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domingo, 20 de diciembre de 2020

Una máquina del tiempo

 


    Robaba dinero de la máquina registradora y lo repartía con nosotros. Cada semana la misma cantidad. Después regresábamos juntos a la tienda de ultramarinos de su familia. Él nos esperaba afuera. Nosotros comprábamos polos de hielo de colores suaves y sabor a anís o mandarina. El padre nos cobraba. Cuando la máquina producía ese chasquido metálico y delator observábamos pasmados aquel artilugio misterioso del que salían y entraban las mismas monedas una y otra vez. También mirábamos de reojo al abuelo, sentado en la silla de mimbre, que cada viernes era acusado de robar dinero para sus partidas en el bar.

    Con el tiempo sacó más dinero. Cuando sellaron la registradora averiguó el código de la caja fuerte. Íbamos a bares y comprábamos refrescos y tabaco. Así atravesamos aquel verano, sintiéndonos invencibles por el secreto compartido y el manejo de nuestros minúsculos delitos.

    Una mañana de agosto metió un billete azul en su zapato y subimos a las bicis. Al llegar al pueblo de al lado el sudor lo había convertido en papel de fumar. No pudimos comprar nada. Regresamos furiosos, sedientos. Y tan veloces que de pronto septiembre se había interpuesto entre nosotros y todo se había ido al carajo.

    Se acabaron los polos. Y las ruedas que se agarraban a los caminos obedeciendo a la presión de nuestros músculos. La vida dejó de situarse en aquel lugar hecho de bicicletas, polvo y lealtad. Dejamos de ser un nosotros compacto y contundente. Solo quedaron fragmentos, partes de un organismo desmembrado. El paisaje estalló, y al intentar reconstruirlo apareció otro mucho más árido. Lleno de esquirlas. Habitado por seres vulnerables y desconcertados, piezas de desguace a la intemperie.

    Desde entonces, cada vez que chupo un polo de hielo se me incendia el paladar. 

    


Con este relato he ganado el octavo Concurso de Microrrelatos del programa de Radio Aragón El sillón de terciopelo verde, ( el enlace de esa edición del programa)  de Patricia Esteban Erlés. ¡Muchas gracias por tu lectura y tus comentarios tan estimulantes y atinados! Seguimos aprendiendo, seguimos escribiendo. 


miércoles, 2 de diciembre de 2020

Exterminio

 

 

    Zapatillas de felpa, una botellita con restos resecos de quitaesmalte, algodones de colores suaves, polvos de colorete y un estuche con rulos. Bandejas de plástico, botes de especias caducadas hace diez años, estampitas de la Virgen del Pilar y de la Cinta. El vaso de los gatitos de cuando éramos pequeñas, cepillos de dientes, papelitos con recados, recetas médicas, un bote de color rosa con polvos Talco, barras de jabón, brochas de afeitar. Y un cepillo que aún conserva algunos cabellos finos y rubios.

    Después de clasificar los objetos según su naturaleza, se sacan del piso en bolsas, se bajan en el ascensor y se depositan en el interior de esas fauces que se abren en el suelo. Allá al fondo se oyen ruidos metálicos, vidrios que se rompen o un silencio acolchado, dependiendo del objeto de tus padres que estés tirando. Se mezclarán con otros objetos formando un magma indistinguible, que luego será absorbido por alguna siniestra aspiradora para convertirse en cenizas. Unas cenizas que jamás se encontrarán con las otras, las de quienes eligieron esos objetos, los usaron y los guardaron. Y así, gracias a nuestra implacable traición, se clausurará definitivamente un mundo y un tiempo: el de las personas y los objetos que ya no están.

    

     Este texto ha quedado finalista en el séptimo concurso de microrrelatos del programa El sillón de terciopelo verde, de Patricia Esteban Erles. La foto se la he robado de la entrada de facebook donde lo anuncia. ¡Gracias!

