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viernes, 25 de octubre de 2024

Apuntes isleños III

 



El pasado miércoles quedé con mi amiga Maite en la cafetería del Parque García Sanabria de Santa Cruz de Tenerife. El primer reto fue desplazarme en coche hasta Santa Cruz desde la Laguna. Y digo que fue un reto porque el GPS de mi cerebro vino averiado de serie. Alguna otra pieza debo tener estropeada, porque a veces ni con la ayuda del navegador externo consigo llegar a los sitios a la primera. Esta vez lo conseguí, aunque solamente a la ida. De regreso salí antes de tiempo de la autopista del norte (TF-5; “teléfono cinco”, me dice la señorita que me habla para que no me pierda desde el interior del panel de mandos) y tuve que rectificar, recorriendo solamente unos pocos metros de más gracias a las benditas rotondas.

Llegué a Santa Cruz tras descender por esa carretera-tobogán cuya pendiente es tan exagerada que parece que te vas a precipitar al Atlántico (en diez kilómetros se salva una diferencia de altitud de 500 metros), aunque habiendo disfrutado antes de una espectacular panorámica de la ciudad y del macizo de Anaga. Aparqué en la parte posterior del Edificio Jonathan, donde vivimos aquellos tres lejanos y estupendos años. Lo hice por dos motivos: porque suponía que sería complicado aparcar cerca del parque, y sobre todo porque quería llegar a la cita caminando y respirando el ambiente de la Rambla, con sus frondosos jacarandás cuya floración azul malva me fascinó cuando la vi por primera vez en abril de 1992.

Maite y yo estuvimos casi tres horas charlando y riéndonos, como si no hubieran pasado treinta años. Estoy convencida de que la amistad consiste en una larga conversación que puede tener intervalos incluso de décadas entre párrafos, pero que se retoma con naturalidad en el último punto y seguido. Durante todo el regreso caminando hacia el coche sonreí sin contención, una sonrisa alelada de más de un kilómetro.

En otro momento podría intentar describir el parque García Sanabria. Difícil. Lo puedo intentar. Pero creo que hoy quiero escribir sobre los desplazamientos: caminar, conducir, nadar.

Hoy he estado en la playa de las Teresitas con Macu, Tomás y Merche, tres expertos nadadores. He hecho un tramo con ellos, hasta la escollera y un poco más a lo largo de ella mirando peces y piedras tapizadas de algas. Después he regresado. Mi vuelta en solitario hasta la playa ha sido un viaje emocionante. La visión de las casitas-cuevas incrustadas en la montaña, las barcas de la orilla y la nueva tonalidad de azul que me rodeaba y a la que no he sabido ponerle adjetivo han acompañado a las voces interiores que me animaban a seguir nadando a buen ritmo, como si fueran un pequeño club de animadoras o un coro griego de ir por casa.

Igual de emocionante me resultó irme yo sola, hace ya unos días, a pasear toda una mañana por La Laguna. El objetivo era el mismo: llegar a la orilla —la casa— sin perderme ni distraerme demasiado. Lo primero, trazar en mi cabeza un primer boceto que se fuera pareciendo al mapa que pedí en la oficina de turismo. El problema fue que en mi intento de seguir la cuadrícula me dejé llevar por el canto de una sirena muy seductora: una librería. Ahí sí que he de reconocer que me perdí un poco,  salí con cuatro libros (Los límites de la ciencia, de Javier Arguello; Sin relato, de Lola López Mondéjar; Madres, hijos y rabinos, de Delphine Horvilleur, y Fricciones, de Pablo Martín Sánchez). En esto me parezco a uno que yo me sé, que se embarcó con un grupo de amigos y , por no atreverse a preguntar y distraerse, estuvo diez años dando vueltas en un bucle de lo más tonto, y tardando en llegar a casa. En mi camino de vuelta a casa yo iba mirando, pensando y fotografiando. Quique me esperaba, sorprendido con mi tardanza, pero por suerte no llegó a destejer nada. Solo recalentó la comida.

Rebecca Solnit dice en su ensayo Wanderlust, una historia del caminar:

El ritmo del caminar genera un ritmo del pensar y el paso a través de un paisaje resuena o estimula el paso a través de una serie de pensamientos. Ello crea una curiosa consonancia entre el paisaje interno y el externo, sugiriendo que la mente es también una especie de paisaje y que caminar es un modo de atravesarlo. En muchas ocasiones, un nuevo pensamiento parece un aspecto del paisaje que estaba siempre ahí, como si pensar fuera recorrer más que hacer (…) Las sorpresas, las liberaciones y los esclarecimientos propios de un viaje pueden alcanzarse tanto dando una vuelta a la manzana como dando una alrededor del mundo, y caminar es viajar cerca y lejos a la vez.

Para llegar al centro de la Laguna, al gimnasio o al mercado hay que caminar un cuarto de hora desde donde estamos. Paseamos cada día con Gala en un radio algo mayor.  Casi nunca vamos en coche. Hay mucho espacio para pensar. Y mucho tiempo para usarlo caminando.

En el centro municipal en el que nos hemos apuntado hay un gimnasio con una sala de máquinas (de tortura, sigo pensando, aunque a veces las use) y piscina. El primer ejercicio que me propuso el monitor al que le pregunté fue correr en la cinta. Le miré y le contesté con un NO rotundo. Luego, volviendo a casa, me pregunté la razón de esta negativa tan drástica. Me monté una hipótesis-coartada cuya premisa sería: al caminar existe el tiempo, pero sobre todo el espacio. Y además, según Rebeca Solnit y mi experiencia, el pensamiento. Caminar en la cinta sin desplazarse es una aberración espacio-temporal tan grave que me produce un cortocircuito mental y me hace decir NO. Desde esta última semana no he vuelto al gimnasio, solamente hago largos en la piscina. Allí sí que puedo pensar con claridad.

 













  
                                                              Algunas fotografías de mis paseos

3 comentarios:

  1. Curioso, he leído hace poco los senderos del mar y citaban ese mismo libro que comentas, en ese mismo párrafo.. casualidades, ¿verdad? Me gusta el ritmo isleño de tus relatos.
    Por cierto, yo voy siempre con el GPS del coche o el móvil puesto, soy incapaz de recordar los lugares, me sorprenden esas personas que te preguntan por qué carretera has venido, ¿de verdad se las saben?

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    1. Pues es una casualidad de las buenas, porque lo he sacado directamente del libro seleccionándolo por sintonía con mi experiencia. Ya he buscado el libro que citas. Gracias. Caerá.
      Hay seres mutantes que se orientan bien, dice la leyenda.

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    2. Soy Paz, no sé por qué ha salido la respuesta anterior como anónimo, seguramente por que la he hecho desde el móvil.

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