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domingo, 30 de enero de 2022

Contra las categorías



Entiendo que la palabra adolescente produzca urticaria. De hecho, cuando los veo en grupo por la calle o entrando en un tren, cambio inmediatamente de acera o de vagón. Pero no permito objeciones a lo real de la conexión y el cariño que he sentido con la mayoría de mis alumnos. No me gustan los niños, pero criar a mis hijos ha sido una aventura asombrosa y llena de luz. Los perros ajenos me producen compasión, pero llevo muchos años sintiéndome salvaje y audaz cuando salgo a correr con los míos por el monte. Soy una solitaria que vive feliz con su tribu, en una casa siempre llena. No necesito ser muy sociable, ni demasiado simpática, pero cuido a mis amigos con cariño y tesón. Solamente hay una categoría que no supera la concreción: las figuras de autoridad impuestas y arbitrarias. El contacto con la mayoría de los jefes, algunas monjas de mi infancia, la gente que te dice lo que debes hacer… siempre me produjo algo parecido al sarpullido. Me escurro por los rincones e intento hacerme invisible en su presencia, como si quisiera evitar una emanación radiactiva. Y siempre he acabado teniendo conflictos velados o directos con ellos.  

Me pregunto cómo gestionaré el hecho de que dentro de poco no tendré más alumnos, todos mis hijos volarán, y los perros acabarán su vida demasiado corta. Cómo haré para no odiar a todos esos colectivos si no tengo ejemplares concretos para desmentir mi fobia a las categorías. Ya veré. La única ventaja, grandiosa y liberadora, es que ya no tendré jefes. Espero no acabar mis días en un asilo regentado por monjas.


domingo, 23 de enero de 2022

Volver a viajar

 



Estamos en París. El alojamiento de Montmartre es ideal: cocina equipada y, sobre las camas, unos rulos de toallas esponjosas que da pena deshacer. Por la ventana del salón asoma, entre tejados de pizarra, una de las cúpulas de nata del Sacre Coeur. Desde bien temprano se oye el bullicio de músicos y turistas ahí afuera. Hace mucho frío, pero los radiadores caldean bien el interior.

Al final decidimos trasladarnos al centro, no me conviene subir tantos escalones. En el Quartier Latin las calles son estrechas y el apartamento pequeño, aunque tan limpio como prometía.

Empiezo con la cena. Mientras mondo la primera patata en una espiral casi perfecta, me digo que la próxima vez debería elegir una ciudad menos cara. Somos muchos para tanto viaje. No está la cosa para despilfarros, y yo siempre fui una persona realista. Aunque, cualquier día me desmeleno y me largo sola a una isla del Caribe. Hay unas cabañas individuales que son una preciosidad y hacen honor a lo que se ve en las fotos. O, al menos, es lo que pone en los comentarios de la página de Airbnb: esa nueva aerolínea con la que últimamente, cuando nadie me ve, recorro todo el planeta desde mi ordenador.