    

    

 

martes, 29 de septiembre de 2020

Jardinería de interior, finalista del Premio Setenil



Yo ya sabía que el premio Setenil tiene lugar en Molina de Segura ( Murcia) pero siempre me he imaginado ese lugar como un escenario de película glamurosa antigua en un entorno hollywoodiense. De allí salía cada año el libro que el jurado, formado por un puñado de escritores admirados e inaccesibles, consideraba el mejor libro de relatos publicado el año anterior. Cada año averiguaba quienes eran los finalistas para apuntármelos en mi libretita de pendientes, y varios años me he leído enseguida al ganador.

Resulta que este año la editorial Enkuadres envió mi libro Jardinería de interior, junto con otros de la colección Microsaurio publicados en el 2019, al concurso. Y vuelve a resultar que han seleccionado como finalistas al libro de Ernesto Ortega y al mío. Dos libros de microrrelatos entre los diez finalistas. Lo escribo para acabar de creérmelo. 

Los diez libros finalistas son los siguientes:

 El nido vacío y otros relatos, de Saljo Bellver (Sala 28)

Puntos de luz en la noche, de Isabel Cienfuegos (Ménades)

Un ciervo en la carretera, de Alberto Martínez (Libros.com)

Arteratura, de Fernando Martínez López (Malbec)

Los defectos de la anestesia, de Ernesto Ortega (Enkuadres)

Historias de la pequeña ciudad, de Antonio Pascual Pareja (Pre-Textos)

Jardinería de interior, de Paz Monserrat Revillo (Enkuadres)

El niño que comía lana, de Cristina Sánchez-Andrade (Anagrama)

Electric city, de Nieves Vázquez Recio (Tantín)

El sistema métrico del alma, de Fernando Villamía (Trea)

La situación me sobrepasa. No iré a la entrega de premios, porque aunque entre estos libros está el ganador no voy a tener la suerte de ser yo con mi libro pequeño de textos minúsculos. Pero quiero ir a Molina de Segura en algún momento. Porque no pude hacerlo hace 23 años con ocasión de ganar con mis alumnos  un premio en el concurso de Jóvenes investigadores. Y sobre todo, porque quiero comprobar cómo es ese territorio de la imaginación, esa insólita ciudad en la que se interesan por la creatividad, por los relatos, los cuentos, los microrrelatos.   

Mucha suerte a tod@s,  y una poquita más para el que al final gane. L@s demás nos podemos sentir muy afortunad@s de haber llegado allí.  A Molina de Segura, ese lugar mítico. 

 

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Strawberry fields forever

 


Le cuenta a su nieta que ella y sus amigas espiaban a John desde los campos de fresas situados tras la casa de la estricta tía Mimi. Algunas eran más de Paul, pero ella supo desde el principio quién de ellos sería inmortal. Le habla de la conducta inexplicable en las adolescentes de Liverpool. Aquella música diáfana conseguía que se olvidaran del hollín y de las ratas del puerto, de sus vidas insulsas y sus habitaciones modestas. Deambulaban sonrientes, como hipnotizadas por un flautista que se ha confundido de cuento, de siglo y de país. Una riada de grititos y minifaldas atravesaba los suburbios. Listas para entrar en trance, para matar por un autógrafo o por un mechón de esas melenas. Por el camino se unían otras chicas parecidas a ella, en apariencia. 

