Cuatro días
después de llegar a nuestro nuevo hogar provisional en la isla, leo en el muro
de Carlos Frontera el siguiente fragmento de Pablo d’Ors: «No es posible
escuchar bien la propia voz en casa, hay que partir al extranjero si realmente
queremos escucharla. Debo salir de lo mío para empezar a oír la voz que me dice
que con lo mío no basta. El texto que somos y que espera ser escuchado no puede
resonar sin un contexto de éxodo y de riesgo»
Ayer me
preguntaba una amiga qué sensaciones me iba suscitando este viaje en el que nos
proponemos vivir dos meses en Tenerife (donde ya vivimos tres años a mediados
de los noventa) Yo le contestaba lo siguiente: «Una mezcla de vértigo y
alegría. Los dos primeros días hemos estado jugando a las casitas, montando el
nido. Fuimos a comprar, a dar una vuelta por el vecindario, un paseo nocturno
por la Laguna, Quique limpió el jardín y la mesa de ping pong que tenemos en
nuestra parcela...Ayer por la tarde ya bajamos a Santa Cruz a ver a mi amiga Macu,
y hoy hemos pasado la mañana visitando el Puerto de la Cruz. La casa es
pequeñita pero agradable. Forma parte de una finca más grande (con jardines
comunes, a los que tenemos acceso) en la que está la propietaria (una artista
plástica) y otra pareja de inquilinos. Todos parecen muy majos, produce el
efecto de pertenecer a una pequeña comunidad. En la convivencia con Quique hay una
especie de simbiosis muy curiosa que de momento resulta agradable. Y, sobre
todo, una sensación de vacaciones extendidas, de libertad, de no tener ninguna prisa
y de disfrute...que me encanta. Ya veremos cómo evoluciona»
Paz y Gala en el Puerto de la Cruz |
El viaje ha
sido largo, y eso le ha dado todavía más emoción y sentido a la llegada. No es
casualidad que me haya traído en la maleta la maravillosa versión liberada de
La odisea de Blackie Books. No pude evitar que se me escapara alguna lagrimilla
cuando empecé a vislumbrar el macizo de Anaga tras dos noches en el ferry y más
de mil kilómetros en coche desde Barcelona hasta Huelva.
A lo largo
del trayecto por tierra escuchamos podcasts, noticias y música de Rock FM a
medida que aumentaba la frecuencia de toros de Osborne indultados, como jalones
de que nos recordaban nuestro destino andaluz. Las áreas de servicio en las que
parábamos para estirar las piernas y picar algo estaban repletas de basura en el
perímetro del terreno de la gasolinera. Son los camiones, me dijo un vecino del
aparcamiento cuando me vio luchando por expulsar al ejército de moscas que
entraron en nuestro coche después de abrir la puerta unos segundos. En una de las
áreas de descanso, mientras paseaba a Gala para que hiciera un pis por el escaso
terreno con hierbas requemadas, cascotes de botellas y plásticos, sorprendí a
dos hombres haciendo lo mismo que ella —mear en el suelo—, creyéndose a salvo detrás
de sus coches y camiones. Cuando se percataron de que habían sido vistos, se
encogieron en un movimiento rápido y contorsionado y se dirigieron con decisión
a sus vehículos. A la vuelta, Gala olió
uno de los charcos, pero no lo marcó con su orina como suele hacer con la de otros
perros.
Repetimos
itinerario turístico en las dos ciudades en las que paramos (Ciudad Real para
dormir y Huelva para embarcarnos en el Ferry): un paseo largo por el parque de
la ciudad, visita a un pipican y breve recorrido por el centro histórico
para comer algo en una terraza con la perra echada a nuestros pies. «Conozca la
ciudad a través de sus parques» podría ser un buen reclamo turístico.
El paisaje a
lo largo de los dos tramos terrestres se podría resumir como una alternancia de
superficies infinitas de cereales, olivos, vides o pinos. Mares de colores terrosos
y suaves que precedieron al azul imposible del auténtico océano ante el que me quedaría
en estado de trance varias veces durante el trayecto. Yo jamás había
experimentado que el horizonte visto desde el medio del océano Atlántico es un semicírculo
perfecto y obsesivo, como un abrazo del que no puedes escapar. Durante el
primer día en la isla seguí sintiendo un ligero balanceo que me sugirió la idea
de haber pasado de un barco grande a otro inmenso, que surcaba el Atlántico con
nosotros a bordo.
¡Tierra a la vista!
Me ha gustado mucho la crónica, toda una aventura con final feliz. La vida, a veces, necesita que la den un empujón que la tambalee un poco, ¿verdad? Supongo que habrás encontrado mucho cambios entre la realidad y lo que viste en los años 90.
ResponderEliminarY me has puesto en la pista de un libro que me interesa, entiendo que es la Odisea con un lenguaje "moderno", ¿verdad?
Saludos
Hola! Sí, es de una colección deliciosa de Blackie books en la que se libera y actualiza el lenguaje de los grandes clásicos( tienen otros como La biblia, La Iliada y El quijote). En este caso es la versión de un clerigo del siglo XIX que Borges consideró la mejor. Y hay unas ilustraciones minimalistas magníficas. Al final añade textos de otros autores que han tratado indirectamente el tema de la Odisea ( Margaret Atwood, Dorothy Parker, Monterroso...) Es un lujo, este libro.
EliminarMi aventura es pequeña y modesta, pero no deja de ser un viaje a una Itaca nostálgica y atlántica. De momento la mayor diferencia que he percibido es el volumen de tráfico en la autopista del Norte.
En esas palabras he podido sentir la emoción, el cansancio, la tranquilidad y las ganas en vuestra larga escapada.
ResponderEliminarMe han entrado ganas de algo asi!.
Gracias, María, por tu comentario. No lo había detectado hasta hoy. Abrazo
EliminarSoy Maria
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