Las siete y media de la mañana de un lunes.
Entro en conserjería para fichar. Nuria me pregunta qué estudié. Me pilla
desprevenida y le digo que soy bióloga. Si, eso ya lo sabe, pero ¿estudié zoología? ¿qué tal se me dan los
pájaros?
Me lleva al cuartito donde se clasifican las
fotocopias y abre una de las cajas de cartón en la que vienen los dinA4. En el
fondo, sobre un lecho de recortes de periódico, hay un pájaro. No es un gorrión
como los que yo rescataba de pequeña. Tampoco un vencejo como el que aterrizó
un día en mi baño y después no podía levantar el vuelo debido a lo desmesurado
de sus alas. Es un pajarraco grande, desproporcionado, con una cabeza enorme.
Nos mira aturdido y se desliza hacia una esquina arañando el fondo con un sonido
que da dentera. Tiene un mordisco en el pecho.
Yo balbuceo tordo, pero luego veo unas pintitas en el ala y me acuerdo de las
nubes de estorninos que sobrevuelan los árboles cerca del instituto. Cuando ya
me marcho le digo, desde la ventanilla de la conserjería, que es insectívoro,
que no le dé pan mojado.
Me voy a clase. Cinco horas después regreso a
casa. Por la tarde me entra como una nostalgia rara. Me asaltan imágenes de la
infancia: cajas de zapatos con agujeros en la tapa y dentro gusanos de seda
sobre hojas secas de morera, gorriones caídos del nido que morían ahogados
entre los barrotes de la jaula que les había preparado, perros abandonados a
los que arrancaba las garrapatas hinchadas como pequeños globos para luego
machacarlas con una piedra y sentir un placer inconfesable…
El martes, antes de empezar con mi primera
clase de biología, me intereso por el estornino. Se lo ha llevado su suegro, lo
tiene en un huerto en el que no hay gatos,aunque según él los estorninos no
merecen ser salvados porque son una plaga que esquilman las cosechas y roban
las olivas de tres en tres: dos en las patas y una en el pico. Ya se mueve y se
esconde entre los matorrales.Seguramente se recuperará.
Decido no preguntarle nada más en los días
posteriores, por si acaso.
Respiro aliviada y me dirijo hacia el aula
con aire marcial.
Me gusta este registro como de confesión, Paz. Me gusta porque me suele llevar de viaje y acabo en mi propia infancia, sonriendo al final de la lectura.
ResponderEliminarUn abrazo,
Al final creo que todos nos parecemos en nuestras infancias.Todos hemos intentado salvar pájaros, desparasitado perros...como si fuéramos una única criatura. Yo confieso. Abrazotes!
EliminarMe has hecho recordar la historia de un pájaro que cayó en el jardín de casa y no podía levantar el vuelo, no sabíamos que hacer con él para salvarlo.Llamé al departamento de Medio Ambiente. Lo rescató un empleado y nos dijo que era un un Apus apus es decir un vencejo o falciot, en catalán. Se lo llevó al centro de recuperación de fauna de Torreferrussa. A los pocos días recibí una carta del departamento de medio ambiente de la Generalitat de Catalunya en agradecimiento por haber salvado un pájaro de especie protegida.
ResponderEliminarEran otros tiempos, ahora ni las personas tendrían este trato, cuestión de presupuesto…
Pero es cierto que se respira con satisfacción después de recuperar a un bicho.
Saludos
A mi me pasó exactamente lo mismo cuando era pequeña.Pero lo subí al terrado y lo lancé a volar.No recuerdo nada más. Tengo un cuento largo sobre pájaros "caídos". No sé la razón por la que me conmueve tanto el tema.Por cierto, que sepas que esta tarde he preparado tres exámenes con la música de fondo de tu fantástico blog Sir Henry Baskerville, qué gustazo!
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