Pero, le puntualiza, lo de esas futuras amas de casa resignadas nunca fue auténtica pasión. Cuando la maldita japonesa cedió la vivienda al National Trust, fue ella la elegida como guía del museo. Cada día explica todo tal y como lo veía desde el exterior de los visillos. Siempre se queda un rato más. Después, bordeando los campos de fresas, camina hacia su casa pareada en Penny Lane


Mi propuesta para  la convocatoria del concurso Esta noche te cuento inspirada en el tema de la música, aquí

jueves, 20 de agosto de 2020

Veneno

Dibujo de Sara Lew, a partir de una foto de Lía



Y yo que pretendía que la naturaleza fuera mi aliada, ese bosque un edén, esta casa un refugio, ese aislarse un alivio. Fue encontrar, un día, la bolsa de basura repleta de gusanos contorsionistas y notar que se abría una pequeña grieta bajo mi pie derecho. Que una manada entera de jabalíes quisiera atravesar la valla hubiera tenido que ser suficiente advertencia (¡esos gruñidos!). El sapo color fango que merodeaba por las noches en el jardín no podía augurar nada bueno. Pero no fui capaz de leer las señales. Y salí a pasear con mis dos perras elegantes e inocentes. Olvidando por un momento los avisos sobre la identidad de la fiera capaz de mayor devastación. La más venenosa. La más absurda. No sabes cuantísimo lo siento, Lía,  por no haber sabido protegerte del animal más peligroso.



sábado, 8 de agosto de 2020

La deriva de los continentes

Fabiola y Nilo 



     Como cualquier otra tarde, es hora de salir. La luz, la orientación del viento que se filtra por la rendija de la ventana, el sonido de los pasos y el tintineo de la correa no engañan. El latigazo del asfalto sobre las almohadillas sustituye al olor a detergente. Acomodar el paso, las esquinas conocidas, el olor de los zapatos, los crujidos de metal y caucho. Y el ansia por llegar al monte. Allí le espera el rastro de las últimas horas, y esa tarea pendiente que ronda como el hambre y el sueño y aparece al entrar en contacto con la tierra.
     Urge descifrar todos los regueros de posibles pistas. La hierba cosquilleará en el hocico y portará información fresca, mensajes labrados en el suelo que sugieren y reclaman. Cubrir las señales con sal diluida y, una vez se ha dejado constancia, seguir dibujando el propio camino. El rastro del jabalí y de la liebre, atrapar ese movimiento al que se dirigen los dientes, al que casi nunca se llega, que da sentido a la búsqueda y da rumbo al movimiento. Porque los animales no viajan. Los animales se mueven. Un resorte interno los impulsa y los desplaza hacia lo más primordial: el calor, el otro, la sangre o el refugio de la cruel intemperie. Misiones que afinan los músculos en una explosión de ataque o de huida, y que, difundiendo desde el centro como una lámina de agua, anteceden al cansancio o a la muerte. Imposible resistirse. No existe el viaje, pero sí el movimiento que sobreviene y salva, como el de los salmones tratando de remontar embalses, las golondrinas que trastocan el Ártico en Antártico, o esas tortugas a quienes no les importa que los continentes hayan derivado y desovan a miles de kilómetros como si pudieran comprimir el espacio.
     Mi perra aún no lo sospecha al salir por el portal, pero desde hoy tiene vetado viajar montada sobre su instinto. No podrá disfrutar de la carrera, del rastreo, del sabor y la textura de ese paisaje esnifado por su trufa. Solamente está permitido dar una vuelta muy corta por el barrio. Yo también anulo mi olfato con este bozal que estoy obligada a llevar. Y ella, con la misma sensación que tendría un humano al que le vendasen los ojos, empieza a sospechar que el mundo ha dejado de ser un lugar interesante en cuanto dobla por segunda vez la misma esquina rebosante de orines.  


Lía

Este es el relato que presento al concurso Zenda Historias de viajes. Dedicado a mis tres galgos viajeros.  




