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jueves, 10 de octubre de 2024

Apuntes isleños I


Cuatro días después de llegar a nuestro nuevo hogar provisional en la isla, leo en el muro de Carlos Frontera el siguiente fragmento de Pablo d’Ors: «No es posible escuchar bien la propia voz en casa, hay que partir al extranjero si realmente queremos escucharla. Debo salir de lo mío para empezar a oír la voz que me dice que con lo mío no basta. El texto que somos y que espera ser escuchado no puede resonar sin un contexto de éxodo y de riesgo»

Ayer me preguntaba una amiga qué sensaciones me iba suscitando este viaje en el que nos proponemos vivir dos meses en Tenerife (donde ya vivimos tres años a mediados de los noventa) Yo le contestaba lo siguiente: «Una mezcla de vértigo y alegría. Los dos primeros días hemos estado jugando a las casitas, montando el nido. Fuimos a comprar, a dar una vuelta por el vecindario, un paseo nocturno por la Laguna, Quique limpió el jardín y la mesa de ping pong que tenemos en nuestra parcela...Ayer por la tarde ya bajamos a Santa Cruz a ver a mi amiga Macu, y hoy hemos pasado la mañana visitando el Puerto de la Cruz. La casa es pequeñita pero agradable. Forma parte de una finca más grande (con jardines comunes, a los que tenemos acceso) en la que está la propietaria (una artista plástica) y otra pareja de inquilinos. Todos parecen muy majos, produce el efecto de pertenecer a una pequeña comunidad. En la convivencia con Quique hay una especie de simbiosis muy curiosa que de momento resulta agradable. Y, sobre todo, una sensación de vacaciones extendidas, de libertad, de no tener ninguna prisa y de disfrute...que me encanta. Ya veremos cómo evoluciona»  

Paz y Gala en el Puerto de la Cruz

El viaje ha sido largo, y eso le ha dado todavía más emoción y sentido a la llegada. No es casualidad que me haya traído en la maleta la maravillosa versión liberada de La odisea de Blackie Books. No pude evitar que se me escapara alguna lagrimilla cuando empecé a vislumbrar el macizo de Anaga tras dos noches en el ferry y más de mil kilómetros en coche desde Barcelona hasta Huelva.

A lo largo del trayecto por tierra escuchamos podcasts, noticias y música de Rock FM a medida que aumentaba la frecuencia de toros de Osborne indultados, como jalones de que nos recordaban nuestro destino andaluz. Las áreas de servicio en las que parábamos para estirar las piernas y picar algo estaban repletas de basura en el perímetro del terreno de la gasolinera. Son los camiones, me dijo un vecino del aparcamiento cuando me vio luchando por expulsar al ejército de moscas que entraron en nuestro coche después de abrir la puerta unos segundos. En una de las áreas de descanso, mientras paseaba a Gala para que hiciera un pis por el escaso terreno con hierbas requemadas, cascotes de botellas y plásticos, sorprendí a dos hombres haciendo lo mismo que ella —mear en el suelo—, creyéndose a salvo detrás de sus coches y camiones. Cuando se percataron de que habían sido vistos, se encogieron en un movimiento rápido y contorsionado y se dirigieron con decisión a sus vehículos.  A la vuelta, Gala olió uno de los charcos, pero no lo marcó con su orina como suele hacer con la de otros perros.

Repetimos itinerario turístico en las dos ciudades en las que paramos (Ciudad Real para dormir y Huelva para embarcarnos en el Ferry): un paseo largo por el parque de la ciudad, visita a un pipican y breve recorrido por el centro histórico para comer algo en una terraza con la perra echada a nuestros pies. «Conozca la ciudad a través de sus parques» podría ser un buen reclamo  turístico.

El paisaje a lo largo de los dos tramos terrestres se podría resumir como una alternancia de superficies infinitas de cereales, olivos, vides o pinos. Mares de colores terrosos y suaves que precedieron al azul imposible del auténtico océano ante el que me quedaría en estado de trance varias veces durante el trayecto. Yo jamás había experimentado que el horizonte visto desde el medio del océano Atlántico es un semicírculo perfecto y obsesivo, como un abrazo del que no puedes escapar. Durante el primer día en la isla seguí sintiendo un ligero balanceo que me sugirió la idea de haber pasado de un barco grande a otro inmenso, que surcaba el Atlántico con nosotros a bordo. 


                                                               ¡Tierra a la vista!

      


2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho la crónica, toda una aventura con final feliz. La vida, a veces, necesita que la den un empujón que la tambalee un poco, ¿verdad? Supongo que habrás encontrado mucho cambios entre la realidad y lo que viste en los años 90.

    Y me has puesto en la pista de un libro que me interesa, entiendo que es la Odisea con un lenguaje "moderno", ¿verdad?

    Saludos

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    1. Hola! Sí, es de una colección deliciosa de Blackie books en la que se libera y actualiza el lenguaje de los grandes clásicos( tienen otros como La biblia, La Iliada y El quijote). En este caso es la versión de un clerigo del siglo XIX que Borges consideró la mejor. Y hay unas ilustraciones minimalistas magníficas. Al final añade textos de otros autores que han tratado indirectamente el tema de la Odisea ( Margaret Atwood, Dorothy Parker, Monterroso...) Es un lujo, este libro.
      Mi aventura es pequeña y modesta, pero no deja de ser un viaje a una Itaca nostálgica y atlántica. De momento la mayor diferencia que he percibido es el volumen de tráfico en la autopista del Norte.

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