Elisa
observa embelesada cómo su niña juega con la hija de la señora. Una rubia, con
bucles de princesa; la otra enjuta, con ojos negros, enormes y atentos. Le
encanta que se entiendan tan bien.
Se siente
feliz de poder servir en esta casa en la que le dejan criar a su hija mientras
controla con pulso implacable cacerolas, sábanas y corrientes de aire.
Las mira
ilusionada, anhelante.
No podría
desear mejor destino para su Adela-y se lo pide a Dios cada día-que todo siga
su curso natural. Que ambas crezcan, asuman mansamente lo que se espera de
ellas, y que por fin un día su princesa pueda
ser la criada de esa niña rubita.
Me recuerda mucho aquella época gris pasada y por venir. Era el anhelo de la servidumbre, seguir al servicio de los señores, y la continua amenaza de estos.
ResponderEliminarEste micro escuece, Paz. Suscribo, palabra a palabra, lo dicho por Ximens.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pedro , Ximens, aparte de comentaros que esto está basado en algo real,me gustaría pensar que las madres, independientemente de su mentalidad y del daño que puedan hacer a sus hijos con según que deseos,siempre quieren lo mejor. Y si es así, eso las hace inmunes a la crítica. He dicho. Yo, que soy una madre numerosa jaja.
ResponderEliminarAbrazos fuertes a mis dos acompañantes de bitácora.