sábado, 1 de agosto de 2020

Carta abierta al sujeto que envenenó a mis perras

ABOMINABLE PSICÓPATA, sé que nunca vas a leer esta carta porque leer no debe ser una de tus habilidades (se te va la energía en matar animales y, claro, no te queda tiempo para esas frusilerías), pero igualmente te la voy a escribir, porque aquí quien importa no eres tú con tu maldad pringosa y tu insignificancia existencial, lo importante ahora es que mi ira no haga daño a nadie, ni siquiera a mí misma. Y como mis armas son las palabras, no los organofosforados prohibidos, pues te voy a organizar una artillería que apunte directamente hacia a ti, con todo mi dolor y mi rabia en orden alfabético, y así aprendes un poquito, anormal (que también empieza por la a).
BASURA CON PATAS, te diré que aunque tu vida no tenga sentido, parte del sentido de la de nuestra familia consiste en convivir con unos animales magníficos conocidos como galgos. A los pobres, como supongo sabrás, los suelen maltratar con mucha aplicación. Los cazadores. Ay, esos seres primitivos y crueles llamados cazadores. Como deberías saber si no hubieses estado cazando tus primeros bichitos en lugar de ir al cole en su momento, primero fueron los cazadores y luego los recolectores, ósea que son realmente primitivos. Volvamos a los galgos. En algunos casos, las protectoras los salvan de un final horrible y los consiguen dar en adopción.
CENUTRIO MATAPERROS, no hacía ninguna falta que rompieras esa costosa cadena de buenas voluntades con tu brutalidad de un momento. Es lo que pasa con las incontinencias. Mira que no poder aguantarte y esa mañana del día 29, con el calor que hacía, ponerte a esparcir pienso que previamente habías untado con veneno, por el bosque. Y hablando de cadenas. Hay otras. Las tróficas, por ejemplo. Y también está el ciclo del agua que hace que tu veneno se percole hacia las aguas subterráneas de las que bebemos los que estamos veraneando en esa zona. Pero, claro, como no estuviste en esa clase. Tú tenías esa idea en la cabeza y siempre has sido tan caprichoso, tan malcriado…También hay otras cadenas, que no me importaría que probases, si se diera el caso.
DESPRECIABLE ENERGÚMENO, te voy a explicar quién era Lía, para que calibres lo que ha significado su pérdida. Para ti, lo sé, sólo el efecto colateral de tu imbecilidad. No, mejor, de tu maldad absurda y cerril.
ESPUTO INFECTADO, Lía era una galga de cuatro años que estaba con nosotros desde hacía un año y medio. Esbelta, atigrada, oscura. Una diosa de ébano con ribetes de oro. Una top model. La protectora la recogió cuando ya no “servía” a su galguero. Y nosotros la elegimos y la fuimos a buscar a 500 kilómetros. Para tenerla con nosotros. Para que hiciera compañía a nuestra galga blanca, Fabiola, que acababa de perder a su compañero negro, Nilo.
FUNCIONARIO DEL MAL, pero qué sabrás tú de los afectos. Y de la empatía. Y de los nombres y las personalidades de los animales. Los galgos que hemos tenido han tenido unos nombres muy interesantes, que han ido cambiando hasta el definitivo. Fabiola se llamaba Orejotas para sus primeros amos cazadores. A Nilo, el galguero le llamaba “Casi Moro” ( una camada de tres, Moro, No Moro y Casi Moro) Ya ves que además de primitivos son muy imaginativos, los cazadores. En la protectora lo rebautizaron como Ramiro. Y a Lía su galguero la inscribió como Jarama, luego fue Rama y finalmente Lía. Para darle un nombre a alguien hay que quererlo. Y de eso no tienen ni idea los psicópatas. Para ti son todo “perros”, supongo.
GILIPUERTAS CON PEDIGRI, pues resulta que Lía además de preciosa, era un encanto. Era una perra que podríamos calificar como zen. Muy relajante. No tenía miedos. No le gustaba especialmente jugar en los pipicans con otros perros. Prefería irse de excursión por la montaña con sus amos. Tendrías que haberla visto correr, era un verdadero espectáculo.
HONORABLE ZOPENCO, además se la podía llevar por la ciudad. Y te esperaba en la puerta cuando entrabas en las tiendas. Ella hacía sus meditaciones, y cuando salía a buscarla se preparaba para seguir.
INCLASIFICABLE SANGUIJUELA, en casa era una auténtica perra de sofá. Mejor dicho, de sillón destartalado. Los sofás los tenía prohibidos. Con unas cuantas sesiones de entrenamiento aprendió dónde sí y donde no. Era muy lista, no como tú, que además de lerdo eres un
JODIDO CRIMINAL O delincuente. No, no, te queda mejor lo de criminal. Por cierto, tengo dos hijos abogados y me dicen que lo que has hecho es un delito contra la salud pública que está penado con cárcel. A ver si hay suerte y se hace justicia. Un poco, claro. Lo justo ya te has encargado tú de destrozarlo de entrada.
