La señora Capuleto y la señora Montesco se encontraron en el
mercado de la Piazza delle Erbe -al fin y al cabo Verona no era más que
un pueblo- quince días después de la desgraciada confusión que llevo al
suicidio sucesivo de sus impulsivos hijos.
Ahora que el destino les había vetado ser las consuegras más
enemistadas de la historia de la literatura universal, se miraron
fijamente a los ojos buscando una salida. En lugar del odio y la tristeza
previstos, no pudieron evitar imaginarse la felicidad de hacerse apacibles visitas
para tomar pandoro con café y,
aun más adelante en ese imposible futuro, cuidar juntas de sus bellísimos
y apasionados nietecitos.
Fotografía hecha en la Piazza delle Erbe de Verona, en un viaje.
Las Madres, ay las Madres, qué no son capaces. Je je.
ResponderEliminarUn saludo Paz.
Definitivamente las madres, incluidas las de ficción, son lo más.No te digo las abuelas :-)
EliminarSaludos, Miguel
Madres dos veces!
EliminarUna vez pasado el espejismo, sacaron las navajas y se dispusieron a saldar esas cuentas pendientes.
ResponderEliminarSaludos Paz
Vaya, este final anula el idílico comentario anterior.No sé yo,pero viniendo de Shakespeare,es muy posible que ese encuentro acabara en una tragedia todavía mayor.Ay.
EliminarSaluditos pacíficos
Paz, este relato me produce vértigo "ascendente". Es como si aquella historia hubiese continuado y esas mujeres se imaginaran ese futuro. Es la creación literaria dentro de la propia literatura, eslabones al cielo de las novelas.
ResponderEliminarMe gusta haberte producido "vértigo ascendente" Ximens, es precisamente lo que pretendía! Abrazo
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