La niña de dientes desordenados y ojos raros los días laborables
va al huerto con el abuelo.
En cuanto llega se aparta la capucha de la trenca, se sube la
falda y se encarama al columpio que cuelga del ciruelo intentando que no se le
enganchen los leotardos en ninguna astilla. Entonces se mira las piernas y, tal
como le enseñó su hermana, las encoge cerrando los ojos y las estira abriendo
la boca. Abre y cierra. Estira y encoge. Sube y baja. Se evapora y se condensa.
La cenefa con casitas del borde de su falda aparece y desaparece a través de la
rendija de sus ojos. El mundo palpita a su alrededor y una espléndida luz de
invierno ilumina la mañana.
A veces las palabras son tan grandes
como los objetos que nombran y cuesta horrores decirlas, pero cuando llega a lo
más alto es capaz de abrir la boca y sacar un árbol entero. Otras veces una roca,
o una nube lila. Al final, siempre las mariposas tropezando con el resto de las palabras.
Cada vez que asciende, en el instante en que está a punto de
precipitarse hacia donde se encuentra su abuelo, todo a su alrededor contiene
el aliento por un momento. Luego se escapan las mariposas. Y le hacen cosquillas al salir. Aliviadas, las babosas, las lechugas,
las arañas y las larvas reanudan sus silenciosas batallas y el aire se
acompasa a la respiración de este péndulo que hace girar todos los
ejes.
:) Inspira, espira... La vida nos viene y se nos va en esos dos movimientos ¿involuntarios?
ResponderEliminarMe pareció que el fuelle de un columpio se parece mucho al ciclo de inspirar y espirar.Una cosa te lleva a la otra con un poco de voluntad y mucho de dejarse llevar...Cada día cuando paseo a los perros veo a esa niña "especial" columpiarse. Respirar.
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