KAKA DE LA VACA, pues resulta que habíamos ido a buscar una compañera para Lía. Porque en marzo murió Fabiola muy viejita, con 14 años (tuvo la suerte de no encontrarse en su camino a un engendro segavidas como tú) y nosotros tenemos la experiencia de que los galgos son muy gregarios y están muy bien de dos en dos. Esperamos a la apertura post-confinamiento y nos fuimos a buscar a Gala. El nombre de Gala también tiene su historia. Se llama Galatea, como la de Dalí. Y de apellido Del Manzano. Galatea del Manzano, no te lo pierdas. Menos mal que mentalmente te tengo secuestrado, atado y amordazado. Vas a tener que escuchar esto, ya sé que no te importa una mierda. Pero es importante que escuches los detalles, para calibrar la magnitud de la tragedia que has conseguido que vivamos.
LERDO INTEGRAL, a Gala también la has envenenado. No te bastaba con una. De dos en dos, debiste pensar. Ah, no, que no piensas. Solo haces el mal gratuitamente.
MALDITO COBARDE, una cosa es ser cazador, que ya es un espanto incomprensible. Pero otra cosa es no dar una oportunidad de escapar a la presa. Ni siquiera te enfrentas a ella. Eso está muuuy feo. Mucho. Una muerte en diferido te debió parecer algo que hacen los valientes, así funciona el jugo cerebral de los narcisistas autocomplacientes.
NOTABLE ASESINO, Lía no ha muerto. La has matado tú. Y por algún milagro tenemos a Gala viva. Por cierto, se estaban adaptando muy bien. Ya jugaban juntas, después de unos días de encaje en la escala jerárquica. Ya sabían cuál era su escalafón.
ODIOSO EXTERMINADOR, aunque supongo que te hubiera dado igual matarlas a ellas que a ese zorrito que veo de vez en cuando por el bosque. También se oyen jabalíes por las noches. Lía les ladraba cuando se trasladaban por delante del chalet. Y hay muchas ardillas. Pero tú no discriminas. Todo te parece igual. Todo te importa un carajo.
PILTRAFA HUMANA, no sé que estarás haciendo a estas horas. A que dedicas el tiempo libre. Yo te pondría delante de un ser al que le tengas un poco de afecto ( aunque sé que es pedir peras al olmo, no creo que tengas amigos o hijos) y que fueras testigo de los síntomas de un envenenamiento ( sigues atado, no te puedes escapar aún). Te adelanto que es un espectáculo muy duro. Los ojos desorbitados, la espuma a raudales, las convulsiones. El cerebro tiembla ( literalmente) y las extremidades también. Y luego se quedan rígidas. Y luego no se puede respirar. Pero no es instantáneo. No. Te puedes estar una media hora o más así. La lengua morada es el indicador de que la cosa ya empieza a no ser reversible.
QUERIDA SABANDIJA, ahora imagina que estás lejos del coche. Lejos del médico. Lejos de ti mismo. Que te ves como desde arriba. Que no atinas con los números del móvil. Que no sabes qué hacer. Que tu ser querido pesa casi treinta quilos (como una niña, ¿tienes hijos?) y no puedes moverlo. Y tienes a otro ser querido cerca. Que empieza a temblar también.
REVIENTAVIDAS SIN FRONTERAS, ojalá no lo tengas que ver, pero quería que lo leyeras ( Ah, que no sabes). Te has cargado una vida, una historia en común. Lía era una perra joven, sana y feliz. Le quedaban muchos años más de felicidad. Y no voy a poder olvidar en mi puta vida la mirada de desamparo cuando se desplomó. Era como si me dijera: ¿Qué me está pasando? ¿no me puedes salvar?
SERIAL KILLER, las pelis de terror que más miedo me dan son las que salen perros o niños como víctimas. No puedo acabar de verlas. Es superior a mí. Uno de los muchísimos mensajes de cariño (¿que es eso?) que he recibido me decía algo así como que no se puede metabolizar el asesinato de la inocencia. En los evangelios se habla de atar una rueda de molino al cuello de quien escandalice a un inocente.
TARADO NIVEL PREMIUM, no sé quien eres, pero en algún momento de tu vida tendrás que pagar por esto.
VERDUGO A DISTANCIA, has conseguido convertir un paraíso en un infierno.
WATER SIN CISTERNA, estás lleno de mierda.
XENÓFOBO UNIVERSAL, todo está conectado ¿lo sabías? Deberías saberlo. Alguna ramificación de las relaciones de este ecosistema que llamamos vida te devolverá lo que has hecho como un boomerang.
ZOPENCO FEDERADO, has conseguido que aprenda un montón de adjetivos nuevos. Me he “divertido” insultándote con finura. Y he conseguido devolverte toda la rabia que alojaba en mi alma como un quiste putrefacto. Toda para ti. Ahora vamos a por la pena.




