que dejas en el texto para que nuestra imaginación se vaya de paseo.
ResponderEliminarUn abrazo,
Pedro, comentas tan bien que tus comentarios son mejores que los propios textos que comentas.Saludos!
EliminarQue placer leer tu relato. Es cuando se hace presente la narradora que como lector me sitúo en el escenario viendo a esa mujer pasar las páginas del álbum. Las descripciones de los personajes "que soportan el peso...", las miradas del tiempo. Cómo razonas la segunda visión del álbum, ese desenfocar y desapegarse, para sacar a relucir esos asesinos que se esconden entre los retratos. Vemos envejecer las viudas. El final, ese malestar por los garbanzos negros consortes que sacan hasta el instinto pirómano de la narradora. En fin, que me ha gustado muco tu historia.
ResponderEliminar¡Muchas gracias Ximens! No existe mejor elogio que tu primera frase. Solo con que alguien disfrute con lo que una escribe vale la pena hacerlo, así que te repito el agradecimiento con una mano en el corazón, y la otra aun ocupada con la pala de moscas!
EliminarToc, toc...¡se puede?, vengo a leer y a comentar. Después de un "atrevimiento intuitivo " y de una confidencia, me apetece aparecer por aquí a leer un ratito.
ResponderEliminarAdmiro tanto a las personas que dominan las palabras que...bueno el toque final con "el par de ectoplasmas", me ha dejado KO.
He visto que estás muy bien acompañada..¡ejem,ejem! (tengo tanto que aprender).
Recibe mis saludos
Anna
¡Adelante Anna! Pasa, pasa. Acabamos de "conocernos" pero parece como si nos conociéramos de toda la vida ¿no ? Qué raro esto de la química ..¡Bienvenida! Nos seguimos la pista¿eh?, que tengo comprobado que el algodón de la intuición no engaña!
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