viernes, 26 de junio de 2020

Como un bendito


Fotografía tomada en una exposición de Louise Bourgeois, en el MOMA de Nueva York 


Consigo escapar por los pelos de las garras de un tremendo Dientes de sable. Empapada en un sudor helado recupero el aliento, y ya fuera de su alcance me ajusto los tapones de los oídos.
Resignada, imagino a qué otras pesadillas podrían incorporar esos malditos ronquidos: ¿Otro depredador menos pretencioso?, ¿Una avalancha?, ¿Un maremoto? Intento deslizarme de nuevo hacia la inconsciencia, pero unas puertas giratorias me devuelven a la habitación.
Desde mi lado de la cama veo cómo se balancea, suspendida en el centro del techo, una inquietante araña albina. Debería haber limpiado la casa más a fondo, me digo. Noto cómo se tensan los hilos que nos sostienen. La cama se desliza hacia el vórtice de una espiral en cuyo centro nos espera ella, simétrica y risueña.
Incapaz de hacer nada, sólo me queda contemplar la escena que se refleja −distorsionada y creciente− en cada uno de sus ocho ojos frontales. Yo, aferrada a la almohada con la desesperación de un náufrago insomne. Mi marido, recuperándose de su día agotador de teletrabajo y emitiendo por su boca abierta otro patético rugido de viejo león.


Este microrrelato ha sido seleccionado para la antología Brevirus, de la revista argentina Brevilla. En este link se puede descargar esta antología internacional con los textos de 278 escritores de 22 países. Muy agradecida por estar aquí.
Portada de Sergio Astorga para la antología de Brevirus


sábado, 13 de junio de 2020

Infierno grande




Para el bautizo de su niña encargó cuarenta imanes con una fotografía del bebé saliendo de un cogollito color crema. Los repartió entre sus familiares y los que vinieron desde lejos de la parte de su marido a la celebración. Una fiesta interminable que montó a regañadientes en una finca alquilada.  Pero su suegra, tras el segundo día de fastos familiares, le dijo que le parecían pocos.  Ella regresaría a su casa y tenía compromisos. Necesitaba más imanes: para todos los vecinos, para sus amigas de las meriendas de los jueves, para los feligreses de su parroquia. Y para unos primos lejanos que no habían podido venir al festejo. A la mamá de la criatura le horrorizó la idea de en el vecindario de su suegra las puertas de todas las neveras lucieran a su niña junto a una imagen de la torre Eiffel. O todavía peor: diluida en una masa indistinguible de niños bautizados en ese pueblo de mala muerte en el que todos tienen que estar en la casa de todos y de cualquier cosa se tiene hacer una competición.  Se negó, desafiante, aún a riesgo de que lo siguiente a celebrar fuera su divorcio.


Con este microrrelato he participado  en la actual convocatoria de Esta noche te cuento  dedicado al tema de la fotografía. En realidad quería escribir un cuento a partir de la frase "Pueblo chico, infierno grande".

miércoles, 13 de mayo de 2020

Eva al desnudo



Caín y Abel viven en una familia antigua pero muy cariñosa. Antes de dormir su mamá les habla del jardín frondoso en el que vivían de novios. Y de aquel árbol con los frutos tan jugosos. De que papá y mamá solían pasearse desnudos sin sentir frío ni vergüenza. Siempre le piden la misma historia. Pero cuando le preguntan por qué ahora lleva esa túnica tan bíblica, ella es incapaz de ser sincera. Les dice que con la glaciación hace más frío. O que le gusta vestirse a la moda de su tiempo. No les confiesa que les está protegiendo de la visión de su vientre completamente liso. No querría acomplejarlos por tener ese botón plantificado en medio de sus barriguitas. El final de aquel horrible tubo gris que su padre tuvo que cortar y anudar. Los dos con la misma anomalía, pobrecillos. No quiere ni imaginar que se les deshaga el nudo. Lo llama cariñosamente Ring ring y aparenta no darle importancia, aunque en realidad sabe que es un ombligo y les prohíbe tocárselo. Y, sobre todo, no quiere que Caín descubra que el de Abel no sobresale como el suyo y se ponga a compararse con su hermano.


Mi propuesta para la convocatoria actual del blog Esta noche te cuento, con el tema El vestido y la moda.Al final ha quedado entre los relatos mencionados. Y ha sido repescada en la última revisión para entrar en el libro.Aquí 

martes, 31 de marzo de 2020

Posibles efectos adversos

La condición humana, René Magritte 


Nunca creyó que a sus setenta años pudiera volver a experimentar la perturbadora agitación de un enamoramiento. Nerviosismo, palpitaciones, vértigo, trastornos del sueño…ya no tenía edad, se decía. Pero no se culpaba. Simplemente ocurrió. Tan fortuito como perder las gafas de cerca, intentar leer la indescifrable receta, y triplicar por error la dosis del antiinflamatorio.


Este relato ha sido seleccionado por el  IX concurso de microrrelatos de Diversidad literaria, para formar parte de la antología Pluma, tinta y papel.  ¡Gracias!


lunes, 16 de marzo de 2020

El hombre de las tabernas




Nunca nadie antes le había hecho semejante consulta. Por mucho que le da vueltas, esta vez no le está sirviendo de nada su proverbial intuición. En una hora volverá a verla y tiene que darle una respuesta.
Cada tarde, antes de entrar en la taberna a echar las cartas, mata el tiempo charlando con algún colega. Hoy le acompaña un trilero que acaba de terminar su jornada en la otra esquina. Sentados en un banco de piedra gris de la Plaza Mayor, ven apagarse los últimos destellos del sol a la vez que se encienden sincronizadamente las farolas. Las palomas se disputan unas migas y a continuación vuelan dando palmas descoordinadas. Esta vez hay una vaga ansiedad en la voz de Merlín.
La señora me preguntó si el hecho de que ella volviera a comer chocolate podría suponer que su marido falleciera, convirtiéndose en la culpable de esa muerte− le cuenta, atónito.
Repasa, primero mentalmente y después en voz alta, todos los detalles que pudo captar la otra noche tras un escrutinio minucioso de la consultante. La mujer parecía de la parte alta de la ciudad. Llevaba un abrigo verde y mechas rubias que camuflaban sus canas. Su cutis era rugoso como una superficie de abrasión marina. Su expresión, entre incauta y desenvuelta, le llamó la atención. Ningún signo de angustia en su rostro. Simplemente curiosidad. Y una sonrisa que rezumaba franqueza e inocencia.
−El caso −le explica a su colega de trucos− es que a la mujer le acaban de detectar anemia, y ella sabe que el chocolate tiene mucho hierro.
Hacía un año que no tomaba chocolate. Desde la promesa. Ella había sido siempre de poco comer −le había comentado, sonriendo con dulzura−, pero antes, aunque no comiera más que un poco de ensalada y una pieza de fruta, el trozo de chocolate era el esperado punto final, el desenlace. Un estallido de aroma que sellaba su apetito y aplacaba su deseo. Muchos días, el mejor momento de la jornada.
Por eso, cuando su marido quedó repentinamente paralizado por una embolia, hace ahora un año, no lo dudó ni un momento. En cuanto vino a su mente la palabra sacrificio, le prometió a San Pancracio que dejaría de comer chocolate para que su marido se curara.
Y lo cumplió. Y milagrosamente su marido salió del bache sin más secuelas que una total pérdida de su legendaria agresividad, una inédita facilidad para ser cariñoso con la familia. Ella, agradecida al Santo por concederle más de lo que le había pedido, siguió privándose del chocolate y cruzando de acera cada vez que se acercaba a una pastelería.
Pero ahora a él le han diagnosticado un cáncer. A ella la anemia. Su sobrina le ha dicho que, ya que no come carnes rojas, quizás tendría que volver a tomar chocolate. El problema es que ella −al honrar a San Pancracio prolongando la dieta− no puso fecha límite. Y ahora no sabe si puede retomar su vicio sin herir la sensibilidad del Santo. Y, lo peor: si eso pondría en auténtico peligro la salud de su ahora mansísimo esposo. ¿O le parece que el Patrón de la Fortuna y los Juegos de Azar podría tratar su caso como una excepción, sabiendo que tiene que estar fuerte para cuidar a su marido? ¿Él qué cree? ¿Podría hacer una consulta personal al propio santo? ¿A su carta astral? ¿Al poso del café? No le han convencido para nada ni las opiniones del sacerdote ni las de sus amigas. No sabía a quien más acudir. 
 Merlín cree conocer los entresijos del alma humana, y siempre trabaja en el mismo borde de esos abismos de vulnerabilidad y miedo que la gente muestra sin querer. Pero esta vez hay algo que no le cuadra. El otro día no consiguió ver nada en las líneas de sus manos. Y el tarot tampoco quiso soltar prenda. ¿Estará perdiendo sus ancestrales facultades?  Está ya muy mayor. De hecho, es incapaz de adivinar que en pocos días les empezará a visitar un ejército de uniformados que limpiarán la ciudad de patinadores, prostitutas, músicos callejeros y adivinos. El triunfo del gris frente a los colores.
Definitivamente, lo de esta mujer ha sido un gatillazo imperdonable. Siente una inseguridad que desconocía. Un nudo en sus sentimientos le tiene atenazado. Ha quedado con ella para una segunda consulta en un rato, le comenta a su compañero.
Se dirige, arrastrando los pies y mesándose la barba blanca, a la taberna donde en un momento recibirá a la deliciosa señora Morgana en la mesa redonda del fondo. Está determinado a prolongar al máximo la conversación. Con un poco de suerte, en ese trasiego de palabras de ida y vuelta, la magia podría hacer accesible alguno de los caminos que conducen hasta ella. Se acerca a la barra y pide al dueño un café.  
Y, si es tan amable, cuando llegue mi consultante de hoy ¿nos podría traer dos porciones de pastel de chocolate?